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Damien Lott - Damien Lott

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Hace ya tres años que Soler decidió encerrarse en su habitación, dejando aparcado todo lo que ocurría en su mundo, para dar forma a un disco que le rondaba la cabeza, que no le dejaba dormir (“A veces pienso que es normal vivir sin dormir / cuando no intento ser feliz duermo mucho mejor” canta en “Pascua”) y que hoy deslumbra entre los paisajes lisérgicos de XTC, la energía y la fuerza vocal de Matthew Sweet y, sobre todo, descubre a uno de los artistas que mejor ha sabido darle voz al rock en castellano.

Como un orfebre puliendo su mejor diamante, como un artesano limando hasta el más mínimo detalle de su mejor obra, Carlos Soler ha ido conformando un disco monumental, una obra ambiciosa, repleta de arreglos, detallista hasta rozar lo enfermizo, y es que este disco hay que escucharlo desde dos perspectivas diferentes: lo que estamos escuchando y cómo está hecho el festín que nuestros oídos degustan.

Tan solo imaginarse a nuestro protagonista grabando voz tras voz hasta conseguir esas maravillosas armonías vocales y coros de canciones como “Quien soy”, las pobladas palmas de “Pascua”, las decenas de pistas de temas como “Erase and Fall” o “Fuego amigo”, las diferentes capas de orquestaciones (cuerdas, vientos, percursiones) que pueblan el disco, la técnica para acometer una instrumentación y aparataje tan variado...

Algo que sin duda solo está al alcance, a día de hoy, de un genio con toda la libertad que le ofrece el no pertenecer aún al meollo discográfico, el tiempo como único límite (y con todo éste por delante), un esfuerzo descomunal y mastodóntico por encajar las piezas de un puzzle que cada día aparecía con nuevas posibilidades.

Pero no cabe duda que lo más importante es ese resultado final que hoy nos acongoja, que funciona como una especia de enciclopedia musical en el que podemos escuchar a The Beatles, The Beach Boys, Led Zeppelin, Hank Williams, Nirvana, Arcade Fire, Weezer... coleccionada en forma de singles impecables, incontestables, redondos (tanto como lo es un vinilo), con unas letras insomnes que hablan de la soledad de ese proceso, del que encuentra su vida volcada a la creación, y que finalmente sirven como reflexión sobre la relación del autor con su obra, con sus influencias, como si fuera un meta disco hecho de manera no consciente: “Cada vez que escribo una canción / me convierto en un ladrón / y me escondo para no estorbar / y nunca más hablar” en “Mesa Tormenta”; o como canta en “Impersonator”, “Él era un cuadro fácil / para cualquier doctor. / Tenía mucho dentro / y nada de valor. / Pero guardaba algo, / que aunque no era especial, / si lo sacaba a tiempo / te elevaba a dos metros de él.”