Etta James se despide
- Problemas de salud han alejado a la cantante del escenario
- Sonideros estrena las canciones de su último album, The Dreamer
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De Luis Buñuel se decía que era capaz de construir espléndidas películas partiendo de guiones inconsistentes, tal y como se comprobó con buena parte de sus trabajos mexicanos.
Era el genio lo que marcaba la diferencia; el oficio, desde luego, pero también esa capacidad única e irrepetible de insuflar lo mejor de su personalidad en cada manifestación artística, una cualidad acaso innata cuyo secreto comparten muy pocos mortales.
Mutatis mutandi, lo mismo puede aplicarse a la pintura, la música o cualquier otra disciplina creativa con vocación de reflejar las emociones y los sentimientos del alma humana. Ahí reside la diferencia entre Mozart y Salieri: uno era genial y el otro, un gran conocedor de su oficio.
Es pronto para hablar de genios en la historia del soul. James Brown, Ray Charles, Sam Cooke, Aretha Franklin, los grandes cautivadores, los expertos en convocar aquelarres hipnóticos en cada sílaba o en cada fraseo, los desposeídos arrebatados por el blues y el gospel de sus antepasados: quizás ellos lo sean, como George Clinton, a fuerza de iconoclasta, inventor de espacios musicales, inconformista feroz.
Jamesetta Hawkins, más conocida como Etta James es un poco todo eso: imagen provocadora (rubia platino, rechoncha, extravagante: Joe Tex la retrató en su “Ain’t gonna bump no more (with no big fat woman)”), voz maleable, arrolladora y profundamente emotiva, un huracán negro, la única alternativa sólida al reinado de Aretha Franklin, una personalidad proteica, una vocalista capaz de derretir a su audiencia con un estándar (“These foolish things”), de interpretarlo con el mismo sentimiento que derrocharía en un blues tormentoso (“Baby what you want me to do”) o en una abrasadora pieza de country-soul sureño (“Tell mama”, “Security”, “I’d rather go blind”).
Una fuerza de la naturaleza, una de las más importantes voces femeninas de la historia y tal vez la cantante negra más en forma de los últimos treinta años, la única, la maravillosa Miss Peaches, la gran Etta James, bendita Señorita Melocotones.
Nacida en Los Angeles, California, el 25 de enero de 1938, Etta debutó a los 14 años con una pieza descarada y rabiosamente sincopada titulada “The wallflower”, alcanzó su cénit artístico y comercial al amparo del sello Chess de Chicago con una larga serie de discos memorables de soul sureño carnoso y humeante, coqueteó con el jazz y el blues y ahora, al fin, abatida por dos terribles enfermedades (leucemia y Alzheimer) anuncia su retirada del mundo del espectáculo con un álbum sobrecogedor titulado The dreamer, donde recrea clásicas inmortales del blues (“Too tired”), la torch song (“Misty blue”), el soul (“Champagne & wine”) e incluso el rock metálico (“Welcome to the jungle”, de Guns N’ Roses).
The dreamer, que estrena Sonideros el 13 de noviembre, es un dignísimo punto final a la carrera de esta portentosa vocalista, favorita eterna de quienes valoran más la sinceridad y la autenticidad de los sonidos genuinamente negros que las cegadoras luces de neón del mercado.