El reto de la cota 7.000
Nada más abordar la fuerte pendiente terrosa que conduce al Campo I, me doy cuenta que la tarea va a resultar menos angustiosa que la vez anterior. Mi cuerpo comienza a responder, aunque me obligo a seguir un ritmo constante y a tratar de no alterar en exceso la respiración. Cada paso que se va ganando a esta altura es un minúsculo fragmento de fuerza que se va perdiendo. Y soy consciente que, a la par, la exigencia más arriba cada vez será mayor.
Lentamente vamos ganando metros e intento concentrarme en la música que suena en mi mp3. Epidemia de desgaste. Siento que el aire frío lima mi garganta y aguijonea mis pulmones. Aprovecho para dar un descanso a mi desgastado cuerpo y con el buff que llevo al cuello cubro boca y fosas nasales. Al instante una mezcla de olor a cacao de labios y crema protectora inunda la primera bocanada de aire. Si quiero que el anhelado aire entre caliente en mi organismo no queda más remedio que asumirlo.
El campo I, situado a 6400 metros en una arista rocosa, ofrece unas vistas espectaculares. Trono que acerca al cielo y a la cima que se adivina más cercana. Huyendo del agobio que me ocasiona la tienda a estas altitudes, me acerco al inicio de las cuerdas fijas y acaricio con infinito respeto el hilo que mañana será nuestra guía hacia el campo II. Es una sensación electrificante que me transporta a otras rutas y experiencias¿ Sé que seremos mascotas de esta fina línea de vida.
Poco a poco toda la expedición ha ido llegando al campo donde pasaremos nuestra primera noche en altura y aborda la obligada tarea de derretir nieve para proporcionar al castigado cuerpo la ingesta correspondiente de líquido. Reforzamos las tiendas por si arrecia el viento, intentamos cenar un poco y nos zambullimos en un mar de sueños e incógnitas.
La noche transcurre despacio entre jadeos y un frío gélido. Pero el día naciente nos saluda en toda su plenitud. Sabemos que será una jornada importante, ya que algunos miembros de la expedición van a abordar obstáculos y cotas nunca antes afrontados. La primera cuesta nos obliga y marca el ritmo a seguir. Bistare, bistare. Despacio, despacio, como se dice por estas latitudes. Lo importante es llegar e ir fijándose objetivos intermedios. El serac que a 6800 metros nos cierra el paso tiene que ser la primera meta. Un muro vertical de hielo y nieve que exige la máxima concentración.
Como siempre la montaña va haciendo su selección y lo inteligente es comprenderlo y asumirlo con humildad. Miguel Angel se da la vuelta antes de la barrera de seracs y sabiamente renuncia en espera de un momento mejor. Ricardo, nuestro alpinista invidente, araña con sus crampones las primeras rampas del exigente obstáculo. Es una tarea comprometida y que mina la moral. Finalmente su espíritu de superación le conduce a lo más alto. Por hoy es suficiente y el descenso asegurado conlleva maniobras técnicas en las que Arturo, Fernando y Pedro centran su conocimiento y experiencia.
Mientras Valentín y yo tras haber superado el serac decidimos dirigir nuestros pasos hacia el Campo II. Quedan suficientes horas de luz y el tiempo, aunque observamos cierta nubosidad de evolución, parece a acompañar. Por delante nuestro Nacho, el cámara de Al Filo y nuestro sherpa Chuldim son la avanzadilla de la expedición.
Con desconfianza observo el siguiente tramo que nos espera. Un hielo azul y una larga pendiente no dejan lugar a dudas. Introduzco el jumar en la cuerda fija y lentamente comienzo ganar altura apoyado en las puntas delanteras de mis crampones. Siento los gemelos quejarse del esfuerzo. En cada parada observo el avance de Valentín; su práctica como escalador le hace ir progresando sin problemas pero exigiendo el máximo del único brazo de que dispone, ya que en esta larga cuesta helada el brazo de su mano amputada resulta de nula ayuda.
- One hour to camp II. Me dice un sonriente Chuldim cuando nos cruzamos a más de 7000 metros.
- OK. Where is Nacho?
- Over the ice wall.
¿Y cuándo se terminará este muro de hielo? Me pregunto agotado. Sé que el primer contacto con la cota 7000, sin la debida aclimatación es un ejercicio de sacrificio máximo, pero estas laderas heladas, que cada vez se empinan más, están exprimiéndonos. Con rabia alargo el jumar, miro que no hay nadie en mi vertical y golpeo con mi piolet la vítrea pared. Un hielo cristal estalla en mil brillantes cristales. Un paso más y la cámara de Nacho me recibe impasible. Esperando. Sentados sobre nuestras mochilas contemplamos el trayecto que se adivina más fácil hacia el campo II y el cielo que se torna más gris. Decidimos bajar.
Cuando la cuerda fija queda libre nos asomamos al abismo, y los tres comenzamos a rapelar. Es otra cuesta del éxito o el fracaso. No hay error posible. Descendemos hacia la vida. Hacia la relativa seguridad del campo base. A intentar retomar fuerzas y esperar el siguiente asalto.
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