Ruptura digital: el duelo en la era de Instagram
- ¿Somos capaces de desconectar los lazos virtuales cuando dejamos una relación?
- Liliana Arroyo, doctora en sociología: "La memoria humana es selectiva y dinámica, en cambio la inteligencia artificial te condena a la memoria obligatoria"
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Después de una ruptura, tu móvil no es consciente de lo que acaba de suceder. Que tu ex aparezca en las stories de gente que sigues, en los likes y comentarios de cuentas que tenéis en común, en los recuerdos de “un día como hoy hace 3 años” o incluso en el explora de Instagram, es una dificultad añadida al proceso de duelo que afecta a una generación en la que no solo muchas relaciones empiezan a través de las redes, sino que también terminan en ellas.
Si de por sí las redes generan una fuerte tentación de seguir la vida de nuestra ex pareja, nos provocan celos y nos hacen entender la ruptura como una competición de a quién le va mejor, ser expuestos a estos contenidos de forma involuntaria no forma parte de lo que podemos entender como un proceso natural de duelo, ya que no tenemos control sobre estos estímulos que condicionan nuestra experiencia. “Realmente no hay una forma natural de ruptura, simplemente cada una lo hacemos como podemos. Siempre que terminas con una persona hay una serie de espacios en común que generan malestar o dolor y que tenemos que ir viendo cómo los gestionamos”, opina Jara Pérez, psicóloga en TherapyWeb. “Si vives en el mismo pueblo o el mismo barrio que tu ex, seguramente te lo vas a encontrar y si quieres encontrarlo vas a saber en qué lugares puedes hacerlo. Ahora estos mecanismos se trasladan a las redes sociales que lo hacen más intenso con el añadido de que puedes ver sin ser visto, lo que puede provocar que esto sea algo más compulsivo”.
Desconectar lazos virtuales
La solución más sencilla ante este problema suele ser el bloqueo de esa persona (así como de sus familiares y amigos) para protegerte de su contenido, pero la tecnología nos obliga en cierto modo a tomar una medida drástica e incluso violenta que puede que no se corresponda con lo que realmente sientes. Esta dualidad entre lo real y lo digital hace que además de la ruptura tradicional en la que lloras, recoges tus cosas, vas a terapia si lo necesitas y un día lo superas, tengas que afrontar paralelamente una ruptura digital a través de la desconexión de los lazos virtuales que todavía te atan a esa persona y que la tecnología no es capaz de interpretar.
La distancia física y emocional son dos pilares fundamentales para una ruptura sana, pero la tecnología que utilizamos ha roto cualquiera de las barreras físicas y las emociones se almacenan en forma de datos que no se actualizan con los procesos vitales que vivimos. Si después de poner tierra de por medio ves en Spotify que tu ex está escuchando “Tú Me Dejaste de Querer” de C.Tangana o descubres en tu cuenta de Netflix que está viendo realities que solíais ver juntos, de poco sirve la distancia física que hayas establecido para protegerte. Al dolor de recibir esa información que no necesitabas e imaginar situaciones muy concretas y cotidianas de tu ex, se le añade la difícil tarea de dejar de seguir a esa persona en un lugar donde teníais playlists colaborativas o cambiar la contraseña de tu cuenta de streaming de turno para impedirle el acceso y dejar de enterarte de lo que ha estado viendo últimamente. “Gestionar toda esta información depende mucho de las necesidades de cada una, lo que queda claro es que no te puedes separar de alguien si estás continuamente en contacto con esa persona”, comenta Jara Pérez. “Por eso yo suelo recomendar una época seca, de saber lo menos posible, para luego ir normalizando. Pero claro, depende de qué tipo de ruptura. Cada ruptura y cada relación es un mundo”.
Es conveniente partir de la base de que la tecnología no es invasiva con intenciones oscuras y retorcidas más allá de los intereses puramente comerciales, sino que somos nosotros quien en primer lugar abrimos las puertas de par en par de nuestra intimidad y creamos espacios digitales con nuestra pareja. Guardamos direcciones de envío de servicios de comida a domicilio, compartimos cuentas y contraseñas y conectamos nuestros perfiles en todas las plataformas imaginables, desde juegos para aprender idiomas a cuentas de bancos, pasando por aplicaciones para hacer la lista de la compra juntos, apps de meditación, para controlar el ciclo menstrual o hacer yoga. La creación de una intimidad en el entorno digital es una extensión de la vida en pareja que se ha introducido progresivamente en nuestras vidas sin darnos cuenta.
Todo son ventajas y nuevas formas de compartir momentos, hasta que toca deshacer todo ese sistema de información de datos e imágenes con una fuerte carga emocional además de una infinidad de residuos digitales insignificantes en los que nunca te habías parado a pensar, como las cuentas de Google que no sabes cómo quitar de tu Gmail, la red wifi que se conecta si pasas cerca de su casa o los dispositivos bluetooth que se quedan guardados en tus ajustes. “No somos conscientes de todas las imágenes y datos que tenemos en nuestro teléfono, con lo cual pueden desencadenar un bucle de pensamientos y recuerdos para el que podemos no estar preparados”, opina Liliana Arroyo, doctora en sociología y especialista en innovación social digital. “Esto nos obliga a tener una higiene digital muy al día, a tener muy claro qué archivos queremos conservar y cuáles no. El impacto que tienen estos recuerdos digitales en nuestra autonomía de la gestión emocional es importantísimo”
Se podría pensar que todo se reduce a los algoritmos y dinámicas de las redes y las aplicaciones y que, por tanto, nos libraremos de estos encuentros si gestionamos nuestro contenido en ellas, pero la tecnología es cada vez más invasiva con la forma de utilizar nuestros recuerdos y la última versión de iPhone es la prueba perfecta de ello. El último sistema operativo ha implantado en el buscador sugerencias de imágenes sacadas de tu propio archivo utilizando la Inteligencia Artificial. Según Liliana, “hay que distinguir entre las imágenes que hayas colgado en redes y las que estén en el carrete de tu móvil. Ahora mismo a pesar de que tengas mucha pulcritud y una higiene digital muy cuidada, te puede pasar igualmente”. De este modo, si buscamos términos como “playa”, “bici” o “cena” en Internet, nuestro iPhone nos mostrará entre las sugerencias de búsqueda fotos de un día en la playa, de un paseo en bici o de una cena de aniversario en la que, posiblemente, esté nuestra ex pareja. “Lo peor de todo es que esto lo hacen como una provocación para poder ver cómo reaccionas y rastrear así tu comportamiento, poniendo en riesgo tu proceso emocional orgánico para superar una ruptura o una pérdida”, opina la doctora. Gracias Siri.
La Inteligencia Artificial y la memoria obligatoria
La inteligencia artificial se encuentra todavía en fases de desarrollo y las aplicaciones a nivel de usuario se reducen a identificar una planta con una foto o saber qué canción está sonando, pero todavía no es capaz de tener en cuenta los acontecimientos personales de nuestras vidas ni las emociones humanas. “La memoria humana es selectiva y dinámica, en cambio la inteligencia artificial te condena a la memoria obligatoria”, afirma Liliana. “Estos episodios alteran las fases psicológicas del duelo: la negación inicial, el enfado, la negociación y la aceptación son etapas que se ven afectadas cuando nos exponen estos recuerdos y no estamos preparados para recuperar esa memoria”
Por algún motivo las grandes tecnológicas saben personalizar tus anuncios y ofrecerte pienso de gato porque has estado hablando bastante de ello últimamente, pero no escuchan ni entienden la información que a tu ruptura se refiere. Tampoco sería descabellado pensar que, probablemente, Instagram si que sepa que estás atravesando una ruptura al analizar el cambio radical de comportamiento con otro usuario que antes era tu principal fuente de interacción y te siga exponiendo el contenido que sube al ser lo que más potencial tiene para engancharte a la aplicación. Pero lo curioso es pensar cómo las empresas de redes sociales y telefonía, a pesar del inmenso almacenamiento de nuestros datos personales, no tienen en cuenta nuestro estado emocional ni el impacto de las imágenes y los recuerdos en procesos de duelo. De esta forma Instagram te recuerda con alegría que hace un año estabas con tu perro en el veterinario, pero no sabe que le llevaste allí para sacrificarlo porque padecía una enfermedad terminal.
Gillian Brockell, editora de vídeo del Washington Post, sufrió un aborto involuntario en 2018. Desde ese momento, los algoritmos que personalizaban sus anuncios no cambiaron y siguieron mostrándole productos para mujeres embarazadas. Al pasar por el amargo proceso de desactivar manualmente esos anuncios clickando en “No quiero ver este anuncio” y contestando al “¿Por qué?” con la opción “No es relevante para mí”, el algoritmo entendió que Gillian ya había dado a luz, asumiendo un final feliz para dar paso a anuncios de sujetadores para amamantar y consejos para dormir a su bebé. Gillian suplicaba así en una carta pública dirigida a Facebook y Google que tuvieran en cuenta estos casos: "Por favor, empresas de tecnología, os lo imploro, si sois lo suficientemente inteligentes como para daros cuenta de que estoy embarazada o de que he dado a luz, entonces seguramente sois también lo bastante inteligentes como para daros cuenta de que mi bebé murió, y mostrarme así publicidad en consecuencia, o tal vez, sólo tal vez, no mostrar ninguna".
Otro caso en el que los algoritmos no tuvieron en cuenta la pérdida es el de Eric A. Meyer, autor y consultor web estadounidense. En 2014 Facebook utilizó la foto de su hija pequeña como portada de “Tu resumen del año”, un video autogenerado a partir de los momentos más destacados que has compartido en la red social. Lo que Facebook no sabía era que la hija de Eric había muerto ese año.
“Mostrarme la cara de Rebecca y decir "¡así es como fue tu año!" es estremecedor. Los algoritmos son esencialmente irreflexivos. Modelan ciertos flujos de decisión, pero una vez que los ejecuta, no se produce más pensamiento. Llamar a una persona irreflexiva generalmente se considera un insulto leve o directo; y, sin embargo, desencadenamos muchos procesos literalmente irreflexivos en nuestros usuarios, en nuestras vidas y en nosotros mismos”, contaba Eric en su blog.
Neuroderechos y la lucha por la privacidad mental
Arrancar todo el entramado de raíces digitales que dejan nuestras relaciones no sólo es doloroso, sino imposible en muchos casos. Parece que nuestra única opción para atravesar los procesos de duelo sin vernos afectados por la inteligencia artificial y los algoritmos sea una completa desconexión de la tecnología, algo prácticamente imposible en un mundo hiperconectado que nos obliga a hacer uso de móviles y redes sociales si no queremos vernos desplazados de nuestro entorno social y del mercado laboral. Puede que nos toque asumir que es demasiado tarde y que hemos cedido el control de nuestros recuerdos y la experiencia de las rupturas a empresas privadas pero, según Liliana, no deberíamos interiorizar un discurso derrotista. “El problema es que a las empresas les interesa que lleguemos a esa conclusión”.
Ante el avance de la neurociencia y la neurotecnología, vemos cómo la última frontera que le queda a las empresas es el acceso a nuestro cerebro. El neurocientífico Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, llevó a cabo un experimento en 2019 en el que controlaban la actividad cerebral de ratas mediante la implantación de electrodos, haciendo que vieran cosas que realmente no estaban ahí. Desde entonces se ha abierto un debate en torno a los neuroderechos, un concepto desarrollado por la plataforma NeuroRights Foundation, impulsada por una comunidad internacional de neurocientíficos, que busca “establecer un nuevo marco jurídico internacional de derechos humanos destinados específicamente a proteger el cerebro y su actividad a medida que se produzcan avances en neurotecnología”. Entre los neuroderechos principales se establecen cuatro puntos clave referentes a la identidad personal para proteger que la neurotecnología no altere el sentido del yo: el acceso equitativo, para que la mejora en las capacidades cerebrales esté al alcance de todos; el libre albedrío, para que los usuarios puedan tomar decisiones libremente sin manipulación neurotecnológica; la privacidad mental, para que no se usen los datos de la actividad cerebral de las personas sin su consentimiento; y la protección contra los sesgos, para no discriminar a personas en base a datos obtenidos por neurotecnología.
“Este asunto tiene que pasar a ser parte de programas electorales y debates públicos para que se regulen todos estos usos”, afirma Arroyo. “La carga que supone la memoria obligatoria es agotadora y dolorosa, pero no lo podemos permitir ni lo tenemos que luchar individualmente. No podemos asumir la derrota”.