Ramón Lobo | Cuadernos de Kabul
- Omar, Asil, Nasrin o Zabur encarnan una vida que nunca se detiene a pesar de la guerra
En cierto momento de la guerra de Siria, observando cómo los jóvenes damascenos parecían ignorar los obuses que estallaban cada vez más cerca de la capital, Tomás Alcoverro escribió: «Es muy difícil describir esta realidad de claroscuros en la que la excitación de las armas no perturba, radicalmente, el normal fluir de los días».
Las mejores crónicas, sin embargo, sí pueden revelarnos esa realidad tan huidiza que Ramón Lobo ha anotado en estos cuadernos. Barberos, panaderos, cambistas. Atascos, comida rápida, cometas derribando cometas. El niño que vende vasos de agua en el zoo y la selección femenina de fútbol que entrena en un cuartel militar. La vida que se empecina en seguir latiendo en Kabul a pesar de todas las trincheras abiertas en Afganistán.
“El patio de butacas del Parvan Cinema, que tuvo capacidad para cuatrocientas personas y desde el que se vieron grandes películas indias, es hoy un amasijo de sillas vacías y herrumbrosas a las que se les robó la madera. Primero fueron pateadas en 1999 y rociadas de gasolina por los hombres del turbante. Después, llegó la necesidad y los inviernos y las temperaturas de varios grados bajo cero. Sólo queda en pie lo que no pudo ser saqueado: un intenso olor a orín, excrementos y basura. “