Entre el entusiasmo y la miseria: ¿qué significa ser escritor/a joven en 2021?
- ¿Se puede llegar a ser un/a autor/a libre en las míseras condiciones que a la juventud le brinda este 2021?
- Luna Miguel sugiere ocho autores/as que deberíamos leer en el nuevo año editorial
¿Qué significa ser escritor/a joven en 2021? Se trata de una duda tan insustancial como necesaria. De una trampa irónicamente útil. Responder a esa pregunta se podría interpretar como una concesión a la industria editorial, obsesionada tantas veces por la búsqueda voraz de lo nuevo, la sustitución de un tema viral por otro, el olfateo de sangre virgen, vampiridad estéril. Pero es que responder a esa pregunta también es un despliegue de otra serie de interrogantes que los que nos dedicamos o bien a esta industria, o bien al gesto íntimo de la escritura literaria, debemos tener presentes.
Desde dónde queremos escribir y por cuánto, de qué manera deseamos conectar nuestra pasión bibliófila con el interés general de un gran público en situación de precariedad, cómo adaptar nuestras obsesiones a estos tiempos vulnerables, cuánto le concederemos al ocio y cuánto a lo radical, en definitiva, ¿se puede llegar a ser un/a autor/a libre en las míseras condiciones que a la juventud le brinda este 2021?
Por curiosidad, lancé esa misma pregunta en Twitter a los pocos días de comenzar el año. El 2020 ya se nos había presentado como una suerte cumbre idílica para letraheridxs millennial. Con el Premio Booker Internacional en manos de Marieke Lucas Rijneveld (Nieuwendijk, 1991), con la prensa "Rooneysista" obsesionada con el nuevo milagro irlandés de Naoise Dolan (Dublín, 1992); con el jaleo que aún vienen arrastrando en nuestro país las narrativas de Cristina Morales (Granada, 1985) y Anna Pacheco (Barcelona, 1991), con la positivísima recepción crítica de Las maravillas, de Elena Medel (Córdoba, 1985), con los más de 20.000 ejemplares vendidos de Panza de burro, la primera novela de Andrea Abreu (Tenerife, 1995) y con la concesión de algunos grandes premios de poesía patrios a nombres como los de Carla Nyman (Palma de Mallorca, 1996), Rocío Acebal (Oviedo, 1997) o Mario García Obrero (Getafe, 2003), daba la impresión de que se nos estaba quedando una parcelita muy limpia y luminosa para las nuevas generaciones de autorxs.
Pero, ¿era así?
Cuando lancé la dichosa pregunta en Twitter, decía, la respuesta no fue tan obvia y, en la cascada de tuits que la precedieron, el entusiasmo desmedido que parecía azuzar la industria o la prensa cultural, menguó considerablemente.
«¿Qué significa ser escritor/a joven en 2021?», propuse.
«Dejar de escribir una temporada larga por centrarte en encontrar/estudiar para algo que te dé ingresos estables, porque si no, no escribes ni estás tranquila. Pero si no escribes, lo otro se hace también cuesta arriba. Así que en resumen, estar fucked», respondió la autora de narrativa fantástica Fani Álvarez. «Tener que buscar constantemente trabajo», sugirió el cantautor Alessio Arena. «Pues na», dijo la novelista Alba Caraballal, en la línea del poeta Adrián Viéitez: «en mi opinión no demasiado». Según @marialim0n, ser escritor/a joven en 2021 es «tener que servirte de redes sociales para formar una red constructiva porque cada vez que mencionas que estás interesado en la creación la mayoría de personas se limitan a citarte a Machado o Hernández. Ah, y en caso de ser mujer, (más) condescendencia y paternalismo»; algo parecido a lo que respondió el periodista Rubén Serrano, para quien algo así significa «intentar escribir por las noches agotado mientras piensas en pagar alquiler, autónomo, facturas y te invade la ansiedad. Vivir de la ilusión. Otra forma más de precariedad».
El hilo llegó a sumar otras cincuenta respuestas trágicas.
Casi nada.
"Ser escritor joven en 2021 es tener clara conciencia de que este país sólo sabe culpar de todo a los jóvenes"
Más allá Twitter, se me antojó preguntar a dos activos de la industria editorial que de diferente manera habían protagonizado 2020. Uno de ellos, el editor Marcel Ventura (Barcelona, 1985), quien desde Temas de Hoy ha publicado y reivindicado a buena parte de las firmas millennials internacionales citadas en este mismo artículo. Desde la gran casa de Planeta, Ventura hila la situación de la industria con el momento pandémico que nos ha tocado atravesar, y cree que «ser escritor en 2021 debe ser igual que ser escritor en 2020, pero con la clara conciencia de que este país sólo sabe culpar de todo a los jóvenes, incluso si hay que culparlos de ser escritores jóvenes que matan a escritores mayores mientras hacen botellón. Eso, sobre todo». Curiosamente, a la filósofa Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) no le preocupa tanto la incidencia del coronavirus en la creación literaria como el jaleo y el acoso que existe en redes hacia escritrxs en situaciones de vulnerabilidad, ya sean jóvenes o no: «Yo creo que el tercer confinamiento será dentro de poco y que la situación empezará a volver un poco a la normalidad en verano. Por lo demás, la vida (y el mundo literario) seguirá su curso: como vemos con algunas escenas un poco lamentables de acoso recientes, que exista la COVID-19 no influye en absoluto en cada uno de los debates y peleas de patio de colegio que tenemos».
Entonces, ¿qué nos espera en 2021? ¿A quién deberíamos leer? ¿Con qué voces podríamos volver a sentir entusiasmo entre tantas tentativas de miseria? Aunque elegir siempre signifique dejar fuera sensibilidades y propuestas importantes, aquí van algunas de mis palpitaciones. Siete voces que, de diversas maneras y desde diferentes registros, marcarán los complejos meses que nos quedan por delante.
1. Sara Barquinero
Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) es una filósofa y narradora afincada en Madrid. Su ambiciosa novela Me quedaré sola y sin fiesta será, a finales de 2021, la gran apuesta de la editorial Lumen por una novelista de su generación. Barquinero ya ha publicado una novela breve: Terminal, y compagina la escritura con la docencia. Ella mira con entusiasmo la calidad de las propuestas literarias recientes: «En los últimos años se ha producido una renovación interesante de temas y voces con una fuerte conciencia social, política e identitaria. No me interesan los planteamientos por los que el presente es decepcionante y cualquier pasado fue mejor». Sin embargo, «diría que sí que me preocupa la precariedad que hemos aceptado como consustancial al estatuto de escritor o escritora (o profesiones asociadas, correctores, traductores, etc), y que en ese sentido quizá tengamos mucho que aprender de otros sectores, como es el caso de los guionistas, que están sindicados, o desarrollar otra forma de conciencia política comunitaria que reflexione sobre la función social de la literatura y las condiciones materiales que la permiten».
2. Juanpe Sánchez
También a finales de 2021 llegará el primer libro de poemas de Juanpe Sánchez (Alicante, 1994), de la mano de la editorial de Ángelo Néstore, Letraversal, que anteriormente nos había descubierto los poemas de Elizabeth Duval o de Elvis Guerra. Actualmente Sánchez estudia el máster en Teoría y Crítica de la Cultura en la Universidad Carlos III de Madrid y continúa con su investigación poética y narrativa, inspirándose en referentes tan dispares como Jean-Luc Nancy o Lana del Rey. Preguntado por la situación de la industria cultural, él se centra en el panorama poético, y señala que «es increíblemente estimulante. La llegada y el esparcimiento de voces como las de Berta García Faet o Ángela Segovia ha marcado, sin lugar a dudas, un antes y un después en la forma de escribir poesía; reconciliando, por fin, la emoción, los apegos y los afectos con el cuestionamiento lingüístico-artístico y la preocupación formal». Y además, se muestra crítico con ciertas modas y corrientes: «no me interesa tanto, por otro lado, la poesía que no juega con las posibilidades del texto literario y genera una crítica social obvia. Para eso está Twitter».
3. Fluorrazepam1
Unxs tendrán Twitter, y otrxs tendrán Instagram. Personalmente, el trabajo que vienen haciendo ciertas creadoras de memes en esta red se asemeja bastante al análisis entusiasta que tanto Sánchez como Barquinero hacían en referencia a la variedad temática, a la investigación y a la potencia de las nuevas voces literarias. Si como a veces ha sugerido Álvaro L. Pajares, el meme es el nuevo columnismo, podríamos estar de acuerdo en que un trabajo como el de Fluorrazepam1 (Alicante, 1993) es una manera de creación de ideas y de generación de pensamiento muy potente. Bajo esa máscara, la memera de veintisiete años sube a diario reflexiones sobre el cuerpo, los afectos, el feminismo o el debate alrededor de lo trans. ¿Son los memes literatura?, ¿y qué importancia tiene para ti la industria editorial actualmente?, le pregunto. A lo segundo, me responde así: «Respecto a la industria editorial siempre tengo sentimientos encontrados. Por una parte me encanta ver últimamente tantas voces jóvenes abriéndose paso dentro del panorama literario. Recuerdo hace unos años pensar que las personas de nuestra generación solo parecían tener cabida en ámbito juvenil, cuando había escritores noveles con muchísimo más que ofrecer. Ahora veo que se va formando una cantera de jóvenes escritores, que se da espacio a nuevas voces y eso es algo que me encanta. No obstante, al final la parte negativa es lo que, en mi opinión, le pasa a toda la industria artística y cultural de este país, que es la poca importancia que se le da. La cultura se tiene como en un tercer plano, con todo lo malo que eso conlleva». En cuanto a lo primero, Fluorrazepam1 tiene más iluminaciones: «Yo creo que en esta esfera se están fraguando muchas cosas interesantes a nivel teórico. A primera vista parece un poco cajón desastre, pero en cuanto indagas te das cuenta de que se manejan muchas teorías, perspectivas y discursos. Hay una heterogeneidad brutal respecto a puntos de vista políticos y sociales, que al mismo tiempo se retroalimentan entre ellos porque al final estás consumiendo aparte de producir, y eso te influye también en tu forma de ver las cosas. Este quid pro quo da como resultado no solo la proliferación de marcos teóricos sino también de expresiones artísticas. Al final el mundo del meme es muy ecléctico. Que hay un buen bagaje teórico es innegable. Al final eso es otro reflejo más de que el futuro de la cultura de aquí en adelante siempre va a estar muy ligado a Internet».
4. Margot Rot
De creación en Internet también sabe mucho Margot Rot (Gijón, 1996). Aunque su primer ensayo verá la luz a lo largo del año en la nueva colección de pensamiento millennial de Paidós dirigida por Sergi Soliva —esa en la que también podremos leer a Eudald Espluga—, esta joven y filósofa asturiana lleva tiempo dejándose ver por proyectos colectivos en la red, como Árboles frutales, o el mítico Visual 404, entre otros, desde donde ha reflexionado sobre filosofía, redes sociales y amores. Rot es entusiasta con la escena y podría decirse que más allá de su experiencia académica, forma parte de un movimiento en el que puede relacionarse su pulso con el de Rodrigo G. Marina, Pablo Caldera o Perla Zúñiga. Con todo, su entusiasmo no riñe con su reflexión a propósito de la precariedad imperante: «Como lectora estoy muy, muy satisfecha. Nunca antes había tenido la oportunidad de leer a tantas personas jóvenes. Hay editoriales muy dedicadas que están constantemente buscando a personas que, a través de su escritura, nos ayuden a entender el mundo en el que vivimos. Tengo que mencionar especialmente a Editorial 16. Alejandro Marín es uno de esos editores preocupados por dar voz a personas que tal vez no tienen los medios pero sí el ímpetu. Es un mundo tan precarizado como tantos otros, eso sí. Los procesos editoriales me resultan lentos, tediosos, y nunca asumen los costes de tiempo que, en realidad, uno le dedica a la escritura del libro. ¡Cognitariado!».
5. Margaryta Yakovenko
La periodista y columnista de El País Margaryta Yakovenko (Tokmak, 1992) también ha reflexionado sobre los claroscuros de los procesos editoriales, la recepción de una primera novela y el sentido de ser una escritora joven que, con la publicación de su primera obra —la celebradísima Desencajada, centrada en la experiencia de la migración— ha abierto un camino temático inédito para la narrativa española. ¿De verdad es tan agradable estar "en el foco"? ¿Para qué sirven las promociones agresivas en tiempos de Covid-19? ¿Qué significa realmente, para las editoriales, la prensa y lxs lectorxs, ser una escritora novel? ¿Por qué se han creído que debemos trabajar gratis? Yakovenko lanza muchos hilos al respecto: «Nunca he sido partidaria de romantizar el pasado ni idealizo la escritura: sé que para unos es negocio y para otros es trabajo. Aún así, creo que la industria editorial ahora mismo es una especie de vorágine, un torbellino furioso que nos arrastra a todos (escritores, editores, libreros). Hay presión por publicar, hay presión hasta por leer las últimas novedades y cada mes salen más de una docena. A veces es un lugar incómodo en el que estar. Hay demasiados focos que te iluminan mientras unos altavoces gritan: "escribe, escribe, escribe"; "publica, publica, publica"; "consume, consume, consume". Y, por supuesto, opina. No me es difícil formarme una opinión de las cosas, lo difícil es seguir el ritmo sin consumirte tú misma. Y si a toda esa presión le añadimos que además de que escribir es un trabajo a tiempo completo está fatal pagado, tenemos el combo perfecto para sentirnos agotados y con ganas de tirar la toalla muchos días de la semana. No creo en que los escritores debamos tener un trabajo "real" y luego la escritura. No hay nada de bonito en sentarse a escribir por la noche, después de tu jornada laboral, en una fría buhardilla. Lo bohemio no es agradable. Lo agradable es tener calefacción central y cierta estabilidad para no acabar en un pozo. Lo agradable es sentir que tu trabajo es valorado. Y la verdad es que prefiero el dinero a los likes».
6. Irati Iturritza
¿Nos encontramos ante el gran lema de la escritora millennial-z en España? ¡Más dinero y menos likes! Así lo reivindica también Irati Iturritza (Pamplona, 1997): «Creo que es importante no romantizar la escritura y todo lo que la rodea, y mantenernos firmes también en este tema. Últimamente no me canso de decir aquello de que a la gente hay que pagarle por su trabajo, que parece una obviedad pero que en ocasiones, por lo visto, no lo es». Iturritza fue una de las primeras poetas de la generación Z en publicar su poemario en una editorial importante. Su Brazos cortos vio a luz en La Bella Varsovia cuando todavía no había cumplido los veinte. Desde entonces se convirtió junto a Rosa Berbel, Carlos Catena o Juan Gallego Benot en una de las representantes de su generación. En unos meses Iturritza publicará su segundo libro: Tampoco era esto lo que quería decir. Sobre el trabajo que realizan sus compañeros de generación dice que le interesa, sobre todo «ver cómo se van generando conexiones entre autoras, cómo unas escrituras se pueden estar viendo influenciadas por las otras. Aunque esto también tiene su parte peligrosa, por lo menos potencialmente: la creación de círculos irreales, el estar accediendo siempre a una única forma de ver las cosas, una vez entras en ellas. Frente a eso, no sé si Internet democratiza, me gusta pensar que sí, y creo que en ese sentido también puede ser interesante lo que sucede en redes».
7. Markel Hernández
De la importancia de tejer comunidad me habló también el dramaturgo Markel Hernández (Arrigorriaga, 1997). A finales de 2020 salía de imprenta su potente obra Vivir de alquiler, publicada por Algaida tras ser galardonado con el Premio Literario Kutxa Ciudad de San Sebastián. Se trata de un texto sobre el deshaucio, sobre las dificultades económicas y sobre ese concepto tan bello pero terrorífico de “poner el cuerpo” ante la adversidad. Hernández reivindica a una nueva generación de lectores que vuelve acercarse, según sus palabras, a la “inusual” literatura dramática. Y a pesar el entusiasmo, añade: «es el mejor momento para ser lector, pero para estar del otro lado de los libros cuesta hacerse un hueco en la mesa de novedades. Hay una gran oferta de premios, hay editoriales independientes y periféricas compitiendo con los grandes sellos, hay voces emergentes que tienen mucho que decir a las ya asentadas; participar en este ecosistema literario requiere más que dedicación, obstinación, sin embargo, merece la pena».
8. Rosa María García
Si hay una pensadora que pone literalmente el cuerpo en su pasión por defender sus ideas y difundirlas contra marea, esa es la filósofa Rosa María García (Murcia, 1995). García se encuentra trabajando en diversos proyectos e investigaciones que verán la luz en forma de libro, como su participación en la segunda parte de Vidas trans: vidas no binarias, o una investigación propia sobre la atención a los menores trans en relación a la atención sociosanitaria. A propósito de la pregunta que aquí nos ocupa —eso de qué significa ser escritor/a joven en 2021— ella es muy crítica, y no sólo habla de precariedad, sino que también recuerda todo lo que queda por hacer para poder hablar con entusiasmo de un panorama verdaderamente plural: «Me angustia la falta de oportunidades para la mayoría de gente interesada, pero no creo que eso tenga una solución fácil, y en ningún caso sería algo definitivo mientras editoriales y autoras estemos forzadas a emplear nuestra literatura como mercancía y no como un bien común. Ojalá esto fuera discutir otros problemas de fondo, temas ajenos, pero la construcción y las posibilidades de los mercados editoriales están asentados sobre las condiciones en las que se forman, responden a ellas en distintos aspectos […] Si una rastrea las relaciones entre la academia feminista y el mundo editorial feminista, encuentra puntos de unión interesantes en proyectos como Cátedra, que tiene una colección de literatura feminista muy valiosa y al mismo tiempo totalmente sesgada. Durante mucho tiempo, la academia ha sido determinante para el canon feminista, y con ella su ideología (el academicismo y otros monstruos de clase). Pero, sobre todo desde los noventa, el mercado editorial feminista se va independizando y pluralizando. Aun así, a día de hoy las producciones que adquieren más popularidad son las escritas por académicas y responsables políticas, que en el mejor de los casos parten de un punto de vista absolutamente liberal (en genealogía y en prácticas políticas) y, en el peor, proyectan sus prejuicios clasistas, cis y hetero en una racionalización muy peligrosa que a veces roza el discurso de odio. Así que, en una línea, recordaría un tuit que escribí una vez: demasiados libros sobre feminismo escritos por pavas cisheteras hay. Porque es una cuestión de clase».
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Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) trabaja como editora en Barcelona. Es autora de siete libros de poemas, de la novela El funeral de Lolita y de los ensayos El coloquio de las perras y Caliente. En redes sociales es @lunamonelle.