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¿Qué lecciones podemos aprender de las hormigas?

  • En sus túneles no hay atascos y cada pequeño movimiento parece responder a un algoritmo perfecto
  • Los hormigueros caseros permiten estudiar a estos seres que fascinaron a Aristóteles

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Hormigas unidas levantando una hoja.
Hormigas unidas levantando una hoja.

La vida, decía George Clemenceau como el que asiste a una gran ópera, es un espectáculo magnífico, pero nos han tocado malos asientos y muchas veces no entendemos exactamente lo que estamos presenciando. Otras veces ni siquiera prestamos demasiada atención. Pero a pesar de nuestra indiferencia -o de nuestra habilidad como exterminadores, en el peor de los casos- ellas viven entre nosotros; están en nuestras cocinas, jardines y hasta detrás de nuestras paredes. Probablemente inventaron la agricultura, la esclavitud y hasta fundaron las primeras polis. Bajo nuestros pies extienden grano a grano sus belicosos y quilométricos imperios y, sin embargo, es muy poco lo que sabemos de ellas.

Como chispeantes perlas negras, diminutas, esquivas y aparentemente vulnerables, muy pocas especies han colonizado el planeta tierra con tanto éxito como las hormigas: después de 120 millones de años sobre la faz del planeta, hoy sabemos que existen más de 14.000 especies distintas (aunque se cree que pueden ser muchas más) cuyo imperio se extiende casi sin excepción desde el uno hasta el otro confín.

Tanto es así que en Viaje a las hormigas, Bert Hölldobler, un afamado mirmecólogo -así se hacen llamar los estudiosos de estos bichejos-, defendió que, en total, todas las hormigas pesan más que todos los seres humanos juntos. No en vano una de las mayores colonias de las que se tiene noticia incluye a más de mil millones de ejemplares y abarca una superficie superior a los 6.000 quilómetros, desde Portugal hasta el norte de Italia.

Aristóteles las consideraba "animales políticos"

Aunque no lo parezca, el interés por estas criaturas es tan antiguo como andar hacia delante. Ya en el libro de Proverbios se dice: «Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento».

Aristóteles las estudió con esmero y llegó a la conclusión de que, como nosotros, también ellas son animales políticos (hoy los científicos prefieren el término eusociales). El anarquista Kropotkin refuerza la idea de Aristóteles señalando que «cuando los fundadores de religiones, filósofos y moralistas nos hablan de entidades divinas o metafísicas, solo están reformulando lo que cada hormiga, cada gorrión practica en su pequeña sociedad». Creo justo reproducir también las palabras de Darwin:

Los instintos, capacidades mentales y afectos maravillosamente diversificados en las hormigas son normalmente conocidos, y sin embargo su cerebro es más pequeño que un cuarto de la pequeña cabeza de un alfiler. Bajo este último punto de vista, el cerebro de una hormiga está formado por algunos de los más maravillosos átomos de materia del mundo, y quizás sea más maravilloso que el cerebro de un hombre.

Mi simpatía por estas criaturas tan maltratadas e incomprendidas —las he visto morir gaseadas, aplastadas en la suela de una zapatilla y hasta abrasadas bajo el vidrio de una lupa— me llevó a extender mi interés más allá de lo teórico y practicar lo que Ernst Jünger llamaba «caza sutil», hasta el punto de que cada vez que recibo visita en casa me resulta imposible librarme de la pregunta «¿cómo es que coleccionas colonias de hormigas?». Y creo que ha llegado el momento de responder.

Lo primero que uno advierte cuando observa de cerca un hormiguero es, simplemente, caos. Y el caos es, en palabras del matemático Edward Lorenz, el orden que todavía no hemos podido comprender. Descifrar las fórmulas que rigen ese orden invisible, aparentemente anárquico pero armonioso y preciso como un reloj suizo, es la tarea de los mirmecólogos. Por tanto, lo primero que se ejercita cuidando una colonia de hormigas es la paciencia y la capacidad de observación.

Capaces de intuir el momento de su muerte

Una vez rendido el observador, verá que si ignora la marabunta en su conjunto y pone el foco en una sola hormiga cada vez, el velo del desorden se descubre revelando tareas simples y sincrónicas. En la colonia cada hormiga tiene una misión, a la que se entrega con una minuciosidad impecable: una transporta un cadáver hacia la celda que hace las veces de morgue municipal, otra hace lo propio con los residuos de la colonia, una tercera y una cuarta montan guardia alrededor de la reina, y un grupo de veteranas han salido en fila a hacer las labores de forrajeo —se ha demostrado que las hormigas son capaces de intuir el momento de su muerte, de modo que aquellas que perciben un final inminente asumen las tareas más arriesgadas—. Todas ellas, por cierto, son hembras.

La eficacia con que llevan a cabo estas tareas fascina y desconcierta a los científicos a partes iguales: en el interior de los túneles no hay atascos, los pasadizos no colapsan y cada pequeño movimiento parece responder a un algoritmo perfecto. Para más inri, un artículo publicado en la revista Science demostró que, en realidad, los individuos que realizan todo el trabajo constituyen el 30% de la colonia, mientras que el 70% restante se limita a no molestar. Esto es lo segundo que podemos aprender de las hormigas.

Pero su capacidad de cooperación va mucho más allá. La complejidad de tales estructuras ha llevado a los expertos a acuñar el concepto de "superorganismos", lo que significa que una colonia de hormigas, como conjunto, obedece a unas reglas biológicas muy similares a las de un organismo individual, comportándose como un todo. Desde la protección mutua hasta la elección del nido, todas las decisiones que afectan a la colonia se toman ‘en común’ (aunque no de forma democrática) subordinándose a una suerte de inteligencia colectiva que el dramaturgo Maurice Maeterlink bautizó como «el alma de la colmena» y que inspira a los estudiosos de la inteligencia artificial. Sin ser democráticas, las colonias de hormigas no son tampoco autocráticas; diríamos que las jerarquías han sido reemplazadas por redes de trabajo compartido.

"Son, además, furibundas nacionalistas: los miembros de otras colonias son inmediatamente reconocidos, atacados y destruidos"

En un artículo publicado en esta misma plataforma defendí que el hombre no puede concebirse al margen de sus relaciones con los otros -no man is an island- y que debemos renegar de la ilusión que nos invita a pensar en el individuo como un ser autónomo y aislado del resto. Esta conciencia social se manifiesta en las hormigas como una absoluta ausencia de individualidad. Un caso peculiar es el de la especie forelius pusillus: todas las noches un grupo de diez hormigas sella la entrada de la colonia con rocas, ramas y barro. Esto implica que éstas deben permanecer fuera del hormiguero durante toda la noche, exponiéndose a sus depredadores a cambio de la seguridad del resto de la colonia. Las hormigas son, además, furibundas nacionalistas: los miembros de otras colonias, aun siendo de la misma especie, son inmediatamente reconocidos, atacados y destruidos. El observador de hormigas puede comprobarlo fácilmente introduciendo en su colonia una hormiga extranjera.

Una afición al alza

Durante la crisis del 2007, como tantos millones de españoles, el gaditano Roberto Huerta perdió su empleo. Huerta trabajaba como informático y en sus tiempos libres gestionaba un foro online, lamarabunta.org, donde él y unos algunos pocos compartían su afición por las hormigas. «Hoy hay más de 30.000 personas registradas», comenta. Fue entonces cuando decidió hacer de su afición un oficio, y puso en marcha AntHouse, la única empresa española dedicada a la venta de hormigueros.

«Las hormigas forman sociedades muy complejas parecidas a las humanas», añade Roberto. A día de hoy, la empresa da de comer a 14 personas y ha visto crecer su plantilla durante la cuarentena. De hecho, ni siquiera el confinamiento impidió que este año se celebrara el congreso Taxomara, donde aficionados a las hormigas de España y Portugal se reúnen anualmente. Este congreso surgió en el foro impulsado por Roberto y posteriormente dio lugar a la Asociación Ibérica de Mirmecología, a la que también pertenece.

«Creo que el interés en España, pero también en el resto de Europa, está siendo cada vez mayor y que esta afición se está extendiendo», sentencia. «Cada vez miramos más a las cosas pequeñas y lo que encuentran los clientes es un mundo en miniatura que normalmente nos está vedado». Y ciertamente, quizá todos los misterios del universo quepan en una pequeña e ignorada colonia de hormigas.

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Diego Martínez Gómez (Cartagena, 1999) estudia Derecho y Periodismo en Madrid. En la actualidad edita y dirige el magacín digital lacontroversia.com.