Relato ganador del I Concurso de diarios de viajes: '31 de enero de 1987'
- La dramatización radiofónica es obra de Mayca Aguilera y Juan Suárez
31 de enero de 1987
¡Por fin en camino!
Tras recibir un fax de su jefe, los camioneros paraguayos han accedido a recogernos en Mendoza y llevarnos hasta Asunción.
Los tres enormes Scania transportan bobinas de papel desde Concepción para los periódicos de Paraguay. Es verano y dos de los camioneros viajan con su familia. Nosotros viajaremos con Valdez, que tiene a su mujer enferma y esta vez no lo acompaña. Para estar más cómodo había quitado el asiento del acompañante en su cabina por lo que nosotros iremos sentados en la cama.
Valdez es un hombre de unos cuarenta años, grande, de manos fuertes y aspecto taciturno. Está atento a la carretera mientras ceba su tereré (mate, pero con agua helada). Sostiene la bolsa de Pájaro Azul con una mano, la huampa y la bombilla con la otra y el volante con los codos.
Control de “la caminera” en el límite de San Luis. Nos preocupa que puedan poner trabas. Chiqui conduce el primer camión del convoy y habla con los policías. Vía libre.
Desaguadero. Las mujeres se bajan y desaparecen en un instante. Valdez nos explica que van a comprar el pan y la carne. Llevan mucho tiempo haciendo el mismo trayecto y lo tienen todo organizado. Ellas se encargan de comprar y preparar la comida. Después de comer, tenderán las hamacas y recogerán la mesa mientras ellos echan la siesta.
En Villa Mercedes dejamos la Ruta 7 y tomamos dirección norte. Hacia las dos de la tarde nos detenemos a un lado de la carretera.
Nos invitan a compartir el guiso de carne con arroz, cebolla y morrón. Preguntan con curiosidad: “¿De dónde son ustedes?” “¿Y a qué se dedican?” “¿Y por qué acá, tan lejos?” “¿Y no tienen niños?”
Darío juega con su camioncito. Tiene siete años. Cuando sea grande, manejará un camión como el de su papá.
Viajamos a más de dos metros sobre el asfalto. La visión es panorámica: al otro lado del parabrisas, la pampa es una llanura ondulada salpicada de vacas que nos miran al pasar. Náufragos en un mar verde amarillento.
Cruzamos el puente del Río IV detrás de una yegua que arrastra un carro lleno de marmitas. Allá abajo, el escaso caudal permite que se formen islotes de arena, improvisadas playas para gente tan alejada del mar.
Casi de noche, nos detenemos a la salida de Villa María. Cenamos en el bar de la gasolinera. En las paredes, lazos, rastras y taleros comparten espacio con polvorientos carteles de su famoso festival de doma y viejos recortes de periódico.
Chiqui nos indica dónde se encuentran las duchas. Están limpias y el agua sale caliente y con presión. Definitivamente, esta gente sabe dónde hay que detenerse.
Llega la hora de acostarse. Valdez saca un par de hamacas de la cabina y las cuelga debajo del camión.
-Yo usaré la cama. Tengo que descansar porque mañana debo seguir manejando. Si necesitan algo me avisan. Buenas noches.