Sapere aude, atrévete a saber, o atrévete a pensar decía Horacio y nos recordaba Immanuel Kant. Los seres humanos sentimos la necesidad de abrirnos a lo desconocido, de viajar por los territorios del asombro. Lo escribe Carlos Briones en su último libro "A bordo de tu curiosidad" publicado por la editorial Crítica. Las mejores preguntas, nos recuerda, son aquellas que aún no tienen respuesta. La ciencia, pero también las artes y las humanidades nacen de la curiosidad, de la duda, persiguen interrogantes y plantean retos. Como escribió Voltaire la ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda, gracias a ello avanzamos.
Cuanto sabemos, decía el físico John Wheeler nos sitúa en una isla en medio del océano formado por todo lo que ignoramos, más allá de lo poco que sabemos y lo mucho que no sabemos, tras el horizonte está todo lo que ni siquiera sabemos que no sabemos. Un trabalenguas muy real, dice Briones, afortunadamente con el avance de las sociedades el tamaño de la isla del conocimiento no ha dejado de crecer. Pero cuando su superficie aumenta también lo hace el perímetro de la costa: nuestra interfase con lo desconocido, las olas nunca dejarán de traernos preguntas hasta la playa.
Hoy encendemos el fuego de la cueva para abrazar la curiosidad humana, para perdernos en el laberinto de la ciencia y escapar de las pseudociencias porque como decía Richard Feynman hay que tener la mente abierta pero no tanto como para que se te caiga el cerebro al suelo.
Con nuestro maestro tecnológico Jaime García Cantero reflexionamos sobre realidad y fantasía celebrando el 45 aniversario de la novela "La historia interminable", y en el túnel del tiempo nos reencontramos con la escritora cubana, Premio Cervantes 1992, Dulce María Loynaz.