Enlaces accesibilidad
GEN Z TOPIC

Los propósitos de año nuevo y la tiranía de la autoexigencia

  • En una sociedad tan mercantilizada, llena de métricas y escaparates digitales, no es casual que esta tradición haya sido reorientada hacia la productividad

Por
Los propósitos de año nuevo y la tiranía de la autoexigencia
Los propósitos de año nuevo y la tiranía de la autoexigencia

Encontrar pareja, ahorrar dinero, apuntarse a cerámica, perder peso, aprender japonés, cambiar de trabajo, irse de viaje, empezar a hacer crossfit. Los propósitos de año nuevo son un momento en el que motivarnos para cumplir aquello que más deseamos. Pero según un estudio, solo el 8% de los propósitos se cumplen. Entonces ¿para qué sirven?

Llevamos siglos haciendo rituales de paso con motivo del fin de año. Antiguamente las promesas no se hacían a uno mismo, si no a los dioses a cambio de sus bendiciones durante el año entrante. Siglos después mantenemos esta tradición ya sea en forma de papel que se quema, de pensamiento que se piensa o incluso de un fingido desinterés en elaborar un propósito que nos lleva irremediablemente a preguntarnos en secreto qué nos gustaría conseguir en los próximos doce meses.

Cuando le pregunto a mi abuelo por su propósito de año nuevo, me dice que a su edad eso ya no tiene importancia. Le insisto y me responde irónicamente que su propósito es rezar el rosario todos los días, y que a 5 de enero ya lleva cinco días que no lo cumple. Mi abuela, que tiene las cosas más claras y los pies en la tierra, ya ha cumplido, a 5 de enero, su propósito de año nuevo: limpiar las hojas del jardín. Pero, en nuestros tiempos, esos deseos y promesas parecen haber cambiado de peticiones altruistas y tareas de andar por casa a exigencias personales en torno a nuestro aspecto físico, nuestras habilidades y nuestros currículums.

Hoy en día los propósitos se parecen más a las actualizaciones de un sistema informático que a un anhelo humano de bienestar. Las ideas para mejorar nuestra marca personal, nuestro perfil de Linkedin o nuestro capital social van desde aprender un idioma lejano que solo utiliza un pequeño porcentaje de hablantes a apuntarnos a una nueva clase del gimnasio con un nombre en inglés que requiere de descargas eléctricas, pasando por otros más básicos como sacarse el carnet de conducir, un propósito que llevo dos años sin cumplir y que este año he renunciado directamente a formular.

Humanos empresa

En una sociedad tan mercantilizada, llena de métricas y escaparates digitales, no es casual que la tradición de los propósitos de año nuevo haya sido reorientada hacia la productividad, haciendo que analicemos exhaustivamente nuestras carencias como seres humanos en base a lo que socialmente se espera de nosotros en lugar de lo que nos haría ilusión de verdad. Antonio Gramsci renegaba del año nuevo y de sus propósitos y lo expresaba así en la columna del periódico Sotto La Mole en 1916: "Odio esos años nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión. Estos balances hacen perder el sentido de continuidad de la vida y del espíritu. Se acaba creyendo que de verdad entre un año y otro hay una solución de continuidad y que empieza una nueva historia, y se hacen buenos propósitos y se lamentan los despropósitos, etc., etc".

Aunque parezca que el texto lo podría haber pronunciado el mismísimo Grinch, Gramsci no se equivocaba al identificar los propósitos de año nuevo con los balances de situación propios de las empresas. El mundo en el que vivimos cada vez es más exigente, porque ya no basta con ser buena persona y saludar a tus vecinos, sino que necesitamos presencia en redes sociales, saber lo que son los NFT, estar al día en todo tipo de tendencias y modas, tener una marca personal, saber utilizar todas las aplicaciones habidas y por haber, tener capacidad de ahorro para compartir un piso y una o varias cuentas de streaming, reducir la huella ecológica al mínimo pero tener un armario que represente nuestra personalidad lo máximo posible, tener por lo menos un B2 de inglés, conocer los cinco contenedores diferentes de reciclaje, un buen álbum de fotos posando en la playa, escalando o haciendo paella para Tinder, abanderar todo tipo de causas sociales, no perderte la fiesta o el concierto de turno (te guste o no), conocer la actualidad política a nivel nacional e internacional y conocer cada término que se convierte trending topic.

No nos podemos conformar con nuestra mera existencia porque, al igual que las empresas, necesitamos un crecimiento exponencial si queremos seguir siendo competitivos en el mercado y aumentar nuestro capital social. La constante actualización de nuestra personalidad, nuestro cuerpo, nuestro conocimiento y nuestras habilidades se pone de manifiesto cuando nos toca pensar colectivamente qué extensiones le queremos instalar este año a nuestras personas con tal de no sentir que nos estamos quedando atrás y que no somos tan interesantes, atractivos, inteligentes y válidos como el resto de humanos. Parece impensable desear que, si para nosotros todo está más o menos bien, siga igual.

Los buenos propósitos y la frustración

Nuestras expectativas están por encima de nuestra capacidad y es gracias a ese desorden que los gimnasios hacen su agosto en enero, pero no todos los propósitos consisten en una penitencia autoinfligida. Los mejores deseos puede que sean los que en lugar de proponer cosas nuevas fuera de nuestro alcance o pensadas para satisfacer a terceros busquen desprenderse de las malas costumbres, los que inspiran fuerza de voluntad y nos impulsan a dejar de fumar o de mirar tanto el móvil, los que nos llevan a trabajar menos en vez de a trabajar más, los que nos llevan a romper con silencios para reconciliarnos con amigos y familiares, los que aceptan nuestra vulnerabilidad y reconocen la necesidad de pedir ayuda, o en mi caso (y el único propósito que he cumplido) dejar de darle golpes a las cosas cuando me enfado mucho.

Entonces, ¿cuál es la clave a la hora de formular propósitos? ¿Hay propósitos buenos y malos? ¿Cómo distinguimos lo que realmente queremos de lo que se espera de nosotros? ¿Cómo lidiamos con la frustración de no conseguirlos? Para responder a estas cuestiones, le preguntamos al doctor Santos Solano, Psicólogo Sanitario especializado en trastornos de conducta alimentaria.

¿Qué se necesita para crear un hábito? ¿Por qué fracasamos a la hora de crear nuevas rutinas?

Tenemos que entender que muchos propósitos que solemos poner suelen implicar un cambio en el estilo de vida, que conlleva un cambio drástico en nuestra forma habitual de actuar. Lo primero que hay que entender es por qué queremos hacer ese cambio y qué esperamos conseguir realmente cuando se haya cumplido. Puede que en realidad estemos intentando cambiar por miedo, por inseguridad o por presión social, sobre todo cuando es en temas de alimentación y ejercicio físico. También habría que preguntarse si ese cambio depende de uno mismo. Cómo actúen los demás es algo que no podemos controlar. Encontrar una pareja o trabajo no depende de nosotros, es mejor enfocarse en aquello sobre lo que tenemos control.

También hay que preguntarse si la forma de conseguir esos propósitos es la adecuada. Si a lo largo de los años no has conseguido tu propósito es porque estás pulsando la tecla equivocada. Si lo que busco es verme mejor y todos los eneros me apunto al gimnasio y empiezo una dieta y todos los marzos lo dejo, quizá la manera de sentirme mejor conmigo mismo no es cambiando mi cuerpo si no trabajando la autoestima o mejorando mis habilidades sociales. Ponemos en marcha mecanismos cuyo resultado final no es lo que buscábamos.

Muchos propósitos tienen que ver con nuestro físico, como apuntarse al gimnasio, empezar una dieta para perder peso, ponerse en forma… ¿Es una buena idea plantear aspectos de nuestra salud como un propósito?

Lo que solemos escudar en salud normalmente tiene que ver más con la autoestima. Los propósitos de salud son buenos, pero hay que ajustar las expectativas. Si lo que queremos es tener una vida menos sedentaria o comer mejor, es un buen propósito. Si lo que pretendemos es tener abdominales, vamos mal encaminados.

¿Cómo podemos afrontar la frustración de no conseguir nuestros propósitos? ¿Es contraproducente desear lo que nos cuesta tanto conseguir?

Planteamos los temas de salud y actividad física como un todo o nada y esa estrategia está abocada al fracaso. En el momento en el que haya una mínima flexibilidad a la hora de seguir nuestros propósitos empezamos a tener la sensación de haber fracasado, y esto va en contra de lo que buscábamos al principio que era sentirnos mejor con nosotros mismos.

¿Hay una relación entre la autoexigencia de mejorar y el sistema productivo?

Es interesante esa relación. Está de moda la autoexigencia como algo que nos da valor. Respecto a la actividad física o la alimentación, parece que ser capaz de no comer algo que te apetece o no respetar tu cansancio respecto a la actividad física te da cierto valor social. Esto de estar en continua formación y conocimiento ¿para qué es? ¿Qué es lo que espero conseguir cuando lo tenga? Detrás de la autoexigencia hay una falta de autocompasión. La mejor forma de tratar a alguien que quieres es cuidarle y no exigirle, pero nos cuesta tener esta relación con nosotros mismos ya que lo asociamos a la pereza y la vagancia. Lo que tendría valor realmente sería aprender a escucharnos.