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Así recuerda el peluquero Ramiro Fernández la década de los 50

Pelos de los 50

"Era una época de piojos y brillantinas, se trataba de un quiero y no puedo"

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Con el fútbol como una de sus grandes pasiones,  Ramiro Fernández Alonso comenzó su andadura en el mundo de la peluquería en el año 1958 más por casualidades de la vida que por otros motivos. Una época en la que la necesidad y las dificultades se convirtieron en protagonistas, este astro de la psicoestética de nuestro país se abrió camino buscando, ante todo, una alternativa al duro trabajo en la mina.

Hoy guarda numerosos premios al trabajo realizado. Es el único representante español de la Confederación Internacional de Peluqueros y por sus tijeras han pasado los hombres más destacados del panorama futbolístico nacional. Nombrado hijo predilecto del concejo asturiano de Aller, el pasado 12 de mayo presentó el libro escrito por Juan Luis Fuente "Las historias con alma nunca tienen fin", en el que refleja una carrera repleta de éxitos.

"Fui el único de siete hermanos que no trabajó en la mina", ha explicado Ramiro, "uno de ellos, que había montado una barbería, comenzó a dedicarse al estraperlo y fue a mí a quien le tocó hacerse cargo del negocio. Cuando él se marchó para Brasil tuve que decidir entre el trabajo de minero o el que hacía en la peluquería, y así empecé, durmiendo en una cama turca debajo de la escalera. Gané el primer premio de destreza en el oficio con 19 años".

Pregunta. ¿En qué ha cambiado la técnica del peinado desde la década de los 50 hasta nuestros días?

Ramiro. En aquellos años lo que se hacían eran cortes de pelo y afeitados. El esculpido a navaja, en el que ya no se movía ni un pelo, llegó años más tarde. El uso de la redecilla para garantizar que no hubiese un solo pelo que se saliese era algo muy normal y es impensable para nuestros días. Hoy tenemos el sentido del tacto más desarrollado y usamos mucho más los dedos para arreglarnos a diario, además,  nos atrevemos a jugar mucho más con el cabello. Aún así, ha sentenciado, también en esa época la sociedad estaba dividida entre los que no podían llevar un pelo fuera del sitio y los que les gustaba jugar con el pelo.

P. Si se pudiese definir a una sociedad por el peinado, ¿cómo eran los españoles de mediados de siglo? 

R. ¡Claro que se puede definir! La gente era conformista, no diría aburguesados, pero durante esos años no se veía el horizonte muy lejos. A pesar de que trabajaba duro y se pasaba muchas penurias, lo recuerdo con nostalgia. Era una época de piojos y peinetas para eliminarlos, pero también de brillantinas y fijadores. Era, en muchos casos, un "quiero y no puedo". La gente usaba el domingo para bañarse y aparentar ante todos cosas que no eran en sus vidas cotidianas. Nosotros, que éramos siete, pasábamos mucha necesidad, pero el domingo debíamos ir curiosos.

P. En un momento tan difícil, ¿cómo era dedicarse al oficio de la peluquería en aquella época? 

R. Se nos tachaba de ser un poco afeminados. Cuando puse mi primera peluquería sufrí todo esto y tuve que hacer una labor durísima de esfuerzo y firmeza para demostrar muchas cosas, pero soy un luchador enamorado de mi profesión, aunque en ese momento fuese un oficio de tercer  orden.

P. Y ¿cómo se las arreglaban las señoras para llevar esos peinados tan elaboradísimos? 

R. Entonces los artistas peluqueros de señoras ya eran eso: artistas. Con los escasos productos que había se hacían milagros y las mujeres  se ponían tubos y se empolvaban para estar lo mejor posible. La higiene capilar no se hacía a diario, ni mucho menos, y aquellos elaborados peinados las obligaban, muchas veces, incluso a dormir incómodas. Lo que está claro es que los peluqueros eran artistas.

P. Al igual que otros artistas, ¿los peluqueros usaban su trabajo para cambiar las cosas? 

R. Sí se intentaba. El león es ahora igual que hace 3.000 años, pero el hombre no es el mismo que en el Renacimiento. Los modistos y peluqueros de París dictaban las modas y pretendían que el resto nos dedicáramos a copiarles. Yo siempre quise pensar por mi cuenta, ahí empezó la revolución que se produjo en las décadas de los 50, 60 y 70. Los peluqueros influimos mucho en los cambios y los inculcábamos por fuerza porque el cabello es vehículo de la información sobre cada persona. Sin embargo, aunque queríamos asomar un poco la mano, debíamos hacerlo poco a poco porque si la asomabas demasiado te la cortaban. La sociedad empezaba a ser cambiante y los peluqueros notábamos esas ganas de cambio.

P. ¿Existían grandes diferencias en la peluquería de nuestro país y la que se hacía en el resto de Europa? 

R. Por supuesto que sí. Dentro de España ya había diferencias entre los peluqueros catalanes y los del resto de España. El peluquero italiano, más que el francés, que se durmió en los laureles, era mucho más creativo que el resto. Nosotros no teníamos esa creatividad que tenían ellos y eso se notaba. Nosotros éramos como un molde, íbamos todos iguales, pero ellos no. En esa época había poco atrevimiento en este país y los que lo intentábamos lo hacíamos a cuentagotas. La sociedad evolucionaba muy lentamente.