'Cruella': de la romantización de la maldad a la reivindicación de villana moderna que deslumbra, pero no convence
- El nuevo film de Disney vuelve a caer en la justificación del mal a través del trauma de sus protagonistas
- Stella y Cruella, la dualidad de emociones que conforma el hilo conductor al que da vida una soberana Emma Stone
- El diablo viste de Prada, Joker y los continuos guiños a 101 Dálmatas, entre las claves del proyecto
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Cada vez es más habitual comprobar cómo Disney, cansado de seguir creando películas con los finales felices que todos conocemos -o esperamos-, ha optado por la vía de los villanos. Una dirección que no había tomado hasta que decidieron que comenzar con Maléfica era la mejor de las opciones. Han pasado pocos años desde entonces, pero ahora la factoría vuelve a la carga con Cruella, el proyecto que cuenta la historia de la antiheroína que todos conocimos en 101 Dálmatas.
El personaje, al que da vida una increíble Emma Stone, inicia su recorrido mostrándonos su más tierna infancia. Una niñez que, como no podía ser de otra manera, es la culpable de que su "yo" del futuro se convierta en una persona malévola, sin escrúpulos y alejada de cualquier educación que obtuvo durante sus primeros años de vida. De nuevo, Cruella vuelve a caer en eso de "comprender para justificar". Un argumento con el que pretenden hacernos empatizar con una maldad que ya conocíamos, pero que no termina de responder a la verdadera pregunta: ¿tan difícil es regir tu vida sin caer en la facilidad que otorga hacer el mal, no tener remordimientos y vengar tu historia a cualquier precio?
¿La maldad abre puertas en un mundo que no te permite el mínimo fallo?
Vamos al quid de la cuestión. ¿Es necesaria la maldad para alcanzar tus objetivos? Una vez más, Disney pretende que nos pongamos en el lugar de una joven Stella (posteriormente pasará a llamarse Cruella) que en plena infancia ve cómo se queda sola en el mundo y se ve en la tesitura de tener que escoger: ¿rebeldía o sumisión? ¿El bien o el mal? Esta dicotomía, que puede hacer aparición en todos y cada uno de nosotros, conforma el hilo conductor de una historia que arranca en la ciudad de Londres de los años 60. Un lugar donde Cruella lucha por hacerse un hueco en el mundo de la moda y que encuentra en la Baronesa, la diseñadora más famosa de su generación, la posibilidad de alcanzar un sueño que parecía imposible tras vivir toda su vida alejada de las convenciones sociales del momento: huérfana, sin estudios y compartiendo vivienda con Horacio y Gaspar, sus fieles compañeros a los que ya conocimos en la adaptación animada de los 90.
Emma Thompson (Baronesa) interpreta un personaje que bien podría recordarnos al que desempeñó Meryl Streep como referente de la moda en El diablo viste de Prada. Sin escrúpulos, carente de empatía y narcisista, su papel refleja la dificultad que poseían las mujeres en aquel momento para convertirse en un referente -a cualquier nivel- sin tener por qué ser cuestionadas por ello. A pesar de su actitud despectiva ante el mundo y cualquier persona que la rodee, la Baronesa da pie a que el espectador reflexione sobre una cuestión: ¿siendo mala se consigue todo? Una dicotomía moral que vemos durante todo el film encarnado en Stella, la típica joven reformada que deja atrás su tormentoso pasado y que intenta hacer las cosas todo lo bien que está en sus manos para rendir honor a su madre. ¿El resultado? La nada más absoluta. Es decir, se vuelve a recalcar que no es posible ir por el mundo haciendo el bien, siendo respetuosos con nuestro entorno y sin salirnos de la línea. Lo que Cruella nos hace ver es que a través de la maldad, el ser humano consigue centrarse en sus objetivos y pasa de reflexionar sobre cualquier tipo de obstáculo que aparezca en su camino. Sean objetos, puestos de trabajo... o vidas.
Durante las casi dos horas de película, el espectador se ve en la obligación de posicionarse a un lado o a otro. Nada de medias tintas. Una especie de ying y yang que genera la dualidad de pensamientos que pretende transmitir su protagonista. Sin embargo, cuando parece que la maldad va ganando terreno y unas emociones se superponen a otras, nos damos cuenta de que no es así y de que juegan con nosotros más de lo que pensábamos. Sino, ¿por qué pasaríamos de presenciar un claro sentimiento de venganza para ver cómo culmina de la forma más "inocente" posible? La muerte, que acecha de forma permanente durante la historia, se queda como un mero factor secundario que vacila con hacernos creer que sabemos lo que va a ocurrir.
Justificación de la maldad: ¿ha llegado para quedarse?
Quien sea fan de Disney habrá comprobado el gran parecido que posee con Maléfica. La película protagonizada por Angelina Jolie nos trasladaba a un mundo de fantasía donde la temida villana se convertía en lo que todos conocimos en La bella durmiente. Una historia rompedora que te hacía empatizar con ella y que convertía lo que veías en una historia bien hilada y que te sumergía por completo en su toma de decisiones. Algo que parece que se ha quedado pendiente en la esperada adaptación de Cruella. El motivo no es otro que las continuas idas y venidas de un personaje que, de nuevo, vuelve a enfrentarse a su traumático pasado para seguir viva. Una lucha interna por la que se cae en el viejo truco de comprender sus orígenes para justificar la maldad que rige su vida.
Dicho esto, es imposible no hacer referencia a la última adaptación del Joker. Un personaje que, al igual -aunque salvando distancias- que Cruella, se alimenta de un caos del que es imposible deshacerse si quieres ser alguien en la vida. El film de Emma Stone finaliza con una escena donde no da pie a que el espectador divague en diversas teorías: junto a Gaspar y Horacio, Cruella acude al funeral ficticio de Stella. Un acto simbólico que evidencia de qué lado queda su protagonista y cuál es el que ha decidido desechar enterrándolo junto a sus inseguridades, problemas, pasado y cualquier tipo de emoción que le haga tambalearse en una sociedad que no te permite que lo hagas ni una sola vez.
Guiños permanentes a 101 Dálmatas y... ¿mejor live action de Disney?
Una de las incógnitas que planteaba el proyecto era la de comprender de dónde venía la animadversión de Cruella hacia los dálmatas. Una duda que queda medio solventada pero que genera todo tipo de dudas: ¿está verdaderamente relacionado con el trauma que marcó su infancia? Sin hacer mucho spoiler te diremos que pretenden hacernos creer que es así, pero cuyo final alternativo veremos que da pie a todo tipo de hipótesis que podrían ser un claro mensaje de que una segunda parte de la historia podría ser real en cuestión de poco tiempo.
Para los seguidores de la factoría, las alusiones a la versión animada de la historia que todos conocimos son bastante claras. Por fin descubrimos por qué Stella conoce a Roger y Anita, los protagonistas de 101 Dálmatas. También cuál es el origen de un Horacio y Gaspar que han pasado de ser considerados meros desechos sociales a alzarse como una de las piezas angulares del éxito que alcanza Cruella. No sin antes convertirlos en los fieles escuderos que se trasladan de un lugar a otro en su famosa furgoneta. Un transporte que da pie a que se escenifiquen situaciones completamente fidedignas a la adaptación de los 90, como aquella escena mítica donde se analiza irónicamente el parecido que poseen los perros con cada uno de sus dueños. ¿Te suena? O aquel momento en el que la ciudadanía londinense comenzó a tomar por loca a una diseñadora que hacía creer a la sociedad que su indumentaria estaba completamente hecha con pieles de dálmatas.
El final alternativo es lo que reafirma a qué lado queda el personaje interpretado por una Emma Stone empoderada, arriesgada y cuya puesta en escena no genera ningún tipo de dudas acerca del papel que desempeña. Tras visionar parte de los créditos finales, la historia se remonta al mítico momento de apertura de 101 Dálmatas donde Roger aparece cantando aquello de "Cruella de Vil es todo un espanto". Pero para sorpresa de todos, y a la par que vemos imágenes de Anita ordenando parte de su hogar a pantalla partida, ambos van directos hacia la puerta para recoger un paquete: dos dálmatas, Pongo y Perdita. ¿Los recuerdas? Los perros que serían los responsables de que ambos se conozcan durante uno de sus paseos vienen de la mano de Cruella, que es quien firma ambos regalos. No te adelantaremos el motivo que le llevó a hacerlo, pero sí que esta escena supone en cierre de una historia que casa a la perfección con el icónico inicio del film de nuestra infancia.
En definitiva, Cruella consigue trasladarnos a un Londres ambientado en los años 60, 70 y 80 a través de una personalidad cambiante y repleta de dudas, pero que sorprende gracias a los grandiosos estilismos con los que da vida a una persona cuyo único objetivo es destacar. Y lo consigue. Una sensación que nos hace pensar que estamos ante uno de los mejores live action de Disney si tenemos en cuenta el soundcheck que ameniza cada escena, los outfits con los que nos deleitan en cada trama y el poder de convicción que posee la interpretación de Emma Stone. Lo que no logra es trasladar al espectador ese sentimiento de empatía que nos produjeron otras producciones y que, de nuevo, nos plantea una romantización de la maldad y reivindicación de la villana moderna que sí deslumbra, pero no convence.