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La mercantilización de la salud mental: no eres tú, es el sistema

  • Puede que estemos normalizando tanto los trastornos mentales que nos acabará pareciendo normal algo que no debería serlo

<span class="hddn">Cuando se habla de la ansiedad que provoca la explotación laboral, solo escuchamos consejos de autorregulación emocional</span>

La enfermedad mental no es solo un problema individual, también colectivo. O, como dijo Franco Basaglia, "

<span class="hddn">bajo toda enfermedad psíquica hay un conflicto social"</span>

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La mercantilización de la salud mental: no eres tú, es el sistema
La mercantilización de la salud mental: no eres tú, es el sistema

A pesar de que algunos sigan diciendo aquello de "a llorar a la llorería", que una minoría aplauda aquel "vete al médico" que se gritó en el Congreso cuando se debatía sobre la normalización de los ansiolíticos y que consideren que la psicología es un invento, la salud mental ha logrado un nivel de visibilización mediática prácticamente absoluto. Normalizar un tema que ha sido tan estigmatizado como el de los trastornos mentales es una lucha totalmente necesaria, pero puede que lo hayamos normalizado tanto que nos parezca normal algo que no debería serlo.

Cuando tenemos cifras como las del aumento en un 250% de las tentativas de suicidio y autolesiones entre jóvenes o que el 54,8% de adolescentes europeos sufren ansiedad y depresión, deberíamos tener claro que nos enfrentamos a un problema colectivo y no individual. Nuestra respuesta a esta crisis esquiva la mayoría de las veces un análisis profundo del contexto en el que las enfermedades mentales aparecen y ponemos la responsabilidad del tratamiento sobre la voluntad y la capacidad del individuo que las padece, asumiendo que las causas que generan los problemas de salud mental son inevitables y que por lo tanto, la solución debe darse siempre dentro de los márgenes del mismo sistema que los provoca.

¿Todo el mundo debería ir a terapia?

"Todo el mundo debería ir a terapia" es una de esas frases que tanto escuchamos y que refleja esta forma de resolver una situación a medias. En primer lugar porque no todo el mundo debería hacerlo si no es necesario y en segundo lugar porque no todo el que lo necesita se lo puede permitir, ya sea por la escasez de psicólogos públicos en el sistema de Seguridad Social español (muy por debajo de la media europea de dieciocho psicólogos públicos por cada 100.000 habitantes respecto a los seis de España) y las listas de espera entre los 3 y 6 meses, o por el coste de 50€ de media por sesión de las terapias privadas. Una estructura pública sanitaria tan precaria y cada vez más privatizada abre las puertas de par en par a una mercantilización de la salud mental y los buitres no están tardando en llegar.

Nadie duda ya de que si tenemos problemas que no sabemos gestionar es recomendable acudir a terapia, pero un sistema que genera unas cifras tan preocupantes de individuos que consideran que lo mejor que pueden hacer con su vida es suicidarse, es un sistema enfermo que debe ser cuestionado desde la raíz. Como dijo Franco Basaglia, psiquiatra pionero en la lucha cultural y política en salud mental que denunció las condiciones inhumanas de los manicomios en la Italia de 1978, "bajo toda enfermedad psíquica hay un conflicto social". Separar al individuo del contexto social y político en el que vive y el lugar que ocupa en el sistema productivo no es si no una negación de su contexto vital que impide entender las causas de su sufrimiento psíquico. Pero el credo neoliberal instaurado por políticos como Margaret Thatcher, quien afirmó con orgullo que "no había sociedad si no individuos", llega hasta nuestros días envuelto en forma de discursos positivistas de autosuperación, coaches emocionales que nos venden el secreto para una vida plena e incluso locales diseñados para ser carne de stories de Instagram como La Llorería, que son a la terapia psicológica lo que los restaurantes de comida rápida a la alimentación saludable.

La pérdida de cohesión social y del sentimiento de comunidad, la debilitación de las organizaciones sindicales, o la liquidez en las relaciones sentimentales explica que en un sistema que nos está empujando hacia el precipicio a base de explotación laboral, polarización social, crisis climática y una creciente incertidumbre hacia el futuro, sintamos que las pocas opciones que nos queden sean más propias de un sálvese quien pueda que de una lucha colectiva. Crear el hashtag #saludmental y, si te lo puedes permitir, ir a terapia, no van a solucionar el problema. Pero aunque se invirtiera en un servicio de salud mental público eficiente y todo el que lo necesitara acudiera al psicólogo, el sufrimiento no desaparecería, ya que como dijo la usuaria de twitter @nnistopia, "no nos falta serotonina, nos sobra capitalismo".

Salud mental y productividad

No debemos olvidar que el capitalismo ha aprendido a abanderar cualquier movimiento social que suponga una amenaza para su supervivencia. Ha ocurrido con el feminismo, con la lucha por el medio ambiente, con el veganismo y ahora con la salud mental, porque a este sistema le conviene que las mujeres tengan poder adquisitivo e independencia como consumidoras, le interesa vendernos productos supuestamente ecológicos para limpiar nuestra conciencia, darnos la opción de evitar el maltrato animal sin evitar la explotación humana y que tengamos el mínimo de salud mental que nos permita seguir produciendo y consumiendo.

El mejor ejemplo de esta estrategia lo protagonizó Amazon con la iniciativa de instalar cabinas de meditación en las áreas de trabajo para que sus empleados pudieran tener un espacio en el que liberar el estrés que les producía el trabajo. Porque renunciar a un modelo de producción y un sistema de vigilancia de los trabajadores que derivó en empleados orinando en botellas para no perder segundos al ir al servicio y perder puntos en su ranking de productividad es mucho más complicado y caro que poner una caja con meditaciones guiadas y llamarla Amazen.

Hace varios meses muchos medios nacionales e internacionales se hicieron eco de la noticia del descubrimiento por parte de un biólogo español de una proteína clave para regular el mecanismo que desata la ansiedad en el cerebro. Si bien cualquier avance científico en materia de salud mental es algo que celebrar, resulta curioso el consenso mediático a la hora de afirmar que la causa de nuestro malestar es algo que no podemos ver y que se encuentra dentro de nuestra cabeza. "Nos mean encima y los medios dicen que llueve", como dijo Galeano. Sin embargo, cuando se habla de la ansiedad que provoca la explotación laboral o la depresión en la que muchos caen por estar en paro (algo que no necesita de ratones de laboratorio para comprobar) solo escuchamos consejos de autorregulación emocional y discursos sobre la cultura del esfuerzo. No se equivoca en estos casos el lema sindicalista que dice aquello de "no necesitas un psicólogo, necesitas un sindicato".

Conseguido el objetivo más urgente de visibilizar los problemas de salud mental, nos queda el más importante: cortarlos de raíz. Hasta que no empecemos a señalar a los verdaderos responsables de nuestro malestar psicológico y construyamos un discurso constructivo que hable más de lucha de clases que de autosuperación, de derechos laborales que de liberarnos del estrés, que piense antes en hacer una huelga que en empezar un curso de meditación, no estaremos caminando en la dirección correcta. Si no nos reconocemos como conjunto y olvidamos que nuestro sufrimiento es colectivo, estamos condenados a ir asumiendo estilos de vida basados en la explotación cada vez más complejos y disfrazados de progresismo. Todo lo demás no es si no adaptar nuestra resistencia psicológica a unos ritmos de productividad cada vez más exigentes y precarios con tal de que la máquina no se detenga.

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CARLOS CASCOS (Madrid, 1994) estudió Periodismo y Cinematografía en Madrid. Ha colaborado en diferentes programas de radio y en medios digitales como Vice, Mondo Sonoro, Yahoo! o TiU. Ahora es guionista en el programa de Gen Playz (RTVE).