Finalista del mes de junio: 'Rumbo RNE', de Carlos del Ser
Por la noche no me atrevía a cerrar los ojos. A pesar de que el sueño me vencía y todo mi cuerpo me hería por tantas jornadas allí acurrucado, procuraba no cerrar los ojos, no podía permitírmelo, debía permanecer con ellos bien abiertos. Era preciso hacer notar que aún estaba vivo.
Hacía frío, nunca había estado en alta mar y padecía un frío totalmente desconocido para mí, me cubrí con la única chaqueta que tenía e intenté que el pantalón cubriera algo más de mi piel aunque fueran unos centímetros. Imposible. Tenía la sensación de estar desnudo, desnudo y desprotegido.
Mis propios párpados me desobedecían y tendían a cerrarse con un automatismo extraño a mi cuerpo, pero me movía, me movía constantemente dentro del recoveco que ocupaba; giraba la cabeza y miraba hacia la luna, se parecía a un ojo de pez de los muchos que había acarreado y limpiado en mi pueblo, brillaba y estaba translúcida, las estrellas también brillaban y titilaban, era un abismo.
El mar permanecía sereno, totalmente negro, ¿cómo pude haber creído durante tanto tiempo que era azul?, negro y tenebroso, su calma me aterrorizaba, tenía la impresión de no avanzar en absoluto, era una espera tensa como la que acontece cuando se vela a un muerto toda la noche sabiendo que no se puede hacer nada, deseando que llegue el día, aunque quizá fuese peor. Sufríamos un sol inmisericorde que nos castigaba hasta hacernos renegar de él. El amanecer era esperanzador pero apenas levantaba dos dedos la línea del horizonte comenzaba a mortificarnos.
Ya no teníamos agua, y llevábamos sin comer mucho tiempo, nadie nos atrevíamos a decir nada, volvía a caer la noche y morían nuestras esperanzas. No sabía explicar por qué pero esperábamos hallar tierra de día, me parecía que por la noche era imposible, se me antojaba irreal la sola idea, ¡aquella oscuridad!. No quería cerrar los ojos. Por la noche los tiraban al agua, cuando salimos no existía ni un solo hueco libre, ahora se veían varios. Solamente escuchábamos un leve chapoteo y luego una sombra alargada alejándose de la sombra que éramos nosotros.
No, no los cerraba, sabía que si los cerraba de noche podían tirarme al mar, y el mar no da esperanza. Detrás de nosotros el sol volvió para castigarnos de nuevo, había huecos nuevos, a pesar de todo durante algún tiempo tuve los ojos cerrados, ahora no estaba el patrón, lo busqué con la mirada pero no lo hallé. En la proa de la barcaza únicamente estaba su chaqueta, nadie se movió, sufría unos deseos irrefrenables de echarme por la borda y beber, beber hasta saciarme, hambre ya no tenía, ni siquiera recordaba la sensación de hambre, pero aquella sed… Me levanté de mi sitio y fui hasta la proa, mi primera intención fue hacerme con la chaqueta pero al cogerla noté algo duro en su interior, una radio, un pequeño aparato de radio, y pintadas en uno de sus costados tres letras mayúsculas RNE. Instintivamente desplegué su antena y la encendí, giré la ruleta del dial de un lado a otro, solamente ruido.
Nos picaba la piel y nuestros labios estaban resecos y sangrantes, en la popa del barco un hombre dijo algo ininteligible y se dejó caer por la borda, no hicimos nada por él. No podíamos hacer nada por él. Apuntaba la antena de la radio cambiando de dirección sistemáticamente, recorrí la barcaza de proa a popa, de babor a estribor, buscaba y buscaba. Anochecía, dos de los hombres no se habían movido en todo el día, fui consciente de que mañana no les vería, fui a proa giré a babor y a estribor, era noche cerrada ya, la pequeña radio comenzó a emitir un ruido extraño, era ruido pero había cambiado significativamente, notaba el cuerpo débil, los ojos… no podía con ellos, moví la radio, enfoqué la antena, notaba algo, quería notar algo. ¡Estribor, estribor!
Grité desesperadamente, la barcaza viró suavemente, el ruido era sutilmente variable, desfallecía, junté las manos y aferré la pequeña radio en mi regazo, me desplomé en la proa.
“Solo quiero estar contigo. Solo quiero bailar contigo. Solo quiero vivir contigo…"
La música llegó nítidamente a mis oídos, me desperté, no entendía lo que cantaban, pero la cancioncilla me reconfortó. Aminata, Jawara, y Awa llenaron mis pensamientos. Solamente quería estar con ellos. Entonces supe que estábamos salvados.