Usos y costumbres de Anabel Alonso
Anabel Alonso, siendo adolescente, le dijo a sus padres que quería ser actriz a pesar de que aquello, en su ambiente, sonara a chino. Sospechaba que no lo iba a conseguir y que se ganaría los cuartos con otro oficio. Daba por hecho que acabaría haciendo cosillas con un grupo amateur o lo que la vida le fuera permitiendo. Pero la vida le dio la razón y le dijo “Hola, Anabel, bienvenida. Aquí la tele, un teatro, un cine”.
Yo la conocí cuando presentaba con Antonio Resines “Objetivo indiscreto”, porque yo formaba parte de uno de los equipos que hacían cámaras ocultas. Nunca fui mucho a plató y no tuvimos apenas contacto. Recuerdo que la encontraba especialmente graciosa en montaje, cuando veíamos los tiempos muertos. Llamo “tiempos muertos” a esos momentos que se graban porque van justo antes del “cinco y acción”. Siempre son instantes mágicos. Todo el mundo está relajado. No existe la presión de hacerlo bien y los ingenios se sueltan, y ella tiene ingenio.
Ahora está haciendo algo inusual y difícil. Se ha metido en una sala alternativa, el madrileño Espacio Labruc, para poner en escena un manual de buenas costumbres. Esta mujer que no confió en triunfar pero que triunfó enseguida, apuesta ahora por algo diferente.
Esta necesidad de riesgo, de cambio, la expresó en la entrevista de una forma que llamó mi atención. Dijo algo así como que quería poder fracasar. No es que quiera fracasar, sino que exista la posibilidad de fracasar y que ésta no sea el fin del mundo. La posibilidad de fracaso está ahí cuando desconoces el resultado de algo que vas a hacer. Y si lo desconoces, es porque no lo has hecho antes, es nuevo para ti y para los que te ven.
Me acordé entonces de unas pintoras que conocí en mis 20. Pintaban a la limón. Lograron éxito enseguida. Vendían todo lo que presentaban en ARCO, por ejemplo. Su marchante les reclamaba más y más cuadros porque parecían estar colocados incluso antes de concebirlos. Una de ellas me confesó su hartazón. Yo me metí a artista –dijo- para no trabajar en un banco y ahora no me da tiempo ni a pensar.
Claro. Sus compradores querían uno como el que habían visto en casa de un amigo, en una sala, en un catálogo… Querían un “producto de marca”. Así que las dos pintoras se sentían obligadas a aprovechar el tirón y posponer su evolución artística para momentos menos comerciales.
Escuchando a Anabel sentí que, con este nuevo proyecto, había decidido atender una necesidad personal. Habló de tomar las riendas de su carrera, de no esperar a que decidan por ella qué es lo siguiente que le toca interpretar.
Lo que vi en el espacio Labruc me hizo pensar en esa magia que precede al cinco y acción. Cuando no arrastras el peso de tener que acertar, de ofrecer lo que se espera de ti porque ya lo has ofrecido. Creo que permitirse el lujo de poder fracasar, la ha llevado al acierto.
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