La dulzura de una madre
A pesar de su aspecto fiero y malvado, las lobas, tienen el mismo cariño por sus cachorros que el resto de mortales. Intentan protegerlos, con su vida si es necesario, sobre todo en los primeros días y meses de su vida.
Hasta el momento en el que los jóvenes lobos abandonan la lobera, las madres no se separan nunca de su lado. Los alimentan, les dan calor en las frías noches de invierno y los transportan cuando se percatan del peligro del hombre.
Cuando los cazadores acechan las loberas, las lobas -con todo el cariño del mundo- mueven a sus cachorros de un lado a otro para que los hombres no puedan encontrarlos. Se presenta delante de ellos, exponiendo su vida, para que los cazadores sigan su rastro y no puedan encontrar el refugio de sus pequeños.
Pero hay veces que el hombre consigue su propósito y encuentra la lobera donde se resguardan los cachorros. Entonces la loba no puede volver a buscar a su último retoño. Su desenlace será fatal, porque no es capaz de sobrevivir por sí mismo. Sin alimento, y muerto de frío.
La loba sabe que no podrá resistir, pero tiene que dejarle morir para salvar su vida y, sobre todo, para salvar la vida de los tres cachorros a los que sí ha conseguido llevar a la nueva lobera.
Pero no dejará que los buitres, ni otros depredadores, se coman al pequeño lobo. Cuando pasa el peligro, la loba acude a rescatar el cadáver del cachorro para enterrarlo y evitar su cuerpo se convierta en alimento para otros animales.