JuanaI de Castilla no estaba loca. Estaba enamorada de su marido Felipe el Hermoso. Los desequilibrios que sufría no eran debidos a una enfermedad mental, eran producto de los celos, de la ira, de la frustración. Felipe no le ahorró ningún disgusto. Su tendencia a rodearse de otras mujeres y visitar sus aposentos hacía que Juana perdiera el control de sus actos. Ciega de celos le perseguía, le requería y le vigilaba. Solo se sentía segura cuando él estaba con ella.
Tras la muerte de su madre, Isabel la Católica, Juana se convirtió en reina de Castilla, de León, de Galicia, de Granada, de las Islas Canarias de las Indias Occidentales.
Cuando falleció su padre, Fernando el Católico, heredó el reino de Aragón, de Navarra, de Valencia, las Islas Baleares, Nápoles y el Condado de Barcelona.
Pobre reina que no reinó. Triste esposa que no fue correspondida por su esposo. Desdichada mujer que con tan solo veintiséis años enviudó. Dolida madre cuando su hijo la encerró. Atormentada por el recuerdo.
Juana fue reina, archiduquesa, duquesa, condesa... pero solo en los papeles.
Lola Funchal, editora del programa Punto de enlace de Radio Exterior nos presentará la figura de una mujer única. De una reina enamorada.