Virginia Nicholson.Ellas solas
Virginia Nicholson, Ellas solas: un mundo sin hombres tras la Primera Guerra Mundial, editorial Turner.
En la Primera Guerra Mundial murieron setecientos cincuenta mil jóvenes británicos. Esto dejó un “excedente” de casi dos millones de mujeres. Educadas para casarse y tener hijos, esta generación de mujeres tuvo que aprender a la fuerza, y reinventarse, contra muchos prejuicios y contra sus propias expectativas y deseos para vivir una vida sin hombres.
La escritora Virginia Nicholson acaba de pasar por Madrid para presentar Ellas Solas: Un Mundo Sin Hombres tras la Primera Guerra Mundial (Editorial Turner), en el que explora la vida de estas mujeres.
Es la misma generación a la que perteneció su tía abuela, la escritora Virginia Woolf, y su abuela, la pintora Vanessa Bell. El padre de Virginia Nicholson fue Quentin Bell, biógrafo de Woolf. Y por parte de madre, es prima de Lawrence Olivier, el gran actor británico.
¿Impresiona, verdad?
Asuntos Propios fue a hablar con ella. Podéis escuchar, en inglés, la conversación que tuvimos con ella, y si preferís leerla en español, está aquí.
AP: La primera pregunta es muy básica. ¿Cómo dio con la idea de escribir este libro?
VN: Ojalá fuera una pregunta tan básica como parece. Era muy consciente del fenómeno del excedente de mujeres por mis otros trabajos, porque ya estaba escribiendo historia sobre ese periodo en Gran Bretaña, pero creo que una vez que me puse a pensar en serio, más de cerca, sentí que había resonancias muy fuertes con mi propia vida, y eso sucede porque aunque estoy casada, me casé tarde, en la treintena, así que me pasé una gran parte de la veintena en esa especie de caza en la que creo que muchas mujeres se embarcan, buscando a don Perfecto. Y hubo un tiempo muy largo en el que pensaba: ¿me voy a pasar toda la vida soltera? Esa sensación terrible de que puede que haya un hombre ahí, o puede que no, todos los hombres disponibles son gays… y tal. Así que tuve una experiencia muy fuerte en la veintena de estar sola, y deseando no estarlo, así que eso fue lo que me encendió la lucecita… Y pensé: este libro puede ser más que una historia, puede alcanzar a mujeres más allá que aquellas personas que sólo quieren leer sobre la época, y que encontrarán aquí consuelo, soluciones, enfoques y quizá se sientan reivindicadas, y sientan una sensación de triunfo.
AP: Hay una sensación de triunfo muy fuerte hacia el final del libro… hay una larga lista de biografías de éxito que se lee con una sensación de orgullo. Pero al mismo tiempo usted comenta que en estas mujeres hay una sensación de estoicismo y dignidad que es raro encontrar hoy día. Y pensé: ¿nos merecemos esta sensación de orgullo con la que leemos su libro?
VN: Eso plantea tantas cuestiones… Sí, hay una especie de cuadro de honor al final de mi libro, y es un tributo, lo que intento hacer es honrar a estas mujeres que creo que eran heroínas, porque tenían mucho contra lo que luchar, mucho que soportar, y lo hacían con extraordinaria gracia y filosofía. Y creo que sí, que sí tienen lecciones que enseñarnos sobre cómo enfocar la vida… Si te fijas en lo pobres que eran muchas de ellas, lo tristes, lo decepcionadas, lo dura que era la situación, el mundo en el que vivían, tan orientado a los varones, y quizá, además de dar consuelos, algo en el libro nos enseñará, como creo que debe hacer la historia, que no debemos dar nuestro mundo por sentado, que quizá la sociedad en la que vivimos nos ha dado demasiado, nos hemos vuelto demasiado avariciosos, la cultura de tenerlo todo nos ha estropeado, como niños mimados con demasiados caramelos.
AP: El libro resulta oportuno, y es raro, porque sigue existiendo una obsesión con crear un vida hogareña, con tener una familia, con encontrar al hombre adecuado… ¿no aprenderemos nunca que esto no es necesario?
VN: No sé. No creo que sea poco razonable tener esperanza, no creo que sea poco razonable desear la felicidad, la satisfacción, es bastante congénito, y si las lecciones que nos da la vida es que nos despojen de ese deseo brutalmente, a golpes, entonces, eso es triste.
AP: ¿Cómo explicar la crueldad y el desprecio con el que estas mujeres eran descritas cuando empezó a hablarse del excedente de mujeres?
VN: Ya estaba ahí. Fue exacerbado por el excedente… pero es por miedo. Sale del miedo. Del miedo de los hombres de que les iban a ganar en número, es algo muy básico. Si retrocedemos en la historia, en busca de las razones para la supresión de las mujeres, cosa que nos abrumaría mucho, pero, como digo, ya antes de la Primera Guerra Mundial, había una sensación de hostilidad hacia la mujer soltera. Cuando las solteras entonces inundaron el mercado en cantidades enormes… hablamos de un exceso de casi dos millones de mujeres más que hombres, en el Reino Unido en el periodo de posguerra… [el miedo] estaba relacionado con muchas cosas: la dominación sexual, el dinero, los trabajos, el poder político… Y creo que quizá en algunos sentidos si eras un hombre tenías buenas razones para estar asustado. El modo como expresaban ese temor era otra cuestión… no buscaban un consenso, eran hostiles, se expresaba mucha ira y mucha paranoia. Algunas condenas directas de la mujer soltera pueden describirse casi como fascistas, creo yo. Una sensación de rabia e ira en relación con lo desviado, lo malvado, algo muy primitivo, la sensación de que estas mujeres eran como brujas, y eso tiene una raíz muy profunda, con una historia muy larga. La mujer soltera era una amenaza, sin duda.
AP: ¿Esto explicaría por qué tan pocas mujeres tuvieron aventuras? Me sorprende. ¿Era sólo por presión social por lo que no buscaban…?
VN: ¿Quieres decir que por qué no se iban sencillamente a buscar satisfacción por ahí? Bueno… creo que hasta cierto punto sí lo hicieron. Las tasas de ilegitimidad de aquellos tiempos eran más altas de lo que podrías esperar. Muchas mujeres se encontraron embarazadas de hombres por pura desesperación, y luego eran abandonadas o se veían obligadas a abortar, o se casaban con alguien con quien de otro modo no se hubieran casado. Pero no se tienen aventuras en los tiempos anteriores a la contracepción, si puedes evitarlo. La deuda del pecado en aquellos tiempos era realmente muy cara, y no compensaba ser madre soltera en los años 20.
AP: ¡Las tías universales! Me encantan. ¡Son como productoras de televisión! Pueden hacer cualquier cosa, y nada en concreto… ¿existen todavía?
VN: Sí, existen. Fui a conocerlas en el sur de Londres, tienen su sede en Clapham, y la empresa la dirige la pareja de damas de clase media alta más distinguida y encantadora y culta y educada que puedas llegar a conocer. Me ofrecieron un almuerzo muy agradable y me lo contaron todo acerca de la organización. Y si, aún se las puede llamar. Son una contraseña, aún, en la sociedad británica, o al menos en ciertos ambientes de la sociedad británica, de mujeres que cuidarán de tus hijos si necesitas que alguien los recoja de su colegio interno pijo, o para solucionar los problemas que puedas tener en Harrods. Son un fenómeno. Son únicas. No sé si existen las tías universales españolas, pero quizá deberían.
AP: También es curioso que esta revolución tuviera lugar justo después de la era victoriana, que fue particularmente represiva para las mujeres. ¿Se lo tenían merecido, en cierto sentido?
VN: Obviamente, estas cosas no suceden de la mañana a la noche. Sin afinar demasiado, he intentado trazar un poco los antecedentes de las mujeres en el periodo de posguerra, y esos antecedentes estaban en los años 90 del siglo pasado, en el advenimiento de lo que se conoció como la “nueva mujer”. Esta nueva mujer anterior a la Primera Guerra Mundial era una mujer liberada, emancipada, que creía en la igualdad de derechos, que quizá montara en bicicleta, quizá llevara pantalones, dios no lo quiera, que entonces se llamaban pololos, que quizá rechazaran el matrimonio. Recibían burlas y condenas por parte del macho de la especie, por supuesto, ya sabes, como mujeres que tenían “demasiadas ideas en la cabeza”. Pero esto era de verdad un fenómeno en los 90. Y luego, claro, tenías a las sufragistas. Excusa mi ignorancia sobre el aspecto español de este tema, pero en Gran Bretaña aún las recordamos y honramos su memoria, porque éstas eran mujeres que se jugaron la vida para conseguir el voto para las mujeres británicas. Hicieron huelgas de hambre, se suicidaron, creyeron con tanta fuerza en esto… Todo esto se quedó suspendido durante la guerra. Y, en cierto modo, los logros que habían conseguido, en cuanto a la emancipación de la mujer, contribuyeron de forma decisiva cuando de repente, en la posguerra, tienes una vasta cantidad de mujeres inundando el mercado. Y todas se giraron y dijeron: podemos hacerlo, podemos ser hermanas, podemos marchar juntas, podemos ayudarnos las unas a las otras, podemos conseguir el voto. Y el voto, no es coincidencia, se dio por primera vez a las mujeres en 1918, y el voto completo en 1928. Para entonces ya era una cuestión no de si sería, sino de cuándo sería. Así que sí, cabalgaron sobre los hombros de sus predecesoras.
AP: De todas las mujeres de las que habla en el libro, probablemente haya más de 100 nombres… ¿tiene alguna que sea su favorita?
VN: Buf, hay tantas. Tantas se convirtieron en heroínas. La historia que más me conmovió es la historia con la que empiezo el libro, la de la joven May Jones, cuyas memorias inéditas encontré en un oscuro archivo de una universidad británica, escritas a manos, nunca publicadas… No cero que nadie las hubiera mirado nunca. Y era la historia de una mujer que para mí se convirtió en el emblema de todas las mujeres de las que hablo. Olvidada, de clase obrera, muy pobre, le encantaba leer y le encantaba el campo, se enamoró, y su joven novio murió en la Primera Guerra Mundial, y su pequeña historia, mientras la escribía, yo sentada en aquella biblioteca, secándome los ojos, sollozando, porque era tan triste. Contaba que él había muerto, y ella sintió que su alma gemela, su compañero de vida… y escribe “supe entonces que me convertiría en una solterona”. Y luego añade, al final. “Sólo tenía 20 años”. ¡Y es que era tan triste, y tan emocionante! Que hubiera escrito esto, setenta años más tarde, de vieja… nunca descubrí qué fue de ella.
AP: Pero las memorias estaban ahí, en una universidad…
VN: Sí, porque un sociólogo muy listo y de mucho renombre había coleccionado una enorme cantidad de memorias de personas de clase obrera, y yo tuve la suerte de encontrar este archivo, en el que, tristemente, nadie parece fijarse nunca, excepto yo.
AP: Eso es una suerte para una investigadora…
VN: Sin duda, es una suerte para una investigadora. Lo supe en cuanto las encontré, que me había topado con una pequeña mina de oro.
AP: Lo siento, pero tengo preguntar esto. El venir de una familia como la suya, ¿proporciona una sensación más acusada de la importancia del pasado?
VN: Bueno, no veo por qué. Todo el mundo tiene su propia familia, sus propias abuelas y tías abuelas y todo lo demás. Mi familia sí está inusualmente bien documentada… es decir, no hay ni una carta que no haya sido examinada por estudiosos o un diario que no se haya publicado. Así que quizá sí tenga una súper conciencia de esa época, y quizá por eso me guste tanto escribir sobre esa época, y contar historias de esa época. Quizá no sea una coincidencia.
AP: Usted reflexiona en el libro sobre el hecho de que un acontecimiento como la primera guerra mundial, que es un cataclismo, acelera el cambio social…
VN: Es una creencia que tienen los historiógrafos… y no es que yo sea historiógrafa, pero mi hijo sí lo es, y me dice que es así… yo soy mucho más empírica… yo mira las pruebas, miro las investigaciones y para mí es muy notable, muy obvio, que si tienes una gran cantidad de gente que muere en una sociedad, en un sentido casi darwiniano, la demografía se ve obligada a rellenar los huecos como una especie de marea llena, para cerrar los huecos. Y aquí tenemos una cantidad enorme de mujeres en el mercado, sin hombres que las mantengan en una sociedad en la que toda la vida se esperaba, se las programaba, para ser esposas y madres. De repente ese derecho por nacimiento, ese destino, les es arrebatado, y tienen que convertirse en otra cosa. Bueno, ya, como he descrito, el movimiento feminista les ha dado esa rampa de lanzamiento, y el resultado es una especie de explosión de feminismo, una explosión de talento y habilidad, se montó sobre una tendencia que ya existía, pero realmente empujó el movimiento feminista. Creo que es muy importante no olvidar un aspecto vital de este asunto, que son las maestras. Los rangos de profesoras se vieron hinchados enormemente por mujeres solteras en ese periodo… no te puedo dar las cifras pero están en el libro… y esas mujeres eran los modelos a seguir por las feministas de los años 70. Fueron mis profesoras, no las tuyas porque eres demasiado joven, pero toda mi generación, cualquiera por encima de los 45 años, aprendió con estas mujeres. Ahí estaban, con sus trajes de chaqueta de tweed, sus pechos sólidos y sus lunettes, sus gafitas. Todas las despreciábamos y las considerábamos viejas gruñonas, pero en realidad eran mujeres de cultura e integridad… eran mujeres que por su propia autosuficiencia proporcionaban modelos de conducta extraordinarios para la generación que nos trajo a todas las líderes de los 70.
AP: Leyendo el libro, uno descubre todas las cosas que no podían hacer. Una de las cosas que más me llamó la atención fue cuando Winifred Holtby y su amiga necesitan guarecerse en algún lugar mientras esperan el tren. Y no las dejan sentarse en el bar de la estación. De imaginarse a usted misma en ese periodo, ¿qué le habría resultado a usted más duro de aceptar, de todas las cosas que no podría hacer?
VN: Es una historia terrible, terrible. Allí sentadas, Winifred, que era soltera, con su amiga soltera mayor después de haber ido al teatro, en la estación de tren, habiendo justo perdido el tren… y entran a tomar un té, y ¡las echan! Porque no las dejan entrar en el bar de la estación a no ser que las acompañe un hombre, y eso es… evidentemente lo que se asume es que son prostitutas… y, claro, nada podía estar más lejos de la realidad… eran la esencia misma de la respetabilidad. Eso me hubiera cabreado muchísimo. Es indescriptible, y creo que enfadó mucho a Holtby. Luego se culpó a sí misma por no ir a buscar al portero de estación más cercano y hacerle entrar arrastrándole por las solapas. Pero creo que se las sometía a muchas indignidades. Tristemente hasta hace poco una mujer no podía conseguir una hipoteca si estaba soltera, en el Reino Unido. Todavía hay cosas por las que las mujeres tienen razones para quejarse, relacionadas con el dinero, con el salario, con los horarios, con la discriminación por ser madre… Ha sido un camino largo y lleno de baches, y creo que aún no ha terminado.
AP: La entrevista sí ha terminado. Muchas gracias.