Reconstruyendo 'Un perro andaluz'
- RTVE.es y Filmoteca presentan 'Un perro andaluz'
- La obra maestra muda de Luis Buñuel fue restaurada en 2003
- Enrique Urbizu y el restaurador Ferrán Alberich explican las claves de la obra
Ficha de la película
Director y productor: Luis Buñuel
Intérpretes: Simone Mareuil, Pierre Batcheff, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Robert Hommet, Marval
Año de producción: 1929
País: Francia
Guión / Argumento: Luis Buñuel y Salvador Dalí
Metraje: Cortometraje
Duracción original: 17 minutos
Fotografía: Bert Duverger (como Duverger)
Montaje: Luis Buñuel
Decorados: Pierre Schilzneck
Música: Fragmentos de Tristán e Isolda (Richard Wagner), de Beethoven y canciones polulares (tangos) seleccionados por Buñuel
Picasso, Le Corbusier, Cocteau, Max Ernst, Andre Breton, Magritte y Man Ray. No es una relación aleatoria de genios del siglo XX. Son espectadores que acudieron al estreno de Un perro andaluz en el Studio del Ursulines de París el 6 de junio 1929. No salieron decepcionados. La película arranca con una secuencia-icono de la historia del cine: su director, Luis Buñuel, rasga con una navaja el ojo de una mujer. Al concluir, el movimiento surrealista parisino aplaudía entusiasmado. Y Luis Buñuel, agazapado tras la pantalla, se deshizo de las piedras que llevaba en los bolsillos por si el público era hostil.
En la era digital se tiende a olvidar la fragilidad de las películas. Tras proyectarse ocho meses en París, las copias de Un perro andaluz pudieron seguir el mismo camino que el 85% del cine mudo: desaparecer. Su celebridad lo impidió pero, hasta la restauración de 2003 por parte de la Filmoteca Española, no existían copias que reprodujeran con exactitud las imágenes proyectadas en 1929.
La cinta que el director había financiado con un préstamo de su madre conserva, 83 años después, su singularidad radical. “A mí me dio auténtico terror cuando la vi. Crea incertidumbre y deseo”, explica Enrique Urbizu, ganador del último Goya a Mejor Película por No habrá paz para los malvados. “La película no se parece a nada, anterior o posterior; es única en su clase y lo mejor de su "desconcierto" es la falta absoluta, incondicional, de cualquier posibilidad de explicación racional. Va directa al inconsciente y permanece con el paso de los años, imborrable y profunda, repleta de imágenes e impactos”.
Buñuel y Salvador Dalí decidieron escribir el guion tras confesarse mutuamente dos sueños. Dalí soñaba con una mano llena de hormigas; Buñuel con el ojo rasgado. La colaboración tenía una sola consigna: no aceptar ideas o imágenes que pudieran explicarse psicológica o culturalmente, es decir, abrir las puertas a lo irracional.
El cineasta aragonés, que había aprendido el oficio trabajando para Jacques Feyder, se encargó de dirigir. En 21 minutos de película, los dos amigos de la Residencia de Estudiantes de Madrid habían destrozado toda la narrativa cinematográfica de su tiempo y dejado en evidencia a las vanguardias de esa época (y de las sucesivas). Buñuel admiraba la cita paradójica de Eugenio D’Ors sobre lo vano de la pretendida originalidad: “Todo lo que no es tradición, es plagio”.
Con su debut, Buñuel entró en el selecto club de directores (Dreyer, Lang) con obras maestras silentes y sonoras. Su cualidad puramente onírica es la base de su atemporalidad. “Buñuel es universal e indiscutible. Está más allá de listas clasificatorias o de ranking alguno. Está Buñuel, y luego están los demás”, sostiene Urbizu.
En busca de la copia original
Ferrán Alberich, restaurador e investigador, participó en la restauración de Un perro andaluz que comenzó en 1999 y se presentó en 2003, en el cincuentenario de la Filmoteca Española. “La película dejó de exhibirse tras su estreno y luego se popularizó muchísimo en los años 60, a partir de una copia de la distribuidora de 'Les Grands Films Classiques' que no venía del negativo original y en la que, para añadir la banda de sonido, habían cortado la imagen”.
La búsqueda de la versión primigenia llegó hasta la Cinemateca Francesa, donde guardaban el negativo original. “Estaba incompleto –recuerda- Alberich-, faltaban trozos que correspondían a los trucajes y a los encadenados”. Comenzó un trabajo de chequear las filmotecas de todo el mundo hasta que encontraron los fragmentos restantes en la Cinematheque Royale de Bélgica. Utilizando como guía una copia en malas condiciones de la Filmoteca Española se pudo concluir el proceso.
La minuciosidad de la restauración halló su mayor escollo en la banda sonora. “Buñuel acompañaba la proyección con discos: Tristán e Isolda, de Richard Wagner, y un disco de tangos. En la versión de los años 60 le añadieron una música, con la supervisión de Buñuel”, explica Alberich, “pero los tangos no correspondían a la versión original, descubrimos el fraude porque el disco estaba editado a finales de los 50 con lo que nunca pudo ser el disco que Buñuel proyectaba en el 29”.
Encontrar esos tangos resultó imposible pero en el camino toparon con un hallazgo. “Encontramos que la música de Wagner, sin los tangos, es bastante sincrónica con la película. Tengo la sospecha de que, bien al escribir el guión o bien al montar, la estructura está basada en la estructura rítmica de Tristán e Isolda”, especula Alberich.
Además, la restauración vuelve a los 18 fotogramas por segundo, la cadencia original del cine mudo. La versión ‘canónica’ de los años 60 estaba a 24 fotogramas por segundos. Resultado: la restauración ‘recupera’ la duración original: 21 minutos.
Un amor por la conservación que devuelve el clásico tal y como –nunca mejor dicho- fue soñado. Aunque Buñuel, que afirmaba preferir quemar un museo a abrir un centro cultural, propuso poco después del estreno chamuscar el negativo en Montmatre. “No me importaría ver arder en mi pequeño jardín todos los negativos y copias de mis películas. Me sería completamente igual”, escribió Buñuel en sus memorias. Su desprecio por el legado no contaba con que en el siglo XXI cualquiera pueda ver su obra en todo tipo de pantallas.