A los siete años de existencia, el Tour de Francia se aventuró a subir por las montañas de los Pirineos. Para la historia del Tour, los Pirineos fueron como cuando uno entra en un museo. Las carreteras pedregosas del Aubisque y del Tourmalet acogieron a los primeros corredores. No eran carreteras, ni siquiera caminos, tan sólo eran senderos lo que escalaban los primeros ciclistas. Nombres como Eugene Christophe, Nicolas Frantz o Antonin Magne forjaron su leyenda en la ronda gala gracias a sus hazañas en las montañas pirenaicas. Después de ese comienzo a principios del siglo XX, año tras año cuando el Tour atraviesa los Pirineos se desencadena una verdadera locura popular. Cientos de miles de espectadores acuden a los valles y a los puertos buscando el mejor lugar donde ver pasar a los corredores. Allí, en ese cruce de caminos de regiones y sensibilidades coexisten en perfecta armonía las banderas de Francia, España y País Vasco. La audaz apuesta de Henri Desgrange en 1910 se convirtió en una innovación que revolucionó la historia del ciclismo. También fue un acierto geográfico, un escenario salvaje y auténtico que todo el mundo identifica. Una historia maravillosa que celebra en 2010 una relación de 100 años.
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