¿Tenemos la televisión que nos merecemos?
Nos encontramos ante una de las preguntas para la que todo el mundo tiene respuesta. La televisión, al igual que el fútbol, es una materia que todos los españoles creemos dominar. Da igual que la califiquemos de caja lista, tonta e incluso diabólica, a nadie le resulta indiferente.
Todo el mundo parece estar de acuerdo en que la televisión es un claro espejo de nuestro mundo. Si un amplio sector de la sociedad la critica, ¿estaremos hablando mal de nosotros mismos? Curiosamente, tras hacer la gran pregunta a la gente de la calle, sólo una minoría reconoció disfrutar con la llamada “telebasura”.
No es de extrañar esa conclusión, si estamos de acuerdo con la definición del crítico televisivo de 'La Vanguardia', Victor Amela, sobre este concepto: “telebasura es todo aquello que, mientras lo observas, te avergüenzas de mirarlo”.
En los tiempos que vivimos, ya no está tan claro dónde la podemos encontrar. Es posible hablar de 'telebasura', pero también de 'basura de televisión'. Las líneas ya no están bien definidas. Un mal informativo puede ser más dañino que algunos programas del corazón más agresivo.
Llegados a este punto, cabe preguntarse si el individuo es realmente libre a la hora de elegir los contenidos o, dicho de otra manera, en materia televisiva ¿la auténtica democracia está en el mando a distancia?
Según la periodista Mariola Cubells, escritora del libro 'Mírame tonto', sobre los entresijos del medio, la responsabilidad de que el espectador consuma contenidos perversos recae, fundamentalmente, en las empresas que los elaboran. Otros, sin embargo, como el filósofo Javier Sádaba, depositan toda responsabilidad sobre el individuo.
Iñaki Gabilondo que, recientemente, ha vivido los sinsabores del medio, cree que, en nuestra sociedad, “hay más cosas buenas que las que la televisión recoge”. Sería muy agradable quedarse con esa lectura y apartar de nosotros la idea de que nuestra televisión no es peor que nosotros, sino exactamente igual. La última palabra, como siempre, a golpe de mando, la tiene el espectador. O no.