Lo primero que me impresionó, al acercarme de forma casi casual al personaje de Joaquín Costa, fue descubrir lo poco que yo sabía sobre uno de los más importantes pensadores españoles del XIX. Un hombre, además, ejemplar en sus esfuerzos denodados por cambiar la realidad de una España anquilosada en un sistema que él definió acertadamente como “oligarquía y caciquismo”, en la obra del mismo título, que supone la fundación de la sociología en España.
Costa fue un jurista importantísimo, historiador, sociólogo, antropólogo, pensador y político. Su amor por la verdad, su honestidad a toda prueba y sus ideas liberales en plena Restauración lo condenaron a una existencia casi ascética, pero también lo llevaron a ser la conciencia moral de un país al borde del colapso.
Para mí se convirtió casi en una obligación moral hacer algo por ayudar a que se conozca la obra y la trayectoria personal de Joaquín Costa. Su descripción de la España de finales del XIX resulta atrozmente actual, aunque las tintas no estén ya tan cargadas. Su ejemplo vital será vigente siempre, y es una inspiración para quienes luchan por un mundo mejor intelectual y socialmente.
Durante el rodaje fue emocionante ver cómo en el campo de Aragón y Lleida todo el mundo sabe perfectamente quién es Joaquín Costa. A él le deben una vida próspera y sin demasiados sobresaltos. Son los descendientes de sus antiguos vecinos. Él vio en los canales de riego un camino para sacar de la miseria a los campesinos, primer paso imprescindible para la democracia.
Un año antes de morir se inauguró el canal de Aragón y Cataluña, construido por el Estado gracias en gran parte a los incansables esfuerzos de Costa y que cambió, hasta hoy, la vida de cientos de miles de personas.
El documental está articulado con esta conquista social como eje. Yo creo que el legado fundamental de Costa es que con conocimiento, honestidad y tenacidad se pueden cambiar cosas que parecían inamovibles. Un mensaje de esperanza imprescindible.
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