Bayreuth 98
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Siegfrid (Sigfrido)


ópera en 3 actos

2ª jornada de la tetralogía El anillo del nibelungo (Der Ring des Nibelungen)

Acto I

En una caverna, en medio de un bosque, Mime, el herrero, forja una nueva espada para Sigfrido, recogido por él, y que se divierte en quebrar todas las hojas que le presenta el enano. Si pudiera soldar los trozos de la espada divina, ésta se convertiría, en manos del adolescente Sigfrido, en el arma invencible. El dragón Fafner, vencido, entregaría su tesoro, y Mime tendría el anillo. Aparece Sigfrido, alegre, se burla de Mime, rompe la nueva espada forjada por el gnomo y le pregunta quién es su madre. El nibelungo termina por confesar a Sigfrido, que una moribunda le ha confiado el niño que acababa de dar a luz. El padre de Sigfrido había sido muerto en un combate, y toda la herencia del huérfano la constituyen esos trozos de espada de su padre. Sigfrido ordena al enano que se los suelde sin tardanza, y sale amenazante. Mime se desespera, impotente para satisfacer a aquel con quien cuenta para reconquistar el tesoro del dragón. Aparece un desconocido, que se hace llamar ‘el viajero’, y que no es otro que Wotan, y pide permiso para descansar. Mime teme que se trate de un espía. El señor de los dioses no se aleja del enano hasta no haberle revelado, que sólo podrá soldar los trozos de la espada aquel que no conozca el miedo. El enano, que teme que el joven no sea el héroe de quien le ha hablado ‘el viajero’, intenta enseñarle qué es el miedo, pero sólo logra despertar su curiosidad: Sigfrido quiere ir a buscar al miedo ante el refugio del dragón Fafner. Tendrá su espada. Él mismo reduce a limaduras los trozos, atiza el fuego, funde el metal, vacía la espada, la templa, la forja cantando, y luego, para probar su fuerza, golpea sobre el yunque, que se parte en dos.

Acto II

La escena se sitúa en el bosque, ante la caverna del dragón Fafner, donde está Alberich esperando el momento de arrebatar su presa al monstruo. Llega ‘el viajero’. Alberich estalla en injurias contra el dios, del que sospecha que quiere ayudar a Sigfrido en su lucha contra el dragón. Pero Wotan no puede ayudar al joven héroe, cuya acción, para resultar eficaz, debe ser espontánea. A pesar de todo, excita la desconfianza de Alberich contra Mime, y advierte a Fafner del peligro que se aproxima, ofreciéndole salvarle la vida si le entrega el anillo. Fafner rehusa. Sigfrido, armado con su espada, llega con Mime, que intenta en vano aterrorizarlo. Una vez solo, Sigfrido espera con calma la hora del combate, y se enternece al pensar en su madre. Los murmullos de la selva lo sacan de su ensoñación, maravillándolo. De pronto se oye el canto de un pájaro, pero no puede comprender su lenguaje. Intenta imitar la etérea canción con una flauta que él mismo se ha tallado, pero el intento es en vano. Hace oír entonces la alegre fanfarria de su cuerno de plata. Cuando se da la vuelta, percibe al dragón y, sin asustarse, lo hiere de muerte. Lleva entonces a sus labios, maquinalmente, la mano teñida de sangre del monstruo. Se opera un milagro, pues comprende entonces el canto del pájaro, que le aconseja penetrar en la caverna y tomar el yelmo encantado y el anillo, cuyo poder le revela. Mientras Sigfrido está en la caverna, acude Mime y tropieza con Alberich. Los dos hermanos se disputan la posesión del yelmo y el anillo. Los murmullos de la selva se dejan oír nuevamente. El pájaro advierte a Sigfrido la traición de Mime: sólo debe escuchar las palabras del enano para conocer su verdadero sentido. Mime avanza, cauteloso, pero su traición es evidente para Sigfrido, que lo mata.

El pájaro revela entonces al joven la existencia de Brunilda que, rodeada por las llamas, espera el beso del héroe sin miedo, que será su dueño. El pájaro seguirá a Sigfrido hasta ella.

Acto III

En medio de un laberinto de rocas, ‘el viajero’ se ha detenido ante la entrada de la caverna donde vive la diosa Erda, el alma antigua de la tierra. La invoca y ella aparece. Él la interroga, pero Erda no sabe nada. Sólo las nornas, que tejen el hilo del destino, podrán descubrirle si puede modificar el porvenir. Wotan dejará que se cumpla el destino: Sigfrido liberará a Brunilda, que devolverá el oro a las hijas del Rin, y la maldición dejará de pesar sobre el mundo. Aparece Sigfrido, guiado por el pájaro. Wotan intenta actuar en ese momento y le cierra el camino con su lanza sagrada, que Sigfrido quiebra con un golpe de su espada. Wotan deja pasar al joven conquistador que, rodeado de llamas, se dirige sin temor hacia su objetivo, hasta llegar ante Brunilda dormida. Sobrecogido de admiración ante tanta belleza, Sigfrido queda profundamente emocionado. Con un beso despierta a Brunilda. Ella se levanta, saluda a la luz, ve a Sigfrido, que le dice su nombre, y ella reconoce en él al que esperaba. La invade el sentimiento de toda la divinidad que ha perdido. Lucha contra el héroe, pero la hija del dios ya no es más que una mujer. El amor humano ha nacido en ella. Ya no vivirá más que para el amor de Sigfrido.