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Nadie nos prepara para cuando nos echan del curro

  • Todo lo que yo sabía sobre despidos era lo que cantaba Amaral ("ya no tendré que soportar al imbécil de mi jefe ni un minuto más")
  • Nadie me había contado cómo reaccionar. Y ya no digo la burocracia posterior

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Nadie nos prepara para cuando nos echan del curro
Nadie nos prepara para cuando nos echan del curro

Que los conocimientos que adquirimos a lo largo de nuestra escolarización obligatoria tiene sus carencias lo sabemos todos. Y que estas suelen estar en el cajón de cómo gestionar tu vida adulta, pues también. Las cosas como son. Podrías pensar que estoy hablando de lo de me enseñan como hacer una ecuación de segundo grado, pero no como abrazar a mi padre. Que podría ser y es así en cierto modo, pero no van por ahí los tiros. De lo que me vengo a quejar, y de lo que todo el mundo se debería estar quejando es que nadie, y digo absolutamente nadie, te prepara para el mundo laboral. Ni como realizar facturas, ni los diferentes tipos de contratos, ni cual deberían ser nuestras expectativas salariales según nuestra experiencia y nivel formativo, ni tan siquiera nos cuentan cuales son nuestros derechos como trabajadores. Nada. Zero. Caput.

Nos lanzan a la incertidumbre del mundo laboral como quien envía a un chaval a la guerra armado con palas de playa y un cubo, es decir, sabiendo las partes de la célula procariota y pudiendo enumerar los distintos complementos verbales. Y a veces, ni eso. Por suerte, siempre quedan tus padres, colegas, y Google. Es probable que la gran mayoría de nosotros no hubiéramos llegado donde estamos sin Google. Y entre una consultilla a la mama, unos pocos clics y las hostias que te da la vida, vas aprendiendo. Pero por lo general, se nos exige saber todo, sin que nadie haya explicado nada.

La precariedad laboral forma parte de nuestra agenda. Todo el mundo te lo dice, y lo peor es que tú lo sabes. La cosa está jodida: te van a explotar y seguramente se vienen hostias de ansiedad de vez en cuando. Así que nada, a tragar. Luego nos reunimos en los bares y criticamos a jefes, encargados, clientes, alumnos, compañeros y hasta al pobre desgraciado que nos corta la mañana para hacernos una oferta para el móvil. Conocemos las miserias de nuestros colegas como si fueran nuestra porque también hemos estado ahí. Pero de lo que nadie acaba hablando, como si fuera una sombra planeando sobre la nómina a final de mes, es de qué hacemos cuando se acaba. Un despido, un fin de contrato, una no-renovación. Y no me refiero a estar sin curro y el malestar que conlleva sino al preciso instante en que todo peta.

"¿Despedida? ¿Yo? Con lo que cuesta encontrar un curro no lo iba a perder. La gente los pierde, pero, por dios, yo no. Hasta que pasó"

Durante un tiempo era una idea que prefería ignorar. La cosa estaba prieta y el paro es una de las pocas cosas en las que España puede competir por el oro pero, ¿despedida? ¿Yo? No con esa cabecita de postadolescente con fe en la humanidad. Con lo que cuesta encontrar un curro no lo iba a perder. La gente los pierde, pero, por dios, yo no. Hasta que pasó. No supe cómo reaccionar. Resulta que todo el mundo omite esa parte de su relato. A los 19 años, después de trabajar 14 días seguidos, sin ningún día de descanso, en una tienda de ropa de Pelai, ahora muerta y enterrada, me llamaron al despacho para firmar la ampliación de horas de esos días. Luego otro documento. Ahora me firmas tu despido. Estupefacta es poco. Me salió una risita nerviosa, me tembló el pulso y solo supe decir ¿Qué? Por lo visto mi periodo de prueba terminaba ese día y ya no necesitaban de mi refuerzo en tienda. O lo que vendría a ser lo mismo, era más barato echarme a mí y coger a una chica nueva con peor contrato. Claro amigos, más inestabilidad, menos derechos, más manejables. Pero eso nadie te lo dice de entrada. Después de mis últimas ocho horas perchando, me fui. No dije nada más. ¿Qué podía decir? Ese día no se lo conté a nadie. Sentía auténtica vergüenza de mí misma. Y encima estaba cabreada por haber sido tan tonta como para dejar que me hicieran un horario de mierda sin rechistarle al sádico de mi ya exjefe. Así que viaje de metro en silencio, y de nuevo a la rueda.

En ese momento todo lo que sabía sobre los despidos era lo que cantaba Amaral en "Marta, Sebas, Guille y los demás". Que ya no tendré que soportar al imbécil de mi jefe ni un minuto más, y que esa noche se celebraba. Aparte de eso, nadie me había contado cómo reaccionar. Y ya no digo la burocracia posterior, que años después sigue siendo pura bola. Ni tan siquiera cuando mi padre perdió su trabajo durante la crisis de 2007 se habló en casa. Simplemente una casilla en blanco en nuestras vidas. Nadie nos prepara nunca para un despido.

"Ni tan siquiera cuando mi padre perdió su trabajo durante la crisis de 2007 se habló en casa. Simplemente una casilla en blanco en nuestras vidas. Nadie nos prepara nunca para un despido"

Podría ser un caso aislado, no a todo el mundo le han dicho ciao, mala perchadora, pero los patrones se repiten. Aunque en muchos casos sintamos alivio al dejar estos puestos asfixiantes -¡no todo va a ser malo!-, la gran mayoría no podemos dejar de sentir una cierta frustración y rabia al no poder revertir la situación. No tenemos el control. Y la incertidumbre de si volveremos a encontrar otro pronto, se apodera de nosotros. Las llamadas al acabar la jornada, los mails impersonales o rrhh, a los que has visto una sola unidad de día en todo ese tiempo, dándote una palmadita de despedida: clásicos cubos de agua fría capitalista. No se trata de no tener el trabajo, sino de por qué no me quieren a mí para él. ¡Oh claro, y la estabilidad! La maldita estabilidad económica, si existía, se esfuma.

Sentimientos sí, cuenta_bancaria_siempre_en_mis_pensamientos, también. Y luego vendrán treinta mil guarradas legales para que tú, confundida, digas "vale cojo lo que me ofrecen y me voy". Y discursos autocompasivos... nos gustaría seguir contando contigo, pero… no está en nuestras manos, son órdenes de arriba… Un circo melodramático que suele alargarse de más. Sé que es difícil despedir, pero no preguntéis si tenemos algo que decir. Mientras nos cae una gota de sudor frío, y centramos la mirada, en un punto indefinido de la mesa, pensando joder y ¿ahora qué hago?, me han desmontado el plan, lo más seguro es que simplemente queramos llorar o saltarle a la yugular a alguien por el mero hecho de respirar. Que nos dejen fuera del juego no es divertido, aunque el día anterior juramos que le prenderíamos fuego a la empresa si nos apretaban un poco más.

Ahora diréis, bueno, algo habrás aprendido, ¿no? Pues la verdad es que no mucho. Podría decirse que aprendes a gestionar la frustración del rechazo de ese momento. Y a asumir que, la gran mayoría de las veces, no es culpa tuya. Yo que sé, a relativizar. Spoiler: lleva su tiempo. Seguramente ya no es ni por el trabajo, sino por haberte sentido timado por una empresa a la que le has dedicado más horas, esfuerzo y atención de la que merecían, que ahora te deja a dos velas. Así que no pasa nada. O sí, pero gestionarlo pasa por nuestras manos. A trabajarse un poco, las empresas no lo harán. Y a malas, una lloradita y a seguir. Que no es que seamos de cristal, pero amic, es agotador. ¿Consuelo de tontos? Pues que no estamos solos. Con el tiempo lo haremos mejor, estoy casi segura.

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Eva Sebastián es creadora de contenidos online y ha escrito para medios como Vice y Código Nuevo.