Nihilismo digital: el "No Future" de los jóvenes ante la pandemia
- Gen Z Topic: Artículos escritos por los jóvenes de nuestra generación
- Nietzsche ya predijo la figura del 'último hombre' nihilista, una criatura sin pasión ni sueños que sólo anhela comodidad y seguridad. Y si nos arrebatan la seguridad, ¿qué se espera de nuestro comportamiento?"
El caos pandémico que ha arrasado con los últimos meses de nuestras vidas ha destripado cuestiones que llevaban tiempo gestándose, pero que el ambiente distópico ha acelerado y precipitado. Entre ellas, el creciente desencanto hacia el mundo en el seno de las generaciones más jóvenes, con más peso cuando tanto la generación millennial como la generación Z han crecido en una crisis constante comenzada cerca del 2008 y que ha continuado retorciéndose hasta la crisis del Covid-19. Las tasas de paro juvenil alcanzan el 40% y, entre quienes trabajan, el sueldo medio apenas permite alquilar un piso, que supone el 94% del salario. El expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, nos aclara el futuro: "la deuda tendrá que ser reembolsada por los más jóvenes".
Una asfixia social plasmada en millones de tuits, storis y memes
Las consecuencias de los desastres económicos de esta década larga han sido graves en muchos sentidos. Las estadísticas europeas de consumo de ansiolíticos son lideradas por España, y el riesgo de adicción golpea especialmente en las franjas de edad que abarcan desde la adolescencia a los treinta años. La profundidad con la que han trascendido culturalmente estas crisis es tanta que ha abierto una brecha generacional catastrófica. Ha hecho desvanecerse las esperanzas o las ilusiones que uno desde que es niño va albergando en el futuro, en la idea del desarrollo de una vida más allá de los estudios que estaba instalada en nuestro imaginario colectivo. Así, las incertidumbres y ansiedades se van generalizando a medida que corre el reloj. Los intentos de huida de esta sensación intensa de asfixia social se materializan a través del mundo digital y los millones de tuits y storis que son publicados en las redes a cada instante, en los canales de Twitch que alcanzan cotas de visualización inauditas fuera de televisión y, centralmente, en los memes. En estos espacios es frecuente un tono discursivo casi siempre envuelto en una suerte de humor cínico respecto al sentido de la vida, las universidades o las oportunidades laborales. La música urbana (antes llamada trap) ha tenido un papel central como campo de expresión de las emociones atravesadas en las nuevas generaciones, pasando de la subcultura al pop a velocidad de vértigo. Ya ha sido definida como el síntoma del milenio. Un buen retrato de éste pálpito es el que condensa el rey del marketing viral C Tangana, tanto en su papel de icono generacional como en el interior de su obra, por ejemplo, en la canción "La última generación": una intuición colectiva nos advierte de que "hemos conducido hasta el final del barranco" o, como dice en la misma canción el artista Jerva, el temor a "qué pasa si mañana ya no es mañana, si ya no queda tiempo para esa casa". Y es que este ánimo cultural que nos recorre no se solventa ni a través del BOE, ni con paquetes de medidas políticas, ni con mensajes institucionales de optimismo aséptico que tratan de hacernos pensar que todo saldrá bien: es como estampar el coche y pedirnos calma hasta que lleguemos a casa.
Nietzsche ya predijo el "último hombre" nihilista, una criatura sin pasión ni sueños que sólo anhela comodidad y seguridad
Las reacciones de los jóvenes ante los estímulos sociales son progresivamente nihilistas, y su articulación, que ha avanzado a ritmo vertiginoso a caballo entre lo digital y lo analógico se concreta (en su faceta activa) en fenómenos protagonizados por episodios de explosiones violentas que suceden en las calles eventualmente. Nietzsche ya predijo que nos encaminábamos hacia la figura del "último hombre" nihilista, una criatura sin pasión ni sueños que sólo anhela comodidad y seguridad. ¿Acaso no es normal que una juventud criada para ser así se vea arrinconada y se aísle en el hastío? Si se les arrebata la seguridad y se ahonda aún más en la vacuidad ¿qué se espera de su comportamiento?
Vivimos adentrados en el orden de la violencia simbólica que desnuda y dispara a las violencias subjetivas, y se siente violento lo heterogéneo, es violento lo común, es violento el amor. Sólo alguien muy alejado de los contenidos que se comparten en las redes durante los últimos meses y años puede verse sinceramente sorprendido por los estallidos de distinta índole que han ocurrido recientemente a lo largo del país. En Barcelona tras la sentencia del procés, en Gamonal por parte de pseudo negacionistas en protesta contra las medidas del toque de queda o de los centerares de vecinos que salieron a la noche vallecana a defender a tres chavales detenidos por la policía la madrugada anterior. Es de una lógica abrumadora que el clima de resentimiento, descreimiento y apatía constante se traduzca en acciones sociales, en su mayoría con deseos o demandas indeterminadas que han ido constituyendo el nuevo sentido común de los más jóvenes. Aún, incluso, con más razón sabiendo que la violencia (explícita) actúa como cohesionador en los grupos reforzando su identidad, y que en definitiva es útil para aferrarse a un sentido de pertenencia, sobre todo cuando crecemos en sociedades fragmentadas donde necesitamos con urgencia sentirnos parte de algo.
Quienes nos responsabiliza de las muertes de nuestros abuelos no han entendido nuestra historia
Cuando después de todo se criminaliza y señala a los jóvenes por fiestas ilegales esporádicas o por el ocio nocturno ahora paralizado -seamos realistas, todos hemos buscado nuestras particulares válvulas de escape a este simulacro de realidad-, o se lanzan campañas tan duras como la de la Comunidad de Madrid, donde se nos responsabiliza de las muertes de nuestros abuelos, uno sólo puede pensar que quienes idean estas campañas no han entendido nuestra historia. Y es que, si los jóvenes somos el problema o el enemigo, algunos tendrán que esforzarse por entender que la historia de un enemigo es la historia de alguien que no ha sido escuchado, y desde luego hay muchos chicos pensando que sus problemas no están siendo escuchados. Cuando una vez más el hartazgo pase de los smartphone a las ciudades, y vuelvan a repetir sobre quienes se quejan aquello de "están sembrando el caos", entonces habrá quien se sienta en su legítimo derecho de responderles, con el estilo de Picasso (y de Zizek) y decirles: no, vosotros lo hicisteis.
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David Ortiz (Valencia, 2001) es estudiante de Antropología en la UCM y miembro del espacio de comunicación política El Observatorio.