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Los templarios, el mito de los caballeros blancos

  • Nacieron en 1118 con el objetivo de proteger a los peregrinos de Jerusalén
  • La Orden creció tanto que su poder escapaba al control de reyes y nobles
  • Felipe El Hermoso presionó al Papa Clemente V para que prohibiese la Orden
  • Recuperamos del Archivo los mejores contenidos sobre los templarios

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La puerta del misterio - Templarios

Han sido representados durante toda la historia con sus mantos de impecable color blanco y una cruz roja como la sangre. Los miembros de la Orden del Temple o templarios nacieron con solo 9 fundadores en 1118. Su objetivo era proteger a los peregrinos que viajaban a Jerusalén y luchar contra los musulmanes en el contexto de las Cruzadas. En dos siglos esta orden militar cristiana llegó a reclutar más de 30.000 soldados y a poseer una riqueza tal que incluso los reyes estaban endeudados con ella.

Su incontrolable poder tanto militar como político causó el recelo de los monarcas, que no podían imponer sus órdenes sobre ellos, pues los templarios solo respondían ante el Papa. Este rencor se transformó en una sangrienta persecución que duró cinco años y que finalizó en 1312, cuando Felipe el Hermoso presionó al Papa Clemente V para que prohibiese definitivamente la Orden.

Nueve hombres para defender el cristianismo

Tras finalizar la Primera Cruzada, una guerra promovida por el cristianismo con el objetivo de recuperar Tierra Santa, los cristianos reconquistaron en 1099 Jerusalén, que se convirtió en un Estado y tuvo como primer rey a Balduino I. En esa época, la seguridad en sus caminos de acceso y en la propia ciudad era precaria y los ladrones robaban y atacaban a los peregrinos. El monarca vio con buenos ojos la creación de una milicia que guardase el Santo Sepulcro de Jesucristo y protegiera a los fieles de los bandidos.

En 1118, Hugo de Payens y ocho compañeros se congregaron y decidieron formar un grupo. Su idea era unir sus fuerzas y, mientras éstas se lo permitieran, mantener seguros los caminos de Tierra Santa y sus peregrinos. Eran solo nueve hombres para proteger a millares de peregrinos y cruzados que acudían a Palestina. Estos monjes guerreros, acataron tres votos seculares: la pobreza, la obediencia y la castidad. Ofrecieron sus vidas y espadas para arrancar los espacios santos de los infieles musulmanes que, para ellos, profanaban los lugares santos de Jesucristo y la fe de Europa.

Con este plan, se presentaron al rey de Jerusalén y éste puso a su disposición un ala completa de su palacio, que se encontraba cerca de los cimientos del antiguo Templo de Salomón. De ahí procede su nombre: la Orden del Temple o templarios. En poco tiempo, el rey evacuó íntegramente el templo, dejándolo a completa disposición de los caballeros. Durante 9 años, estos soldados de Cristo perseveraron en sus objetivos sin admitir nuevos miembros.

En 1128, la iglesia católica celebró el Concilio de Troyes, en el que aprobó y bendijo la Orden. Así fue como los templarios fueron reconocidos oficialmente como una orden religioso-militar. Ninguna autoridad secular ni poder eclesiástico tendría poder sobre ellos. Eran autónomos y no debían obediencia ni a nobles ni a reyes. Solo respondían ante una persona: el Papa.

En las dos décadas posteriores a su reconocimiento, los hijos de los nobles afluyeron a alistarse en la Orden de los templarios y éstos recibieron generosas donaciones en dinero, bienes y tierras. Su crecimiento fue asombrosamente rápido, tanto que llegaron a cada rincón de la cristiandad y, al cabo de poco tiempo, la Orden poseía enormes riquezas en toda Europa.

Un poder militar, económico y social incontrolable

La Orden se asentó en toda Palestina y en los reinos europeos, en parte debido a la identificación de nobles, príncipes y vasallos con la causa, que encontraban sus ideales en las Cruzadas. Los guerreros se formaban mayoritariamente en Europa para luchar en Oriente contra los invasores turcos, mongoles, egipcios y musulmanes. En 1147 se embarcaron para luchar en la Segunda Cruzada y su reputación en la guerra fue positiva a la vez que impactante. Se les llegó a catalogar de dementes, pues sus principios les impedían pedir cuartel, es decir, clemencia. Sus batallas eran a muerte y no se rendían a no ser que el enemigo tuviera una superioridad de 3 a 1. En el siglo XIII los caballeros templarios lucharon en las guerras de reconquista de la península Ibérica, ganándose el respeto de la sociedad por su potencial en la batalla.

Durante un siglo su poder e influencia aumentó gracias a su capacidad para hacer contactos con quien les convenía. Recibieron el apoyo del papado, como Alejandro III o Inocencio III, pero también mantuvieron lazos diplomáticos con el mundo musulmán, pese a que se oponían a ellos en el campo de batalla. Y es que los templarios no se reducían únicamente a la guerra: su segundo terreno después de Tierra Santa era el económico. Establecieron mercados y admitieron comisiones para financiarse y su riqueza llegó a tal punto que concedían préstamos a reyes y nobles.

Crearon una red de puntos que les permitían hacer transferencias seguras de dinero con comerciantes, otra de las razones por las que se extendieron por toda Europa y Oriente Próximo. La banca moderna surgió del sistema instituido por los templarios, pero el mito va más allá. Se cuenta que no solo comerciaron con dinero sino también con ideas. A través del contacto con otras culturas como la islámica o la judaica, aprendieron nuevas filosofías y ciencias, algunas de ellas oscuras como la alquimia.

Tras cuatro Cruzadas, en 1291 cayó definitivamente Jerusalén y la Orden empezó a vivir la cuenta atrás de su existencia. En tan solo 5 años se oscurecerían dos siglos de esplendor y gloria.

Desaparición de la Orden

En el siglo XIV Felipe IV El Hermoso reinaba en Francia. Por entonces, los templarios estaban firmemente establecidos, con una red de castillos a lo largo y ancho del reino. Seguían sin prestar obediencia al monarca y Felipe no podía controlar su creciente poder e influencia. Además, el rey se había endeudado con ellos. Decidió cortar por lo sano y buscó una excusa, la herejía, para perseguir y acabar con los templarios. La primera necesidad del rey era asegurarse la cooperación del Papa. A través de presiones, manejó la elección del arzobispo de Burdeos al trono papal en 1305. Con el pontífice Clemente V en su bolsillo, Felipe se cobró su influencia en la elección del Papa y entre sus exigencias incluyó la supresión de los templarios.

En 1307, los templarios de toda Francia fueron detenidos. Pero nunca se halló el dinero de la Orden y el paradero de su tesoro ha sido siempre un misterio. En Francia, fueron juzgados y torturados durante años. A partir de estas torturas, se extendieron rumores sobre ritos oscuros de los templarios, entre los cuales se encontraba un demonio al que adoraban, Baphomet, que les daba un poder inexplicable.

El 21 de marzo de 1312, en el Concilio de Vienne, el Papa Clemente V promulgó la bula Vox in excelsio, mediante la cual disolvió oficialmente la Orden. Ese fue el final de una Orden que se había vuelto demasiado poderosa en solo dos siglos. Comenzaron siendo 9 guerreros y en el momento de su disolución eran más de 30.000, con gran poder e influencia, y contaban con más de 9.000 posesiones entre iglesias y viviendas.

El mito continúa

Estos caballeros vestidos con un manto blanco y una cruz roja en el pecho, inmensamente ricos en su conjunto pero pobres individualmente, generaron un gran misterio tras su desaparición. Dónde quedó su riqueza o las artes oscuras a las que se dedicaban, fueron algunos de los puntos que crearon un fanatismo en torno a su figura, que proliferó con el paso de los años. Muchas congregaciones se han proclamado herederas de los templarios y se les ha relacionado con los Iluminati o la masonería. Aún hoy en día se escriben historias sobre ellos, tanto en la literatura como en un universo más moderno: el de los videojuegos. En solo 200 años de existencia, la Orden ha dado pie a más de 700 años de leyenda.