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¿Entendemos algo de lo que está pasando en China?

  • En medio de la lluvia de titulares sobre su posible derrumbe, sectores específicos de la juventud española politizada defienden en Twitter y Youtube que el país asiático es un modelo económico interesante

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¿Entendemos algo de lo que está pasando en China?
¿Entendemos algo de lo que está pasando en China?

Cuando en 1973 Carlos Castillo Ríos escribía que en China estaba floreciendo "un nuevo tipo de hombre, altruista y generoso", lo hacía sin duda fascinado por la ventana de expectativas que venía generando la Revolución China como proceso y el maoísmo como edificación ideológica. En su obra La educación en China: una pedagogía revolucionaria puede palparse una honesta creencia según la cual estaba germinando un glorioso capítulo de la historia de la humanidad en la "Nación Central" (traducción al castellano de Zhongguo, forma en la que los chinos nombran a su país).

Esta esperanza no flotaba sobre la nada. En el seno de muchas organizaciones políticas de izquierda en América Latina y Europa, China representó una vuelta a las esencias que contrastaba con una Unión Soviética profundamente criticada por muchos referentes políticos e intelectuales, ya fuera en el ámbito de los derechos políticos o en el de la pureza ideológica. En Argentina, en Francia… el maoísmo nutrió de teoría y expectativas a una inmensa cantidad de movimientos políticos en períodos de gran efervescencia. El propio Ríos destacaba "el elogio de la pobreza" (sic) que se daba en China en contraste con los "anti-valores" de la sociedad de consumo.

En nuestro país, las cosas han cambiado. De hecho, han cambiado varias veces a lo largo de las últimas décadas. Para la izquierda española, China dejó de ser un "faro" socialista para pasar a ser la viva imagen de la traición. Después desapareció del mapa de las referencias, únicamente para reaparecer como un villano y, más adelante, erigirse nuevamente en icono del ideal revolucionario. Hoy, como atestiguan diferentes cuentas de Twitter, canales de Youtube y movimientos políticos, China vuelve a merecer apelativos como "icono", "referencia" o "guía" por parte de sectores específicos de la juventud española politizada. Para algunos, claro; para otros, China, su gobierno, su sociedad y su economía son tan desconocidos como intrigantes (y aterradores). Y no faltan, por supuesto, quienes se apresuran a aventurar antes que nadie destinos fatales o brillantes para el país.

El mismo medio que por la mañana publica que la economía china está al borde del colapso y que su modelo hace aguas, se pregunta por la tarde cuánto tardará el gobierno comunista en "dominar el mundo". Estos días varios comunicadores liberales se preguntaban qué harán los “jerarcas” del Partido Comunista de China con Evergrande; algunos han llegado con una encomiable rapidez a la conclusión de que estamos a punto de ver una nueva crisis global como la de 2008. El titular más tranquilo afirma que China es un “cisne negro que amenaza a todo el mundo”, ni más ni menos. A menudo, algunos critican que los Estados centrales del capitalismo global hayan "consentido" que el gigante asiático penetre en la economía mundial y se haga un hueco poniendo a sus empresas a competir con los más grandes monopolios del mundo… ¿No era que la competencia transfronteriza nos haría más felices a todos?

Pero entonces, ¿qué es China?

Parece que han pasado lustros, pero ¿cómo olvidar quienes clamaban al cielo bajo una defensa "en general" de los derechos humanos cuando en China se impuso una cuarentena en Wuhan? De China es relativamente fácil opinar. Está tan lejos -culturalmente, pues hoy ya nada queda lejos geográficamente- que decir cualquier cosa sobre su modelo político y económico es tan fácil como difícil es que alguien rebata lo opinado. Sucede que aunque muy a menudo se escriben titulares catastrofistas, China también recibe elogios por parte de sectores de la juventud de izquierda en España, como se dijo arriba. Pero, entonces ¿qué es China?

En realidad, el país es, por encima de cualquier otra cosa, el producto de su particular desarrollo histórico. Y a tal desarrollo histórico parece haber atendido el mayor o menor apoyo que ha suscitado entre la izquierda. Con Deng Xiaoping se esfumaron buena parte de las expectativas que la izquierda internacional (y, por arrastre, española) había puesto en China. Fue una especie de shock. De pronto, el país idealizado, el lugar donde el colectivismo era la norma y la educación popular fascinaba a quienes no encontraban en sus países ni un ápice de aquellas lógicas comunitarias, pareció sufrir una traición irremediable. A la rígida interpretación que Mao Zedong hacía del marxismo y de la construcción de una sociedad socialista le sucedió la "economía de mercado orientada al socialismo" de la era Deng. La idea de la reforma del modelo que subyacía a aquello que Lynn Pan denominó como "nueva revolución" en la China después de Mao era la de transitar una época de crecimiento capitalista tutelada por el Partido Comunista en pos de, eventualmente, "volver" a la senda socialista.

En nuestra izquierda (y en tantas otras) esto no se percibió como creíble o, sencillamente, no se entendió. No debería sorprender, pues es realmente extensa la lista de procesos políticos a lo largo y ancho del planeta que no han sido acogidos con cariño por sectores de la izquierda española pese a declararse "socialistas", "revolucionarios" o "anti capitalistas". La lista de motivos es, también, ostensible.

Durante un buen tiempo (entre la década de los ochenta y la primera década del siglo XXI), China fue observada como error histórico, como traición, como un estado ocupado por un partido que de comunista solo tenía el nombre y que utilizaba su monopolio sobre el poder para beneficiar al capital internacional en perjuicio de los trabajadores nacionales. Curiosamente, no parecía sorprender mucho algo que debiera ser precisamente, por sí mismo, motivo de asombro: que aquel país donde subsistía una mirada ciertamente ideológica respecto a todo, aferrada con fuerza al marxismo, abandonase sus principios de la noche a la mañana.

Según el Partido Comunista, China está en un proceso de transición mixto, que combina aspectos del modo de acumulación capitalista con una cultura ética y política socialista. Si a ello se le suma el control que el Partido dispone de hecho sobre el aparato del estado, uno puede como mínimo aceptar la posibilidad de que China nunca renunció realmente al socialismo; simplemente entendió que el mismo, como proceso que es, requería un desarrollo de las fuerzas productivas que solo el capitalismo ofrece. Entre tanto, dice el Partido, se seguiría con la labor pedagógica y con el fortalecimiento del PCCh a través de sus cuadros para que en ningún momento los grandes capitalistas del país concentraran más poder que el propio gobierno, siendo justamente esta la situación que define en la práctica a los países no socialistas.

No obstante, no sería justo culpar a la izquierda española de no descifrar, brecha lingüística mediante, este plan de largo plazo del Partido Comunista de China. El marxismo y la tradición filosófica china convergen a menudo en una cierta paciencia al valorar los procesos históricos. En nuestros países tendemos a ser más cortoplacistas. Además, si aceptamos aquella máxima de que las ideas se miden por su capacidad, lo palpable en China durante muchos años fue la pobreza rural y las interminables horas de trabajo en fábricas de las que sacaban provecho los capitales imperialistas europeos. No era fácil percibir el largo plazo; todavía menos desde la larga distancia.

¿Es China un infierno capitalista, una terrible dictadura o un ‘faro’ del socialismo internacional?

Pero la sociedad china, con altibajos, nunca dejó de apoyar de manera generalizada el mandato del Partido. Hoy su juventud, si bien crítica con ciertos aspectos (especialmente la juventud asentada de las grandes urbes), tiende a canalizar sus discrepancias a través de canales que no cuestionan el liderazgo comunista. De nuevo, midiendo las ideas en términos de eficacia, China sacó de la pobreza extrema a un estimado de ochocientos millones de personas desde que comenzó a implantarse el modelo de la economía de mercado orientada al socialismo, o "socialismo con características chinas". Por otro lado, ha llevado a cabo una gran campaña de producción y donación internacional de vacunas contra la Covid-19. Parecieran logros incontestables, aunque no lo son para todo el mundo. Sin ir más lejos, un organismo como Human Rights Watch define en su página web a China como "un estado autoritario de partido único que frena sistemáticamente los derechos fundamentales".

En cualquier caso, bajo tales condiciones y con una confrontación latente con Washington, se explica que cada vez más jóvenes españoles de izquierda consideren que las reformas no fueron mera fraseología, sino una revisión legítima de la estrategia socialista. Así, cada vez es más común encontrar vídeos, collages o textos de Xi Jinping en Instagram o Tiktok, hilos desarrollando tal o cual aspecto de la política económica del gobierno chino en Twitter o canales de Youtube que tratan de comprender las particularidades del proceso político del país y los motivos por los que en España existe tanta confusión al respecto. Sin duda, a ello contribuye la escasez de análisis sesudos, complejos y de fondo en los medios tradicionales, o la exagerada presencia de tópicos culturalistas -y a menudo racistas- es abrumadora.

Ahora bien… ¿a quién creer? ¿Es China un infierno capitalista, una terrible dictadura o un ‘faro’ del socialismo internacional? Lo más probable es que cualquier respuesta a día de hoy sea excesivamente precipitada. China incorpora en su economía múltiples aspectos acordes con la acumulación capitalista, aunque con una importancia considerable de empresas estatales y de gestión cooperativista. Además, el gobierno del estado está fundamentalmente atravesado por el Partido Comunista. Sin duda este aspecto parecerá más o menos apropiado a la vista de cada uno, pero en China no parece estar muy discutido. Incluso algunas figuras intelectuales como Zhang Weiwei ponen en duda no solo la superioridad ética del sistema liberal de partidos, sino incluso su conveniencia para China, atendiendo a sus peculiaridades históricas y sociales. Lo que parece poco discutible es que tal liderazgo del PCCh se adecúa a los preceptos del marxismo: en el mismo Manifiesto Comunista se hace explícito aquello de “la conquista de la democracia” en alusión al control del estado por parte de los trabajadores organizados en el partido de vanguardia. Ahora bien, en el seno del partido existen tendencias que no parecerían muy rigurosas en aquello de defender siempre al trabajador por encima del empresario. Un nivel de complejidad, pues, altísimo.

En fin, la condición laberíntica de la sociedad china, su economía y su política, exige análisis de una complejidad semejante. La anécdota, la historieta y la noticia descontextualizada no son más que árboles que, al ser sobredimensionados, tienen la capacidad de impedir ver un bosque inmenso. Como sea, parece evidente que ante unos Estados Unidos cuya producción pop no es capaz de ocultar su sistemática violencia sobre las regiones periféricas, una Europa con serias dificultades de instalar una agenda política propia y una Unión Soviética que, simplemente, ya no existe, la juventud española politizada se encuentra buscando procesos políticos internacionales de los que aprender. Y no cabe duda de que China está siendo objeto de interés de algunos sectores. En qué se traduzca ese interés, y si será capaz de generar un conocimiento útil e integral, está por ver.

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Eduardo García (Zaragoza, 1997) es politólogo y estudiante de la maestría en Relaciones Internacionales en la UNSAM. Además, analiza las dinámicas de la política internacional en diferentes medios.