The New Raemon, Francisco Nixon y Ricardo Vicente
Tres cuerpos de ventaja. Por Raúl Minchinela
La primera vez que Francisco Nixon coincidió en un escenario con The New Raemon, le insultó desde la platea. Fue en el Auditori de Barcelona, en la primera de dos galas donde tocaban con banda completa y donde se turnarían en la función de teloneros. Esa noche, Nixon abría la cita. En el turno de cabeza de cartel, Ramón confesó a micro abierto que esperaba un día componer canciones como las de Fran. Desde su butaca entre el público, se oyó la voz del cantante respondiendo por alusiones: "eres idiota".
Si las cosas hubieran llegado a las manos, Nixon tenía de su lado a Ricardo Vicente, Richi para los amigos, que le acompaña desde los tiempos de La Costa Brava y que compone la mitad de las canciones del proyecto que comparten. Fran y Richi giran de la mano por la península, y en las pausas hablan lo mismo de filosofía que de dibujos animados, porque les gustan los libros y las pantallas sólo ligeramente menos que la música. Son amigos de tertulia en tiempo de paz, y arriman el hombro cuando pintan bastos, como en ese instante. En términos numéricos, Ramón había acudido con una banda considerablemente más nutrida que el cuarteto del asturiano. O sea, que a las malas los visitantes tenían las de perder.
Lo que debería haber terminado en un tumulto de bar, ha cristalizado en un disco en el que se han asociado libremente, como amigos de una única noche que por fecunda y memorable termina pareciendo muchas. Al fin y al cabo les une más que lo que les separa, que es principalmente distancia física, porque cada uno vive a un tren de distancia del otro. Fran Fernández es un gijonés que vive en Madrid, Ricardo Vicente es un maño que se mantiene en su lugar de origen, y Ramón Rodríguez es un barcelonés retirado a la calma de pueblo costero. La relación distante convierte el resto del mundo en pedanía, y las telecomunicaciones han permitido la unión temporal de Fernández, Vicente y Rodríguez: una suma que recuerda a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, o también a una firma de abogados, o a unos Beach Boys en el secano de sobremesa bajo la solana.
Estas tres figuras han formado un supergrupo puntual y fulgurante impulsados por la pasión musical y una filiación de letras. Lo primero les ha permitido conjugarse en armonía, y lo segundo les ha reunido contra un enemigo común. Porque les han relacionado innecesariamente con el humor, y aquí toca ponerse serios. En un ecosistema donde las canciones insisten en retratar un paraíso de anuncios de móvil, ellos tres fuerzan al romanticismo a poner pies en el suelo y enfrentarse a esta tarde de jueves. Ramón retrata un mundo donde relaciones personales se codifican en cafeteras, en vales de regalo, en manchas de vino. Richi pone la lente en las cicatrices que asoman junto al bañador y en cartas de despedida donde todo irá bien y en el horizonte cercano de las fiestas de barrio. Fran levanta acta de un entorno urbano donde circulan dependientas de ropa y pijas de dentadura impoluta y estudiantes en año de Erasmus. El mundo es robustamente frágil como una campeona de gimnasia, como una caja de juegos reunidos. La vida sigue, ahora que nos hemos cansado de esperar el Apocalipsis. Acostumbrados a la lírica que da la espalda a lo que se ve desde la ventana, la fidelidad al absurdo nos arranca una sonrisa que no se puede confundir con el humor.
Rodríguez y Fernández y Vicente se han unido en un misterio de tres cuerpos que busca instintivamente el norte magnético de nuestro tiempo. La función del pop es retratar el momento presente y, con el tiempo, ser el testigo fiel de “aquella época”. Levantar acta de este mundo con bares de taxistas, con reuniones de sombrero festivo, con el hipódromo de la avenida motorizada, con intimidades sorpresa ante la llegada del novio de la hermana de nuestra novia. El momento actual codificado con claves actuales.
Ricardo Vicente, Francisco Nixon y The New Raemon se han juntado para un disco que tengo unas ganas enormes de escuchar. Y supongo que ustedes también. Que tampoco vamos a llegar a las manos.