Ganador de diciembre: 'El tesoro del parque', de David Rejas Plazas
- Aquí es hijo.
- ¿Aquí, en este banco papá?
-En éste, aquí se sentaba todos los días el abuelo -dijo Antonio a su hijo Damián.
Se encontraban enfrente del piso humilde donde vivían, en un parque que ya empezaba a tornarse de color otoño, y donde la brisa gélida atravesaba los jardines.
-Papá, hemos venido aquí durante muchos años a jugar con los primos, pero… Jamás me hablaste de ningún tesoro escondido. No existen los tesoros.
Damián ya había alcanzado la mayoría de edad, y no sabía que los tesoros sí existen. Se encontraba en el mismo parque en el que domingo tras domingo se empeñaba en ser el más veloz de los primos, en ese parque en el que recibía los aromas de plantas cuyo nombre desconocía, pero a las que él conocía según las sensaciones que le despertaban.
Así que en éste banco hay un tesoro escondido, pensaba Damián mientras miraba hacia el banco que tenían delante suyo. Los tesoros se encuentran enterrados únicamente en las páginas de los libros, yo no creo en eso. Mientras pensaba parecía como si el tiempo se hubiera detenido para los dos, hasta que esa voz que inspiraba seguridad, confianza y tranquilidad, la de su padre Antonio, reanudó sin previo aviso el tiempo de Damián.
-Me lo dijo el abuelo antes de morir. Me dijo que tú eras su nieto preferido, porque demuestras tener cabeza, y porque eres noble y humilde, además de respetuoso con quienes te rodean. Así era el abuelo Eusebio, y así eres tú. Y por eso estamos aquí.
-Pero hace mucho frío, el aire me está cortando las ideas y tú…
-Damián, durante muchos años el abuelo solía sentarse en éste banco todas las mañanas, a escuchar la radio y, como él decía, a escuchar el parte. Decía que el día era como la vida: la mañana el nacer, y la tarde el crepúsculo, las últimas horas de luz, las últimas horas de vida. Por eso venía por las mañanas. Yo le decía que por la tarde tocaba el sol en la otra parte del parque, allá atrás, pero nada. La tarde, decía, embarga todo de melancolía, entristece las calles de tal manera que es imposible levantar la mirada de la acera porque es mejor ver las baldosas húmedas a ver la noche posarse sobre las almas.
-El abuelo era un hombre de pensamientos profundos papá, un hombre de esos que a mí me gustan. Yo me quedaba embobadito cuando se ponía ñoño hablando de…
-Poético nene, se dice poético.
-Poético, cuando se ponía a hablar como si estuviera escribiendo una novela. Eso decía él, que hablar del pasado es recitar una novela, y que hay tantas novelas como personas y su pasado. Cuando le daba la vena literaria, yo le miraba y no entendía cómo podía expresarse de tal manera. Y nadie se reía de él, porque hoy en día hablar así es ser un cursi pero no, todos le tenían respeto.
-Sí, la radio siempre le aportó vocabulario nuevo, aprendió mucho de oído, aunque de joven, antes de perder parte de la visión, dejó la yema de sus dedos en las páginas cientos de libros. Pero sí, la radio fue su última fuente de inspiración, y él mismo decía que con la radio era capaz de estar acompañado, de aprender y de informarse a la vez. Y no sólo eso, sino que solía sonreír cuando admitía que en muchas ocasiones se veía respondiendo en alta voz a los debates de los programas que escuchaba, cuando lo que decían le aceleraba el ritmo cardíaco.
-Recuerdo cómo cuidaba la radio. Estuvo más de treinta años con la misma. La cuidaba mejor que nadie, y nadie osaba ni siquiera acariciar ese trasto aparte de él. Bueno sí, Anselmo, a quien acudía cuando se quedaba sin pilas. Ni la abuela sabía dónde la guardaba el resto del día.
En esos momentos se acercó un muchacho de unos veinte años, venía haciendo deporte y se detuvo enfrente de ellos.
-Perdonen, aquí se sienta un hombre mayor que saludo todos los días. Saben? Es muy querido por todos quienes hacemos deporte en éste parque. Pero veo que hoy no vino.
-No muchacho, ni volverá. Ese hombre era mi padre, y falleció hace dos días. Pero no te asustes, no venimos a ocupar su vacante en el parque, eso será dentro de unos años. Pero aún no, aún no…
-Cuánto lo siento. Siempre le saludaba, todas las mañanas. Estuve enfermo durante tres días y, cuando le encontré aquí, me dijo con una sonrisa que llevaba tres vueltas de retraso. Sepan que ese banco no lo toca nadie más que él. Por las tardes está siempre vacío, y desde hace cinco mañanas también.
Se despidieron. El muchacho siguió corriendo, y padre e hijo siguieron en ese banco.
-Mira papá, el abuelo se ponía así.
Antonio le miró con una ligera carcajada nerviosa. Aún no había superado la muerte de quien fuera su pilar desde niño, su padre. Le brillaban los ojos. Se puso de pie e hizo un gesto a Damián para que estuviera quieto. Se alejó unos metros, entornó los párpados hasta casi cerrarlos y al mirar hacia su hijo pudo ver a su padre allí sentado. Respiró hondo y volvió recordando la cantidad de veces que había visto a su padre desde el balcón, echado hacia atrás, con la radio a su derecha, los ojos cerrados y dejándose envolver por las frecuencias radiofónicas.
-Papá hace frío, dime lo que me ten…
-Sí, ven, ven conmigo.
Se pusieron de pie. Antonio miró hacia el banco. Luego, indicó a Damián que diera la vuelta al banco, que se pusiera detrás, junto a unas de tantas plantas que había.
-Papá, aquí lo único extraño que veo es que son todas de color rojo, y ésta es de color morado. Será del frío que hace porque…
-Sí, hace frío, y sí, es de color morado, pero no es una casualidad, ni es un error del jardinero ni por carestía de plantas rojas. Escarba ahí, en la de color morado.
-Ahora?. Que me ponga a escarbar en la tierra húmeda, con el …
-Sí, con el frío que hace. Escarba y encontrarás lo que te vengo a enseñar.
Damián miró a su alrededor, y al no ver a nadie empezó a escarbar con poco entusiasmo. Ni él mismo entendía qué estaba haciendo, pero lo estaba haciendo.
-Papá, aquí hay algo... estoy tocando algo duro, mira ven.
-No no, sigue tú. Es para ti. Debes desenterrarlo tú.
-Viene con una funda como la de… ¡papá, es la radio del abuelo!. ¡Es su radio!. ¿Pero por qué estaba aquí?. ¡Y nadie la tocó, ni vieron que había una planta diferente!.
-Nadie. El abuelo la enterró antes de morir. Se encontraba mal, él lo notó, y por eso la enterró. El muchacho que vimos antes dijo que hace cinco días que no veía al abuelo. Tres días antes de morir ya no salió, y sabía que no escucharía más la radio.
-Papá, el abuelo me la regaló y yo la pienso cuidar siempre. Compraré una funda nueva y la guardaré en el fondo del armario, donde nadie la vea, donde nadie la acaricie.
-Eso es lo que quería oír el abuelo, y por eso te la dejó, porque confiaba en ti. Le acompañó durante muchos años y no quería dejar la radio huérfana y sin compañía.
-Papá, tenías razón… los tesoros existen. El abuelo decía que había tantas novelas como pasados y personas, y yo le digo que existen los tesoros, y hay tantos como uno quiera.
-Así es, pero ahora Damián, qué te parece si…
-Sí papá, hace frío. Volvamos a casa.
Años más tarde, Damián se acercaría una mañana al parque a buscar a su padre.
-Papá, te traigo algo con mucho valor, mira...
-Pero hijo, si es… una pila de reloj.
-Sí, es una pila pero recuerda: ese reloj, tu tiempo, algún día será el tesoro de alguien.