La revolución del comercio
Asistimos estos días en "Amar en tiempos Revueltos" a una gran revolución en la Plaza de los Frutos debido a la apertura de unos grandes almacenes. La llegada de los años 50 significó la superación de una política económica basada en el autarquismo (autosuficiencia), gracias a la cual los españoles pudimos empezar a consumir y adquirir productos hasta entonces vetados.
Retraso frente a Europa
Los grandes almacenes eran de sobra conocidos en otros países ya que este modelo comercial surgió en Francia en el siglo XIX, de allí se exportó a Inglaterra y posteriormente dio el salto a los Estados Unidos. Mientras que en España tuvimos que esperar varios años hasta que algunos comerciantes con un gran espíritu empresarial decidieron romper con el concepto de tienda tradicional, muchas veces oscura y en cierto grado tétrica.
Coincidiendo con la estabilidad y la bonanza económica que se vivió durante la dictadura de Primo de Rivera, la sociedad española comenzó a abandonar el campo y se trasladó a las grandes capitales. Cuando se trazaron las primeras líneas de transporte entre el centro y la periferia, algunos comerciantes, conscientes de la importancia que iba a cobrar el centro de la ciudad, decidieron establecer allí un nuevo y novedoso tipo de negocio.
Centro y alrededores
En el centro y en los barrios más poblados de Madrid y Barcelona, surgieron grandes almacenes dedicados, en un principio a la venta de productos textiles, aunque posteriormente irían incluyendo más artículos. Entre ellos podemos citar a los almacenes el Águila, los prestigiosos almacenes Madrid París, inaugurado con gran boato por el Rey Alfonso XIII en 1924 en lo que es hoy la Gran Vía madrileña y que fueron los únicos que consiguieron parecerse a los grandes almacenes europeos, o los famosos pasajes de Barcelona construidos en hierro y cristal, como el pasaje Bacardi, donde los ciudadanos de Barcelona paseaban y compraban al mismo tiempo.
Así funcionaban
Gracias, o a pesar de ellos, cuando nació este tipo de establecimientos fueron desapareciendo costumbres ancestrales de la sociedad como era el regateo. Para que un gran almacén fuese considerado como tal debía vender el mismo producto pero más rebajado que en los establecimientos tradicionales, lucir en su interior anchos mostradores y como no, disponer de luminosos escaparates para que el público se hiciese una buena idea de lo que había en el interior.
Esto que hoy en día nos parece tan obvio, no dejaba de ser una novedosa técnica de venta que actuaba de reclamo, según podemos ver en la publicidad de la época. Pero para que hubiese un equilibrio entre el exterior y el interior, a los vendedores se les exigía cuidar su aspecto físico y aseo personal, y por supuesto, no hablar en voz alta a los clientes.
Dos son las razones por la que muchos de estos grandes almacenes cerraron definitivamente sus puertas. La primera, el estallido de la Guerra Civil y su lógico desabastecimiento de productos, y la segunda y más decisiva, la apertura en los años de la República, de nuevos establecimientos cuya política empresarial, más acorde con los nuevos tiempos, dio la puntilla a muchos de ellos.
El modelo americano
Precisamente en los años de la República regresan a España dos personas que fueron clave en el posterior despegue de los grandes almacenes: Pepín Fernández y Ramón Areces. Eran unos jóvenes que emigraron a Cuba a principios de siglo.
Cuando decidieron instalarse de nuevo en España ya conocian los modernos almacenes norteamericanos y sus técnicas de venta, consistentes en exponer artículos de tal manera que todo el mundo pudiera verlos. Estos dos emprendedores abrieron casi al mismo tiempo sus respectivos negocios.
Pepín Fernández fundó en 1934, el centro de la capital, Senderías Carretas, una tienda especializada en la venta de tejidos y que posteriormente se convirtió en Galerías Preciados. Mientras que Ramón Areces inauguró ese mismo año, gracias a la financiación de su tío, la sastrería El Corte Inglés, dedicada a la confección de trajes de caballero. El tercer gran almacén que abrió sus puertas en esos días fue Sepu (Sociedad Española de Precios Únicos).
Este establecimiento instalado en la antigua sede de los almacenes París, se distinguía de los primeros por vender multitud de artículos al mismo precio, siendo precursores de lo que hoy conocemos como "todo a 100" y que enseguida alcanzó gran popularidad gracias al eslogan que utilizaba en sus campañas publicitarias "Quien calcula compra en Sepu".
En la década de los 50 se empezaron a resolver los principales problemas económicos del país, España superó la autarquía y la cartilla de racionamiento. Los grandes almacenes pasaron a convertirse en grandes empresas y como tal comenzaron a abrir nuevas sucursales en otras provincias, trayendo a ellas no sólo la lógica revolución de los vecinos sino, también el desarrollo, e incluso, la modernidad.