Los doomers y su no reacción frente a la realidad asfixiante
- Frente a una existencia material difícil, un mundo caótico y un futuro repleto de incógnitas, el fenómeno doomer da una anti respuesta: la apatía estructural estéticamente trabajada
Lo sepas o no, conoces a Doomjak, la representación memetizada del doomer. Quizá conozcas al personaje en sí mismo, el cual nutre de un humor cínico y deprimente múltiples espacios de Internet: los chats de muchos streamers de Twitch son lugar común para esta particular mirada de la realidad. O quizá simplemente conozcas la sensación doomer, ya que atraviesa a toda una generación repleta de frustraciones, inseguridades, miedo y apatía con respecto al futuro.
La humanidad está pasando por una fase compleja, como ha sucedido prácticamente siempre. El capitalismo mundializado no solo multiplica las incertidumbres, sino que en su elemento mediático nos impide escapar de avalanchas de noticias trágicas vinculadas a guerras, conflictos sociales o crisis ambientales. La juventud del Primer Mundo, pese a la relativa comodidad material en la que vive, a menudo responde ante el día a día con una considerable apatía que tiene sentido si son tomados en cuenta los factores reales que conforman su vida. El catastrofismo medioambiental, las frustraciones laborales y el cinismo político son elementos que nos configuran generacionalmente, y desde los cuales a menudo se dan respuestas rápidas a un sistema tan complejo como desquiciante.
Frente a esto, el doomer lleva a cabo un proceso de anti-rebelión contra las evidencias, reconociendo la maldad intrínseca al modelo y el caos en el que sumerge a las mayorías sociales, pero negando de antemano la posibilidad de una salida a mejor puesto que, según se piensa, las cuestiones negativas son tan profundas como irreversibles. Esta creencia en la irreversibilidad de las fallas del sistema dota de sentido a la mentalidad doomer. Si se tiene la conciencia de la crueldad que atraviesa al régimen internacional en el que vivimos, pero se concibe semejante crueldad como irremediable, ahistórica y natural al ser humano, entonces tiene sentido mantener una actitud cínica y marginal ante los estímulos diarios.
“Ante memes que muestran a un personaje deprimido, aislado y resentido, una considerable cantidad de jóvenes responden con un “soy literalmente yo””
La (no) reacción de los doomers es comprensible -aunque inmovilista- por parte de una generación que ve con sus propios ojos la existencia del avance científico y tecnológico pero que, al mismo tiempo, percibe que se le escapa de las manos, que está fuera de su alcance y que semejante desarrollo va de la mano con la inestabilidad y las dudas sobre la vida material individual. Establecerse en un lugar, formar una familia, comprarse una casa… todo ello son realidades que hemos conocido -por generaciones anteriores-, pero que se han convertido por designio del sistema en una ensoñación casi ridícula.
El doomer, pues, pone sobre la mesa una suerte de nihilismo sin épica, una reclusión romantizada con códigos estéticos bien definidos. Frente a una realidad materialmente frustrante, se responde con una apuesta redoblada. Ante memes que muestran a un personaje deprimido, aislado y resentido, una considerable cantidad de jóvenes responden con un “soy literalmente yo”.
Una alta dosis de nostalgia atraviesa también al fenómeno doomer. Se vuelve sobre videojuegos de generaciones antiguas que se jugaban con inocencia en la pre adolescencia, se revisionan continuamente series de la infancia y se buscan dosis de alegría encapsuladas en fotografías y vídeos antiguos. Todo eso de la mano de una estética edgy y de la música doomerwave, consistente en acoplar a canciones de antaño un filtro monótono y nostálgico.
El mundo está regido inevitablemente por “la ignorancia humana, la codicia y la futilidad”, por lo que no merece la pena siquiera organizarse políticamente para combatir esta realidad: es, una vez más, inherente a la condición humana. El doomer a menudo no tiene una posición política definida, ya que lo mainstream le parece podrido y lo alternativo le parece inútil. Es en este sentido en el que el doomer no representa -ni lo pretende- ningún riesgo para el modelo dominante; de hecho, de algún modo, lo apuntala, pues arrastra a la ingravidez y el hastío la fuerza motriz de la juventud. Su enunciación se convierte en un lugar de refugio en el que se desenvuelve aquel “peso muerto de la historia” del que hablaba Antonio Gramsci.
La alienación del doomer es multidimensional. Es una ruptura moral que responde a los patrones clásicos de la relación capital-trabajo, sí, pero va más allá. A menudo, se da una desconexión cruda con la familia, las amistades, el estudio y, en general, con la posibilidad de imaginar mejoras individuales en el corto y medio plazo. El doomer ni siquiera intenta encontrar esos pocos recovecos que el sistema reserva a unos pocos para escapar de la monotonía y de la derrota frente a las relaciones sociales opresivas del sistema.
“El doomer a menudo no tiene una posición política definida, ya que lo mainstream le parece podrido y lo alternativo le parece inútil”
Frente al boomer, que vive feliz en una suerte de ignorancia inocente gracias a un contexto material más favorable dentro del cual pudo forjarse una cierta estabilidad, el doomer no reviste más que una máscara de supervivencia en modo automático. El doomer nació en los noventa y vivió dos procesos paralelos que forjaron una contradicción difícil de asumir: de un lado, avances tecnológicos sin precedentes, potencialmente capaces de mejorar profundamente la vida humana; del otro, concentración de los beneficios de este desarrollo y exclusión efectiva de grandes capas de población de las bondades del progreso.
Ni las tradiciones, ni la religión, ni los horizontes políticos. Nada mueve al doomer más allá de su apatía consciente. A veces, él mismo convierte su percepción en algo potencialmente disfrutable a través de la creación de memes, pero este hecho no deja de ser el fruto de la reivindicación repetitiva del hastío hacia todo lo existente. Por eso merece la pena insistir en el concepto de nihilismo sin épica. Una salida de lo doomer que merece la pena ser mencionada es aquella de los bloomers. Doom significa ‘condenar’; bloom significa ‘florecer’. El bloomer es igualmente consciente de las contradicciones y fallas del sistema hegemónico. Sin embargo, percibe la no necesidad de las mismas, acepta la posibilidad imaginable de modificar radicalmente la realidad existente y, ante todo, enfrenta a las evidencias negativas de la realidad con un relativo optimismo.
Lo doomer es, en definitiva, la enésima revisión del pesimismo estructural ante el conocimiento de las maldades intrínsecas a la existencia material que tenemos que afrontar. Es políticamente inmóvil y, por tanto, éticamente inoperante, ensimismado y contraproducente. No genera una reacción constructiva, superadora, del sistema; por contra, lo apuntala mediante la negación de su condición histórica y mediante la invisibilización sistemática de las alternativas viables. Con todo, tiene calado entre la juventud de nuestro país y es capaz de reconfigurar la personalidad -a través de una construcción triburbanesca virtual- de muchos hombres jóvenes, como también de algunas mujeres -Doomerette y Doomer Girl.
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Eduardo García es politólogo y maestrando en Relaciones Internacionales. Colabora con medios como El Salto Diario o Descifrando la Guerra, en materia de política internacional.