Con una alta dosis de ironía y con la melancolía propia de los que contemplan con lucidez el fin de una época, el gran escritor, político y aristócrata húngaro Miklós Bánffy (nacido en Kolozsvár, Hungría, hoy Cluj-Napoca, Rumanía, en 1873, y fallecido en Budapest, en 1950), actuó de notario o escriba de una clase decadente que se asomaba sin saberlo a su propio abismo. Una clase, su irresponsable familia genética, que describió maravillosamente en su obra Los días contados, comienzo de su Trilogía Transilvana, a la que seguirían Las almas juzgadas y El Reino dividido, aparecidas entre los años 1934 y 1940. Es decir, describió con aguda precisión a aquellos que, embriagados de alegría y fiesta incesante, vieron escurrirse una época de oro en la forma de brillantes y eternos granos de arena resplandeciente entre sus torpes e irreflexivos dedos.
Aristócrata transilvano de rancio abolengo, aparte de importante hombre político que llegó a detentar el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores húngaro en la tormentosa época de entreguerras del pasado siglo, Miklós Bánffy fue sobre todo un magnífico y clarividente narrador que supo evadirse de los clichés nostálgicos y sentimentales, megalómanos y esnobs, propios de su ciega y superficial clase. Además de ello, rehuyó como político ecuánime y ponderado en sus pasiones, toda tentación de victimismo y de explotación chovinista del patriotismo magiar, secularmente castigado y agraviado a lo largo de su azarosa historia.