JFK, medio siglo y el mito continúa
- Su muerte y el misterio que la rodea ha contribuido a forjar el mito
- Pero John F. Kennedy es mucho más que Dallas
- Inauguró una época de ilusiones y llevó a la juventud a dirigir el mundo
- Todo sobre el asesinato de Kennedy en nuestro especial interactivo
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Eran las doce y media del mediodía del viernes 22 de noviembre de 1963, las siete y media de la tarde en España, cuando el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, caía asesinado en Dallas (Texas).
En pocos minutos, la noticia corrió de un confín a otro del globo terráqueo. Y el impacto mediático fue tal, que prácticamente nadie que siga hoy con vida, ha olvidado lo que sucedió aquel día, ni qué hacía, dónde estaba o con quien iba, cuando conoció el suceso.
Y a partir de aquel momento, nos hemos pasado medio siglo hablando de un mito. Más de 2.000 libros que, por sí mismos, se podrían clasificar en corrientes literarias sobre el kennedismo.
Así, encontramos en cualquier librería experiencias escritas por algunos de sus más directos colaboradores (Schlessinger, Sorensen, Salinger) sobre los 1.000 días que pasaron junto a él en la Casa Blanca; biografías sobre el clan Kennedy desde todos los perfiles (los hombres Kennedy, las mujeres Kennedy...); una visión poliédrica de todas las hipótesis posibles sobre el autor o autores del magnicidio de Dallas (desde un fanático filomarxista, hasta un golpe de estado urdido por el complejo militar industrial, pasando por la mafia o la Cuba de Castro); y, ya en la recta final de estos 50 años, una nueva temática secundada por una buena hornada de libros, que ha pujado por desmontar el mito y mostrar la peor cara de Kennedy (adúltero, drogadicto, enfermo o amigo de la mafia, entre otras perlas).
Y aún así, después de 50 años y tras más de 2.000 libros y un número incontable de referencias en otros formatos (reportajes, documentales o películas) el mito sigue inalterable. ¿Por qué?.
Juventud e ilusiones
El destino quiso que, cuando John F. Kennedy juró su cargo como presidente de Estados Unidos el 20 de enero de 1961, inaugurara al mismo tiempo una época de ilusiones en un mundo muy necesitado de ellas.
Era el primer presidente norteamericano nacido en el siglo XX, el primero de ascendencia católica y el más joven salido de las urnas. Era imposible que todas esas circunstancias no llevaran a un cambio. Era como si, a sus 43 años, hubiera llevado a la juventud a dirigir el mundo.
Llegó a la Casa Blanca aupado por la telegenia, un medio que jamás le abandonaría. Le ganó el despacho Oval a Richard Nixon tras los primeros debates televisados de la historia, sus conferencias de prensa fueron las primeras en ser televisadas y, desgraciadamente para él, su muerte es la más emitida por televisión de la historia. Como televisada, y en este caso en directo, fue la muerte de su presunto asesino, Lee Harvey Oswald, a quien un oscuro personaje de la noche de Dallas, Jack Ruby, cerró la boca de un balazo cuando era trasladado a la cárcel del condado.
Cincuenta años más tarde de aquel soleado viernes de otoño, el magnicidio de Dallas sigue siendo, para muchos, uno de los mayores misterios de la historia contemporánea. Y eso, a pesar de que el 26 de septiembre de 1964, salió a la luz el Informe Warren, la versión oficial de los hechos que no dejó en sus conclusiones la más mínima interpelación a la duda respecto a quién asesinó a John F. Kennedy, cómo y por qué.
Durante diez meses la Comisión Warren, llamada así por estar presidida por el presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Earl Warren, interrogó a 552 testigos, revisó pruebas documentales y material gráfico y llevó a cabo una reconstrucción del magnicidio a cargo de expertos del FBI. Todo este material fue detallado en, nada menos, que 26 volúmenes. Las principales conclusiones quedaron recogidas en un libro de 888 páginas que Earl Warren entregó al nuevo presidente Johnson.
Preguntas sin respuesta
¿Y cuáles fueron las conclusiones a las que llegó la Comisión Warren? Las mismas a las que llegaron las autoridades de Dallas en veinticuatro horas. Sólo que de manera más concluyente: “Oswald es el único asesino, excluyéndose cualquier otra persona (...) El arma utilizada en el crimen es el rifle Manlicher Carcano propiedad de Oswald, excluyéndose cualquier otra arma (...) El origen de los disparos es la ventana del sexto piso excluyéndose cualquier otro lugar (...) Fueron realizados tres disparos que se corresponden con los tres casquillos hallados junto a la ventana, excluyéndose cualquier otra munición (...)”. Caso cerrado.
De nada sirvió que durante su etapa en los marines Oswald apenas hubiera rebasado la calificación de “tirador mediocre” en las pruebas de tiro. Ni que Abraham Zapruder, un espectador que estaba en la plaza Dealey siguiendo el cortejo presidencial, y cuya filmación se ha convertido en la verdadera Biblia del atentado, demostrara que los disparos se realizaron en seis segundos, en los que Kennedy fue herido en tres ocasiones y el gobernador Connally que ocupaba el asiento central de la limousine, en cuatro. Una gesta imposible de realizar con un rifle de cerrojo y sobre un blanco en movimiento.
Surgió así la “bala mágica” que describiendo un zigzag en el aire causaría todas las heridas a Kennedy y Connally, excepto el disparo fatal que destrozó la cabeza del presidente.
A partir de aquel momento, surgieron decenas y decenas de preguntas sin respuesta: ¿Por qué Oswald fue tan débilmente custodiado, no ya el día de su asesinato, sino durante las 48 horas precedentes? ¿Por qué no se guardó ni una sola copia de sus interrogatorios? ¿Por qué fue capturado antes de que la policía de Dallas hubiera ordenado su búsqueda? ¿Cómo pudo Jack Ruby, un hombre armado, entrar sin problemas en la comisaría de Dallas y asesinar a Oswald ante la pasividad general? ¿Por qué el doctor James Humes, el patólogo que realizó la autopsia a Kennedy, destruyó sus apuntes, tal y como admitió? ¿Por qué el nuevo presidente Johnson ordenó que la limusina presidencial fuera lavada al poco de haberse producido los hechos?
Kennedy es mucho más que Dallas
Y ya, para cerrar el círculo, resulta extraño que las dos revisiones del caso llevadas a cabo por el fiscal del distrito de Nueva Orleáns, Jim Garrison, entre 1967 y 1969, y el Comité de Asesinatos de la Cámara de Representantes, en 1978, finalizaran con el mismo dictamen: “el presidente Kennedy fue asesinado, probablemente, como resultado de una conspiración”. Pero el Informe Warren sigue inalterable.
¿La muerte mitifica? Seguro. No hay otra forma de entender que hoy, la aceptación de John F. Kennedy entre los estadounidenses sea notablemente superior a cuando ejercía el poder.
Sin el magnicidio de Dallas difícilmente Kennedy se habría convertido en un mito. O quizá, sí. Antes que él tres presidentes norteamericanos cayeron asesinados. Abraham Lincoln es sin duda otro mito ¿Pero cuanta gente recuerda el nombre de los otros dos?
La muerte no mitifica por sí sola. Y sin duda, John F. Kennedy es mucho más que Dallas...
* Ernest Bascompte es periodista de TVE y autor de diversos ensayos sobre historia norteamericana y, en concreto, sobre la figura de John Fitzgerald Kennedy.