La Forja, obra clandestina en el franquismo
"Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balanceaban colgados de las cuerdas del tendero". Así empieza el relato descarnado de Arturo Barea, huérfano e hijo de una lavandera, que desde su militancia republicana y de izquierdas, nos introduce en la tragedia de una España dividida y rota por la Guerra Civil. En 1938 enfermo y derrotado se refugió en Inglaterra, donde se nacionalizó inglés y murió como tal en 1957. Los restos de este inglés de Badajoz reposan en el cementerio de Faringdon, en el condado de Oxfordshire.
En Inglaterra, en "la paz del country", como él mismo confesó, terminó en 1944 la trilogía La forja de un rebelde, y empezó a darse a conocer como crítico literario, escritor y periodista. Llegó a pronunciar más de 900 alocuciones en la BBC bajo el seudónimo de Juan de Castilla.
La Forja apareció publicada en inglés con este título The struggle for the spanish Soul (La lucha por el alma española). En 1951 se publicó en Argentina la primera versión en español. A ésta siguió otra en México en 1959. Todas fueron prohibidas por la censura franquista, que no pudo impedir por otra parte su circulación clandestina. En 1977 apareció la primera edición española, a la que siguieron otras tres más en los años ochenta. Todos fueron publicadas como una trilogía con estos significativos títulos: La Forja, La ruta y la Llama.
LA CONCIENCIA DE CLASE
Galdós nos mostrará en Miau el engranaje de la Administración liberal y el mundo de los cesantes. Baroja nos introducirá en la trilogía La Búsqueda el Madrid proletario y de los bajos fondos. Barea completa este cuadro con una visión descarnada del régimen de semiesclavitud que imponía la banca a sus trabajadores a comienzos del pasado siglo.
La serie es fiel a la descripción que hace Barea de este proletariado urbano y cómo se instala en él su vena más radical y anticlerical. Barea, que comenzó a trabajar a los 14 años, pronto se afilió al sindicato UGT, el sindicato socialista fundado por Pablo Iglesias en 1888.
LA GUERRA DE ÁFRICA
Ramón J.Sender provocó una convulsión en 1930 con su novela Imán sobre las responsabilidades del Ejército y del Rey en la Guerra de África. Barea, que vivió el desastre de Annual de 1921, retoma esta misma idea, cuando afirma: ¿Quiénes son los civilizadores? Hombres de pan y cebolla y casas de abobe, que no saben leer y escribir y que viven en pueblos sin escuela. Más discutible es la tesis de Barea sobre los negocios oscuros del Rey en Marruecos y por tanto su responsabilidad última en la propia guerra.
Son frecuentes en su obra las alusiones del Tercio, que, según Barea, hace del burdel, la taberna, la guerra y la muerte una religión. Más impresión le causó la locura suicida y furiosa del bravucón Millán Astray con su estentóreo Viva la muerte.
Barea nos deja también sus impresiones sobre el comandante Franco que conoce de forma indirecta mediante el testimonio un legionario. Todo el mundo le odia, igual que todos los penados odian al jaque más criminal del presidio. La censura franquista no podía tolerar estas y otras alusiones tan directas.
LA GUERRA CIVIL
Arturo Barea nos ofrece la historia de la Guerra Civil contada desde la visión de los perdedores. Ante nosotros pasan imágenes estremecedoras de rescates desesperados en edificios destruidos por las bombas, estaciones de Metro convertidas en improvisados refugios, aviones que dejan caer una y otra vez su mortífera carga, trincheras y metralla por doquier buscando carne, desfiles de las brigadas internacionales y un hospital atestado de hombres y niños rotos por el dolor. La Gran Vía aparece como lo que fue para los madrileños, la Avenida de los Obuses.
Barea nos cuenta su papel en ese conflicto como responsable del servicio de censura de la prensa extranjera en el Ministerio de Estado. Es la aportación más original de la obra por ser el menos conocido de nuestra contienda: el papel de los periodistas extranjeros que acudieron al Madrid sitiado por las tropas franquistas. La capital de España se convirtió así en una especie del Vietnam de los años 30. Otras capitales como Beirut, Sarajevo, Bagdad y Ramala tomarían con el pasado del tiempo el testigo de ese Madrid martirizado.
Barea se enfrentará muchas veces a este turismo revolucionario que se vende al mejor postor y que para nada entendía la causa de la República. Por la oficina de la Telefónica pasarán John Dos Passos o Hemingway, al que dedicará en 1941 el ensayo Not Hemingway but Spain. Los que conocieron en aquella época a Barea le describen como un cadavérico español.
Capítulo aparte merece la tortuosa vida sentimental de Barea. Desde el inicio de la Guerra Civil rompe con el triángulo amoroso que mantenía con su mujer Aurelia (Lydia Bosch) y María (Mercedes Lezcano). Como censor conocerá a su amor definitivo, la austríaca Ilsa Kulcsar (Magadalena Ritter), que le acompañará en la derrota y en el destierro.