Caso Samuel: ante el dolor de los demás
- A los coruñeses, como al resto del mundo, más nos vale tener entre nosotros a personas como Samuel, que nos cuidan y nos protegen
- Estos energúmenos que han cometido un crimen brutal jamás van a tener una vida normal. Pero es que tampoco la iban a tener de otro modo. No hay alternativas saludables
Uno de los libros más inteligentes que he leído es el de la filósofa Susan Sontag Ante el dolor de los demás, un análisis sobre por qué la gente consume tantas imágenes violentas y cómo reaccionan ante ellas. Es uno de los ensayos más relevadores jamás escrito, una de las últimas obras a las que etiquetar como humanista sin temor a equivocarse. Su conclusión es atroz: Sontag reconoce ignorar por qué proliferan las imágenes violentas en las sociedades modernas. Y tampoco sabe decir para qué sirve vivir rodeado de tanta violencia. Yo creo que acertó en su diagnóstico: la ignorancia. La ignorancia es la nueva xenofobia. Negar y ocultar el dolor de las víctimas. Confundir y malinterpretar algo tan terrible como matar a una persona.
Hace no mucho, intentaron atracarme en el centro de Coruña con una navaja. Pedí ayuda en la calle y me ignoraron. Incluso llegaron a acusarme de ser el provocador ¿de mi propio robo? Tuve que defenderme yo solo y al final disuadí al ladrón, un chaval de dieciséis años claramente bajo los efectos de algún narcótico. Llamé a la policía para explicar lo ocurrido y, restándole gravedad a la situación, me dijeron que fuese a comisaría a poner una denuncia. Asqueado, me fui a casa. Tuve suerte y no resulté herido. Cuando le conté a unos amigos que nadie me quiso ayudar, me contestaron que -literalmente- "eso es muy coruñés". Por desgracia, es probable que esto sea cierto pero, también por desgracia, es seguro que se trata de algo universal aplicable a cualquier ciudad del mundo actual.
"Los energúmenos que le han hecho esto a Samuel jamás van a tener una vida normal"
Me ha pasado esto demasiadas veces. No me refiero a que me intenten robar o a sufrir agresiones, sino a pedir ayuda y ser violentamente ignorado. En ese momento pierdo la esperanza al encontrarme cara a cara con esta sociedad dispuesta a triturarnos sin piedad. ¿Por qué no actuamos cuando alguien sufre? ¿Cómo podemos negar la ayuda? Creo que la paliza mortal a Samuel ha sentado como un jarro de agua fría en Galicia porque estos días la comunidad vive inmersa en sus festejos de verano y su bucólica campaña turística del Xacobeo. Por eso algunos sentimos cierta atmósfera frívola ante este crimen. Casi de indiferencia. Esperábamos esta indiferencia desde el resto de España, porque no somos ingenuos y sabemos que esto no es Chueca, pero la desafección ciudadana y la falta de complicidad vecinal a escala local son inaceptables. Imperdonables.
Hay miedo en las calles y desconfianza después de las mascarillas. La geografía "rururbana" propia de Galicia contribuye a tener núcleos de población mezclados y dispersos, algo propio del norte de la península. Los coruñeses tienen un espíritu de metrópolis, viviendo en una ciudad que tiene mucho de pueblo. Todo el mundo conoce a todo el mundo, y al mismo tiempo se dispone del anonimato de una gran urbe. No me malinterpretéis, no vamos a dejar de vivir como queremos. Estamos orgullosxs y valoramos todo el esfuerzo y repulsa que se hace en manifestaciones y convocatorias para mostrar públicamente el compromiso que la ciudadanía tiene con las libertades sexuales y los derechos civiles más fundamentales. Pero me temo que esto se siente en la calle como insuficiente, a pesar de las asociaciones, colectivos y movimientos que llevan décadas peleando por la visibilidad del colectivo LGTBIQ+, el feminismo y las personas racializadas o en riesgo de exclusión social.
Digámoslo abiertamente: hemos fracasado como comunidad. El alcoholismo, la violencia, el desempleo… Denunciemos en voz alta la anomia en la que viven los jóvenes de la provincia española. Mientras le daban una paliza a Samuel con insultos homófobos, uno de estos criminales decía que lo iba a matar porque no tenía nada que perder, según ha contado a medios de comunicación una de las amigas de Samuel que fue testigo de la agresión. Es una situación devastadora. Estos energúmenos que han cometido un crimen brutal jamás van a tener una vida normal. Por mucho que se esfuercen. Nunca. Pero es que tampoco la iban a tener de otro modo. No hay alternativas saludables. La salud mental de las personas está en declive. Sigue habiendo alarmantes casos de suicidios entre la población más vulnerable. Aumenta la transmisión de infecciones y enfermedades sexuales. Hay agresiones físicas y verbales por la calle todas las semanas. Los problemas y trastornos de ansiedad se han generalizado, la depresión es un estado normal, sufrimos graves adicciones a las drogas, al porno y al juego. Y, por si fuese poco, cada vez disponemos de menos recursos para frenar todo esto. Entre recortes y falta de medios, la Sanidad y la Educación tienen sus propios problemas. Y, sin embargo, parece que la fiesta sigue, que aquí no pasa nada. Os digo una cosa: la pobreza en la que vivimos nos va a salir muy cara. Y en Galicia somos muy pobres. Tanto que lo único que tenemos es dinero.
"Me pregunto si la Coruña salvaje de los 80 no sigue sepultada, latente, bajo el sucio hormigón"
Muchas veces pienso que, si eres joven, en la Galicia heterocrática tienes principalmente dos opciones: trabajar en asistencia y cuidar de la población envejecidísima o poner copas en los bares de reguetón para perpetuar la ebriocracia. Y que esto lleva a otros muchos a ver como alternativa caer en el negocio ilegal de la droga, como si fuera la única "empresa" que se puede montar si eres joven. Como en tantísimas localidades españolas, algunos emprendedores aquí acaban en el menudeo de la coca y los porros, vendiendo en los barrios al lado de las casas de apuestas, cerca de colegios, centros de día y guarderías. Y que si esto se hace así, es porque habrá personas en nuestras élites que probablemente saque algún beneficio.
Todos los galegos hemos escuchado las historias de terror de los salvajes años 80, cuando los barrios de Coruña estaban llenos de heroína y criminalidad. Las palizas y peleas eran habituales, los partidos de fútbol eran una excusa para imitar una purga al estilo de la noche de las bestias, y había una ley del silencio implacable por la desconfianza en la policía y las autoridades. La gente ponía nombres de países en guerra a los vecindarios: Katanga, Corea… Y qué decir de la cárcel, abandonada y con varios intentos ya de recuperación como espacio de memoria, conocida como una de las peores del país. Los barrios obreros construidos en la periferia de la ciudad, respondían al éxodo rural y la llegada masiva de la población de los pueblos y aldeas a la vida urbana, tal y como los marxistas habrían pronosticado un siglo antes. Las diferencias de clase eran (son) acuciantes.
Me pregunto si esa Coruña salvaje no sigue sepultada, latente, bajo el sucio hormigón y los bloques de oscuros edificios. Esta ciudad preciosa pero a la vez gris y donde llueve más de 100 días al año y donde puedes ver un Ferrari aparcado delante de las oficinas del INEM. ¿Cómo imaginar una vida sincera y pasear por las calles sin temor a ser humillado o rechazado cuando la sociedad está en total descomposición? Necesitamos ser mejores que esto.
"Dante nos da una poderosa lección: sabemos que un asesino es peor que un traidor y sin embargo el castigo es mayor para los traidores. No te quedes en silencio. Actúa ante el dolor de los demás"
Probablemente dentro de cien años Galiza tal y como es desaparezca, y ya nadie hablará galego ni castellano en Coruña. Las únicas familias que siguen creciendo son las de los emigrantes hispanoamericanos, que vienen a trabajar y a tener hijos. Aquellos que tuvieron abuelos y padres emigrantes. Son los únicos que parecen valorar nuestra tierra de verdad. Dentro de cien años hablaremos español de América, venezolano o argentino seguramente, o un inglés malo mezclado con chino. Y viviremos en una especie de Lavapiés gigante lleno de multitud de razas y culturas. Estaremos más alienados todavía y no tendremos ningún contacto con el mundo real, así que más nos vale aprender a convivir juntos. Y sobre todo tener entre nosotros a personas como Samuel, alguien que nos cuide, nos proteja y nos trate bien. En Twitter, sus amigas lo comparan con un ángel. ¡Qué desgracia, cuánto dolor!
En el último circulo del infierno de Dante están los traidores. Los que niegan y abandonan a sus semejantes. A estos les esperan los mayores tormentos. Dante nos da una poderosa lección: sabemos que un asesino es peor que un traidor y sin embargo el castigo es mayor para los traidores. No te quedes en silencio. Actúa ante el dolor de los demás. Tenemos que protegernos las unas a las otras o no sobreviviremos.
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Edu Fernández es un artista, músico y performer residente en A Coruña. Su obra se centra en la identidad y aborda cuestiones de género y LGTBIQ+, siendo expuesta en museos internacionales y estudiada en el entorno académico.