Salman Rushdie: "Shakespeare y Cervantes rehúsan moralizar"
- El autor británico y otros 12 escritores internacionales homenajean a Shakespeare y Cervantes en una antología única
- La presentación de Lunáticos, amantes y poetas se podrá seguir en directo en Youtube el próximo 7 de abril
Las réplicas afiladas de un Quijote con machete en un país de África, la emoción de una pareja al salir de una representación de Antonio y Cleopatra en el Globe Theatre de Londres, la angustia de una chica que teme por romper su cuerpo adolescente de cristal o las cavilaciones de un autor mediocre que se considera el nuevo Cervantes, estos son unos de los temas de los relatos cortos inspirados en Shakespeare y Cervantes que acaban de publicar doce autores hispano y angloparlantes con motivo del cuarto centenario de las muertes de ambos iconos de la literatura mundial. Lunáticos, amantes y poetas es un proyecto atípico que propone al lector ir más allá de las obras y de las vidas de estos dos escritores con doce relatos breves inéditos que no dejan de sorprender por la actualidad y la vitalidad de sus historias.
Nell Leyshon, Vicente Molina Foix y Marcos Giralt presentarán en Madrid en la Biblioteca Nacional de España sus experiencias y sus vivencias con el próximo 7 de abril; encuentro que se podrá seguir también en directo desde Youtube
Como introducción a esta antología, el escritor Salman Rushdie nos ofrece su reflexión acerca del legado de Shakespeare y Cervantes, 400 años después de sus muertes.
Al honrar el cuadringentésimo aniversario de las muertes de William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, quizás valga la pena notar que si bien es comúnmente aceptado que los dos gigantes murieron en la misma fecha, el 23 de abril de 1616, en realidad no fue así. En 1616 España ya se había pasado al calendario gregoriano, mientras que Inglaterra seguía usando el calendario juliano e iba once días atrasada. (Inglaterra se aferró al antiguo sistema juliano hasta 1752 y cuando el cambio finalmente sucedió hubo revueltas y turbas en la calle que, se dice, gritaban: «¡Devuélvannos nuestros once días!»). Uno sospecha que la coincidencia de fechas y la diferencia entre los calendarios sería fuente de diversión para las sensibilidades alegres y eruditas de los dos padres de la literatura moderna.
No sabemos si sabían el uno del otro, pero sí tuvieron mucho en común, empezando justamente por esa zona del no-se-sabe, pues ambos son hombres envueltos por el misterio; hay años faltantes en los registros y, lo que es aún más diciente, documentos faltantes. Ninguno de los dos dejó gran cosa; entre poco y nada de cartas, diarios de trabajo, borradores inconclusos; sólo las obras completas, colosales. «El resto es silencio.» Por esta razón, ambos hombres han caído presa de las teorías idiotas que cuestionan su autoría. Una búsqueda rápida en internet «revela», por ejemplo, que Francis Bacon no sólo escribió las obras de Shakespeare sino que también escribió Don Quijote. (Mi teoría loca favorita sostiene que las obras de teatro de Shakespeare no fueron escritas por él sino por alguien más con el mismo nombre.) Y claro que Cervantes también tuvo que enfrentar un cuestionamiento de su autoría, cuando un cualquiera, cuya identidad es igualmente incierta, publicó una continuación falsa de Don Quijote utilizando el pseudónimo Alonso Fernández de Avellaneda y empujó a Cervantes a escribir el verdadero Segundo Libro, en el cual los personajes saben del plagio de Avellaneda y lo desprecian por ello.
Lo más seguro es que Cervantes y Shakespeare nunca se conocieron, pero al observar más de cerca las páginas que dejaron los ecos aumentan. La primera idea en común, y para mi gusto la más valiosa, es que una obra literaria no tiene por qué ser sólo cómica, o trágica, o romántica, o política/histórica; si ha sido bien pensada, puede ser muchas cosas a la vez.
Fíjense en las primeras escenas de Hamlet. Acto primero, escena primera: una historia de fantasmas. «¿No es esto algo más que una ilusión?», le pregunta Bernardo a Horacio, y por supuesto que la obra es mucho más que eso. Acto primero, escena segunda: surge la intriga en la corte de Elsinore; el furioso príncipe erudito y su madre, viuda reciente y ya casada con el tío de él («¡Ah, malvada prontitud, / saltar con tal viveza al lecho incestuoso!»). Acto primero, escena tercera: aparece Ofelia, quien le cuenta a Polonio, el dudoso padre, el comienzo de lo que será una triste historia de amor: «Señor, me ha galanteado / de un modo decoroso». Acto primero, escena cuarta: volvemos a una historia de fantasmas y algo huele a podrido en el estado de Dinamarca. La obra se metamorfosea a medida que avanza, convirtiéndose por turnos en la historia de un suicidio, la historia de un asesinato, una conspiración política y una tragedia de venganza. Tiene momentos cómicos y una obra dentro de la obra. La poesía que contiene es de la más poderosa jamás escrita en inglés y culmina en melodramáticos charcos de sangre.
La certeza de que una obra puede serlo todo al mismo tiempo: esto es lo que nosotros, los que llegamos después, heredamos del Bardo. La tradición francesa, más severa, separa la tragedia (Racine) y la comedia (Molière). Shakespeare las mezcla y nosotros también podemos hacerlo, gracias a él.
En un famoso ensayo, Milan Kundera afirma que la novela tiene dos progenitores, Clarissa de Samuel Richardson y Tristram Shandy de Laurence Sterne; sin embargo, ambas obras de ficción, voluminosas y enciclopédicas, dan señas de la influencia de Cervantes. El tío Toby y el cabo Trim de Sterne claramente siguen el modelo del Quijote y Sancho Panza, mientras que el realismo de Richardson se debe en gran parte a que Cervantes desmitificó la tonta tradición literaria medieval, cuyas ilusiones mantienen esclavo a don Quijote. La obra maestra de Cervantes, como la obra de Shakespeare, mezcla las burradas con lo noble, la intensidad trágica y la emoción con la indecencia y la obscenidad, y culmina con el momento inmensamente conmovedor en el que el mundo real se afirma y el Caballero de la Triste Figura acepta que ha sido un viejo tonto y loco; «ya en los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño».
Ambos son escritores conscientes de sí mismos, modernos de una forma que la mayoría de los maestros modernos reconocerían. El uno creó obras de teatro en extremo conscientes del escenario, de su teatralidad; el otro creó obras de ficción punzantemente conscientes de su naturaleza ficticia, hasta el punto de inventar un narrador imaginario, Cide Hamete Benengeli –curiosamente, un moro.
Y a ambos los atrae la mala vida tanto como los ideales elevados, y son hábiles para los dos; sus respectivas galerías de rufianes, prostitutas, ladrones y borrachos se sentirían a gusto en la misma taberna. Es en este terreno en donde ambos se revelan como realistas de la mejor clase, incluso cuando posan como escritores de fantasía. Una vez más, nosotros los que llegamos después podemos aprender de ambos que la magia no tiene sentido excepto al servicio del realismo –¿hubo alguna vez un mago más realista que Próspero?– y que al realismo le cabe una dosis saludable de fábula. Finalmente, aunque ambos usan tropos de los cuentos populares, de los mitos y de las fábulas, se rehúsan a moralizar, y en esto sobre todo lo demás es que son más modernos que tantos que siguieron después. No nos dicen qué pensar o sentir pero nos muestran cómo hacerlo.
De los dos, Cervantes fue el hombre de acción, peleó en batallas, fue herido de gravedad y perdió el uso de su mano izquierda, y fue esclavizado por los corsarios de Argel durante cinco años hasta que su familia pudo pagar el rescate. En la vida personal de Shakespeare no hubo dramas de este tipo, pero él es el más interesado de los dos en la guerra y la milicia. Otelo, Macbeth y Lear son historias de hombres en guerra (consigo mismos, claro, pero también en el campo de batalla). Cervantes usó sus experiencias dolorosas en la historia del cautivo en Don Quijote, por ejemplo, y en un par de obras de teatro, pero la batalla que libra el Quijote es –utilizando palabras modernas– absurda y existencialista más que «real». Extrañamente, el guerrero español escribió sobre la futilidad cómica de ir a la guerra y creó la gran figura icónica del guerrero como tonto (pienso en Trampa 22 de Heller o en Matadero cinco de Vonnegut como exploraciones más recientes de este tema), mientras que la imaginación del poeta inglés se sumergía de cabeza en la guerra (como Tolstói, como Mailer).
En sus diferencias, representan oposiciones que siguen vigentes; y en sus semejanzas habrá mucho de utilidad para sus herederos, de los cuales un selecto grupo tendrá más que añadir en las páginas que vienen a continuación.
Salman Rushdie - Traducción de José Manuel Lleras
Este texto de Salman Rushdie introduce la antología Lunáticos, amantes y poetas que reúne a doce autores hispano y angloparlantes en torno al legado de Shakespeare y Cervantes. Esta antología de relatos cortos y contemporáneos publicados en España por Galaxia Gutenberg ha sido posible gracias a la colaboración del Hay festival, de Acción Cultural Española y del British Council.
Los autores invitados a participar en esta creación son Marcos Giralt Torrente, Yuri Herrera, Valeria Luiselli, Vicente Molina Foix, Soledad Puértolas, Juan Gabriel Vásquez, RhidianBrook, Deborah Levy, Nell Leyshon; Hisham Matar, Ben Okri y Kamila Shamsie.