"En las corralas lo compartíamos todo"
- Luisa Martín ha criado a tres generaciones en Lavapiés
- "El ser humano se ha estropeado" explica después de criar a tres generaciones
- "La familiaridad y el respeto ya no se aprende", afirma Luisa
- Las corralas marcaron una forma de vivir durante los últimos siglos
La familia García-Guerrero, formada por Pascual, Carmen, Teresa y Alfonso, se está perfilando como una de las principales de la cuarta temporada de Amar que recientemente ha comenzado. Es una familia de origen humilde que lucha por mejorar su vida. Así, Teresa se ha trasladado desde el pueblo a la gran ciudad para trabajar como dependienta de los nuevos grandes almacenes.
Como esta familia, en el Madrid de la posguerra residían cientos de miles de familias en chabolas, en pisos a partir de 10 metros cuadrados, hacinados, sin tener apenas qué comer. Está claro que no es el caso de los García-Guerrero, pero desde RTVE.es hemos querido viajar al pasado e intentar rescatar los recuerdos de personas que siempre han vivido en un barrio humilde de Madrid como es Lavapiés.
Las míticas corralas
Las corralas de Lavapiés, además de llevarnos a la época de posguerra, nos hacen viajar al siglo pasado solamente con traspasar el umbral que separa la finca del mundo exterior. La corrala sigue siendo un universo aparte que rezuma vecindad. A pesar de que el estilo de vida actual no concuerda con la familiaridad de antaño, las corralas recuerdan muchos momentos de otras épocas.
Luisa Martín llegó a la corrala de la calle Ventorrillo número 7 cuando tenía siete años. Hoy tiene 83 años y la energía de cuando tenía veinte. Sus ojos no transmiten cansancio, a pesar de que en su vida ha pasado por una guerra en la capital y por un intento de desahucio ya llegando al ocaso. "Cuando vino el de la inmobiliaria y me dijo que me fuese a una residencia de ancianos estuve a punto de levantarme y darle un par de ostias". Así es ella.
"El ser humano se ha estropeado". Así explica Luisa cómo percibe las diferencias entre la vida de mediados del siglo XX y la que se vive hoy. Esta vecina de Lavapiés se sigue sorprendiendo de lo mucho que han cambiado las costumbres, y a su parecer las corralas son el exponente máximo de esos cambios.
"Aquí compartíamos todo",
cuenta Luisa, "cuando compramos la televisión la poníamos en el patio y todos los vecinos venían a verla. Con la ducha pasó igual porque nadie podía bañarse en sus casas". La normalidad con la que cuenta sus recuerdos expresa claramente que los tiempos han cambiado mucho. "Antes había una unión que hoy no existe, a nadie le cabía en la cabeza que dos hermanos dejen de hablarse por dinero, como pasa hoy en día", afirma.
La familiaridad que se respiraba antiguamente en las corralas dista mucho de lo que hoy en día estamos acostumbrados. Quizá sea más complicado pensando en la capital, ya que la gran ciudad hoy no deja tiempo para interactuar con el resto de los mortales. "Aquí siempre han estado las puertas abiertas y si necesitabas algo las vecinas estaban ahí", recuerda, nostálgica, nuestra entrevistada.
Las mujeres en Lavapiés
Luisa reconoce que el papel de la mujer también ha cambiado "gracias a Dios": "Antes no teníamos picardía, hoy una chica de 18 años sabe más que Lepe, nosotras no sabíamos nada. La mujer de primera mitad de siglo debía cumplir un papel, unas funciones concretas que nosotras aprendíamos de nuestras madres".
Además, en el colegio aprendían materias comunes para todos, pero también específicas para el género femenino, como bordado y labores. "La mujer era esclava, los maridos llegaban a casa sólo para dormir y éramos nosotras las que lo hacíamos todo", manifiesta. "Hoy en día, dice Luisa, la mujer que quiera se puede ir, pero antes, que te levantaran la mano era normal porque no sólo éramos inferiores, sino que además éramos propiedad de ellos", sentencia.