La ejecución de Troy Davis, acusado de haber matado hace 22 años a un policía en Georgia, Estados Unidos, ha estado paralizada esta noche durante cuatro horas. Un recurso de sus abogados dio nuevas esperanzas al condenado, pero finalmente, el Tribunal Supremo lo rechazó y Davis fue ejecutado mientras proclamaba su inocencia. El Tribunal Supremo de Estados Unidos ordenó en el último minuto suspender su ejecución. Pero fue sólo por unas horas. Una vez decidido que no había nada nuevo que añadir al caso, el estado de Georgia procedió al ajusticiamiento del reo.
Las últimas palabras de Troy Davis, atado a la camilla, fueron: "No soy responsable de lo que pasó aquella noche. Yo no estaba armado. Yo no maté a su hijo, ni a su esposo, ni a su padre." 15 minutos después, pasadas las 11 de la noche, se certificó su muerte. "Esto es una farsa, un escándalo de escala mundial", sostiene la portavoz de Amnistía Internacional, que había logrado reunir un millón de firmas en petición de clemencia.
Una hora antes, en Texas, la justicia ejecutaba a otro hombre: Lawrence Russell Brewer, un racista radical que hace 13 años secuestró y mató a un hombre de color arrastrándolo a lo largo de 3 kilómetros atado a su furgoneta.
Sólo en este año, ya son 35 las personas a las que se les ha aplicado la pena de muerte en Estados Unidos.
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