En biología nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución. Hace 6 millones de años el entorno en el que vivían nuestros antepasados empezó a cambiar, la selva dio paso al bosque abierto y a las praderas, la ocupación de este nuevo medio fue posible gracias a la capacidad de los primeros miembros de nuestro linaje para caminar erguidos. La necesidad de desplazarse por esos espacios abiertos supuso un cambio en la configuración corporal que les dotó de una gran resistencia, las piernas se alargaron, los músculos se hicieron resistentes a la fatiga, aumentó su capacidad para sudar y se produjo la pérdida de pelaje. Su dieta también se transformó, pasando de una dieta mayoritariamente herbívora a otra más variada que a su vez permitió una aceleración metabólica que exigió un mayor aporte de alimento. Los círculos virtuosos que se desencadenaron llevaron a nuestros ancestros a adquirir sofisticadas capacidades cognitivas y a cooperar de forma intensa. Lo escribe el Catedrático de Fisiología Juan Ignacio Pérez Iglesias en su libro "Primates al este del Edén. El organismo humano a la luz de la evolución" y nos recuerda las palabras de William Faulkner, el pasado ni siquiera es pasado, tampoco en biología, los rasgos que nos han permitido sobrevivir como especie son el resultado de la acción de presiones selectivas que han actuado durante millones de años, pero cuyas consecuencias seguimos experimentando en el presente. Hoy encendemos el fuego de la cueva para iluminar la evolución, para entender, mirando al pasado, por qué somos como somos.
Con Jaime García Cantero, maestro tecnológico de la tribu, reflexionamos sobre las Apple Glasses y el furor que han causado en EEUU y en el túnel del tiempo volvemos a charlar unos minutos con el escritor Julio Cortázar.