Edith Piaf, el arrebato incontenible
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La más apasionada de las mujeres y la más emocionante de las cantantes, Edith Piaf es un icono del siglo XX que vivió tanto y tan deprisa que resulta inabarcable a efectos biográficos.
Hija de un contorsionista acróbata y de una cantante de cabaret, Edith Giovanna Gassion nació en Paris en 1915. Su infancia hace parecer a los personajes de Dickens la encarnación de la prosperidad: Sus padres alcohólicos se desentienden de ella y la dejan al cuidado de su abuela - que regentaba un burdel-; una meningitis a los cuatro años de edad la deja ciega temporalmente; trabaja en un circo itinerante en su adolescencia pidiendo monedas por las calles y se queda embarazada a los 16 años para perder a su hija dos años después.
Tal sucesión de desdichas y sordidez marcan su personalidad para siempre, convirtiéndola en una mujer arrebatada y excesiva. Una forma de ser que define su idiosincrasia artística desde que un turbio empresario llamado Louis Leplée la descubre en un barrio parisino y la convence para cantar en un bar. Fue este Leplée -que poco tiempo después aparecerá asesinado en extrañas circunstancias- el que bautiza a Edith como "Piaf" (pequeño gorrión).
Paris a sus pies
En la segunda mitad de la década de los 30, y gracias al apoyo del compositor Raymond Asso, la jóven Edith logra la atención masiva del siempre exigente público parisino, al que cautiva con su voz palpitante y su puesta en escena teatral y apasionada. Se convierte en rutilante estrella del music-hall.
En 1940 un tema escrito para ella por Jean Cocteau llamado "Le Bel Indiférent" la consagra definitivamente como la gran dama de la canción francesa. Poco después se presenta en el célebre Moulin Rouge, donde coincide con el joven cantante Yves Montand (otro mito francés). Ambos vivirán un tormentoso romance -como todos los que protagonizó la artista- hasta 1947.
Es la época en la que Piaf escribe y populariza una de sus canciones emblemáticas: "La vie en rose". Uno de los temas más populares de la historia de la canción francesa, versionado en años posteriores por intérpretes del prestigio de Louis Armstrong, Ella Fitzgerald o Marlene Dietrich.
Consagración y excesos
En la década de los cincuenta Edith Piaf se establece como celebridad a nivel mundial. Se consagra en los cada vez más influyentes Estados Unidos en 1956, en una serie de memorables actuaciones en el Carnegie Hall de Nueva York . Es adorada allá donde va. Sin embargo, sus excesos con el alcohol y las drogas (era adicta a la morfina) y la inestabilidad emocional que le ocasionaban sus tempestuosas relaciones sentimentales, deterioraron cada vez más su salud mental y física. Combinaba las curas de desintoxicación con giras y grabaciones constantes hasta que se desploma en un escenario de Nueva York en 1959.
Tras numerosas operaciones quirúrgicas que la desfiguran irremediablemente, regresa a Paris teniendo que afrontar el rechazo de su penúltimo amor, el joven cantante Georges Moustaki.
Je ne regrette rien
A pesar de la podredumbre emocional y el deterioro físico, Piaf regresa a los escenarios en 1961. Concretamente al Olympia de Paris, donde a modo de epifanía, desborda toda su pasión interpretativa para realizar los mejores conciertos de su vida. Es allí donde suena más reveladora y majestuosa que nunca la conmovedora "Non, je ne regrette rien", canción compuesta para ella por Charles Dumont, que define a la perfección el espíritu libre y salvaje de una artista incontenible. La voz que representa mejor que ninguna otra la Europa atormentada del Siglo XX.