Volver a casa por Navidad solo es un anuncio de turrón
- Las familias monoparentales sostenidas por mujeres están expuestas a un riesgo de pobreza que duplica al de los hombres
- La Navidad es esa época del año en la que se blanquea cualquier tipo de comportamiento “porque la familia es lo más importante”
La primera vez que pasé el día de Reyes lejos de mi madre iba a 6º de Primaria. Lo recuerdo perfectamente porque le había comprado un jersey de pico color vino en el Hipercor y no pudo abrirlo hasta la hora de la cena. Aquellas Navidades, las primeras después del divorcio de mis padres y la venta de la casa en la que me crié, mi madre estaba ausente y agotada. Trabajaba 12 horas diarias y solo llegaba para darnos la cena un día a la semana: los domingos, cuando cerraba por descanso el restaurante donde prácticamente vivía para sacarnos adelante.
Tomaba antidepresivos, pesaba 48 kilos y llevaba el pelo más corto que nunca
Aquellas fiestas fueron las primeras en las que sentí que no tenía casa. A pesar de que en el pueblo junto a mis abuelos teníamos todo lo necesario, la Navidad del 2003 fue la primera en la que percibí que el duelo de perder un hogar es algo que te atraviesa para siempre. Da igual que tengas 11 años o 30. Volver a casa por Navidad y dormir en la misma habitación en la que leías los libros de ‘El pequeño vampiro’ es un privilegio al que muchos de los hijos de familias monoparentales no hemos tenido acceso.
Las familias monoparentales sostenidas por mujeres están expuestas a un riesgo de pobreza que duplica al de los hombres. Según el último informe “Madre no hay más que una: monoparentalidad, género y pobreza infantil”, elaborado por el Alto Comisionado Contra la Pobreza Infantil, el 52% de estas familias encabezadas por mujeres vive una situación de pobreza moderada, mientras que solo el 25% de las mantenidas por hombres están en riesgo de exclusión. En 2018, el informe anual elaborado por Cáritas subrayaba esta realidad y aportaba un matiz más: el 60% de las personas que acuden en busca de ayuda económica, comida o cheques farmacia son mujeres de entre 30 y 55 años con cargas familiares.
El anuncio del Almendro del año 2018 describe la vuelta a casa por Navidad como el peregrinaje hacia “el lugar más cálido del planeta”. Y por supuesto que es el lugar más cálido del planeta cuando vives en el centro de Oviedo, tus padres se quieren mucho y bien y abres un Scalextric de 250 euros por Papá Noél. Pero esa no es la realidad de un país donde el salario más frecuente se sitúa en los 18.490 brutos anuales, la violencia machista y homófoba está en ascenso y en el que la desigualdad se ha cronificado hasta el punto de colocar a España como uno de los países europeos con menor equidad.
Los stories con el ‘All I want for Christmas is you’ a todo volumen son la enésima expresión del concepto de Navidad que la publicidad y, ahora las redes sociales, nos venden como el reflejo en el que mirarnos. Da igual que en Nochebuena te toque sentarte con las mismas personas que estigmatizaron tu orientación sexual desde la infancia o que te veas en la obligación de compartir cubierto frente al hombre que maltrata psicológicamente a tu madre, la Navidad es esa época del año en la que se blanquea cualquier tipo de comportamiento “porque la familia es lo más importante”.
La familia de sangre no siempre es ese refugio calido en el que deseas protegerte
Sin embargo, lo que muchos no acaban de entender es que el concepto de familia viene definido por el amor y el respeto, y este es mucho más complejo que el estereotipo clasista que vemos en un anuncio de turrón. Al igual que no todo el mundo tiene la posibilidad de cenar a 22º grados un menú de ocho platos, la familia de sangre no siempre es ese refugio cálido en el que deseas protegerte cuando llueve. A veces, es una cuadra fría y vacía en la que no te mojas y ya está.
Igualmente, los miles de menores extranjeros no acompañados a los que tanto ha atacado la extrema derecha, tampoco pasarán los últimos días de diciembre en el “rincón más cálido del planeta”. Los niños y adolescentes que, en 2020 y 2021, llegaron a Canarias con el único objetivo de acceder a un futuro mejor, se han encontrado con un sistema de protección saturado y atado de pies y manos debido a la falta de mecanismos de planificación por parte del gobierno central.
De los 2.700 menores que lograron sobrevivir al viaje en patera y llegar a las islas, tan solo 155 han sido trasladados a casas de acogida y centros en la península. Si la realidad de los niños españoles que viven en riesgo de exclusión y pendientes de la caridad de los agentes sociales es desoladora, la de muchos menas se asemeja al viaje de terror que vivió el activista Ousman Umarcuando dejó Ghana atrás y cruzó el desierto para llegar hasta nuestro país: de los 46 migrantes que partieron junto a él, solo seis llegaron a Libia con vida.
Para muchos migrantes la Navidad no es más que esa época del año en la que recuerdan que vivimos en un sistema donde hay ciudadanos de primera y de segunda. Se trata de esos días del calendario donde Occidente se detiene para levantar la copa y brindar, mientras miles de personas en Oriente Medio, África y América Latina continúan en busca de algo a lo que poder llamar hogar, aunque para ello tengan que intentar saltar una valla de diez metros de altura.