Las personas sin hogar son el mayor indicador visible de pobreza de nuestra sociedad. Jesús, residente temporal en un centro de acogida del SAMUR Social, lamenta que, cuando estás en la calle "no tienes nada, no tienes una cama, una ducha, amigos... Estás vacío”. Paqui, en el mismo centro, se siente afortunada de no estar “en la calle con el frío”. Dice estar “cansada de dar tumbos” y de que la miren mal, "como si fueras leprosa". Es la aporofobia, el miedo al pobre, algo de lo que sabe mucho Esther, con 15 años de calle a sus espaldas. “Un hogar es "la base para construir nuestra vida", señala Maribel Ramos, subdirectora de esta ONG que hace años puso en marcha el programa Housingfirts, "el hogar, primero", y reclama “soluciones permanentes”. “Un cambio de paradigma en el que ya están los servicios sociales”, asegura Alejandro López, director general de emergencia social del ayuntamiento de Madrid. Entrar en el sistema de acogida es un primer paso que a veces no resulta fácil, denuncia Orlando, venezolano que recaló en España en pleno confinamiento. “A los inmigrantes se les exige agradecimiento y sumisión”, critica Javier Baeza, párroco del centro pastoral San Carlos Borromeo. Rebeca Martínez de Diego, responsable de un centro de información y acogida de Cáritas en que la pandemia, indica que las ventanillas cerradas y la atención telemática han complicado aún más las cosas a los excluidos.
No hay papeles, tampoco trabajo y miles de personas, muchas de ellas mujeres cuidadoras o asistentas, se han visto en la calle de un día para otro. Son los nuevos pobres, como Toni, que hasta ahora encadenaba empleos precarios, o Ana, víctima de violencia de género que ha acabado en un centro de Cáritas. Son un 17% más que hace un año y a todos les une el miedo, la desesperanza y la soledad.