Historia del hielo, un producto popular y apreciado en el siglo XVII
- En la época de Águila Roja también se tomaban helados y sorbetes
- La nieve era la materia prima para fabricar hielo
- El hielo se almacenaba en rudimentarias neveras ubicadas en lugares sombríos
El pasado lunes 19 de septiembre los seguidores Águila Roja se quedaron sorprendidos por una escena en principio chocante para el siglo XVII. El protagonista, Gonzalo de Montalvo, sumergió su mano abrasada en un cubo de agua con hielo. La respuesta de los usuarios fue inmediata, ¿cómo es posible que en esa época hubiera cubitos si no tenían congeladores ni electricidad?
Y la respuesta es que el hielo sí que existía en el siglo XVII, incluso mucho antes. Como ha explicado a RTVE.es Ángel Mª Calvo, miembro del departamento de Etnografía de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, la nieve ha existido y se ha utilizado siempre. Sin embargo, fue en el siglo XVII cuando se popularizó el comercio de hielo fabricado a partir de nieve. Igual ocurre con las neveras, aunque de tipo rudimentario y sin electricidad, antiguamente se las ingeniaban para conservar el hielo el mayor tiempo posible.
Primeros usos de nieve documentados
En 1595, en Mallorca, el considerado como el primer cronista del Reino de Mallorca, Joan Binimelis, escribió: "Hay en distintos puntos de la montaña y, principalmente en la zona de Fornalutx, algunas casas en donde se recoge la nieve durante todo el invierno, para proveer la ciudad en verano y aun todo el año". Calvo también ha afirmado que hay documentación en el País Vasco de finales del siglo XVI en la que se habla de la construcción de nuevas neveras para sustituir las anteriores. Eso sí, eran los nobles los únicos que podían permitirse disfrutar del frío elemento hasta el siglo XVII.
¿Cómo se fabricaba el hielo?
Cuando nevaba en las montañas, acudían a recoger la nieve las personas que vivían del proceso de producción del hielo. Con cestas, sacos, etc., la llevaban a neveras para depositarla, que podían ser pozos, hoyos cavado en el suelo o casas de piedra rudimentarias en lugares sombríos.
Una vez allí prensaban la nieve con instrumentos de madera y hacían capas de diferente grosor (que podía ser de 30, 40 o 50 cm.) y que separaban con helechos, hojas de haya u otros vegetales para facilitar su posterior separación. Los bloques resultantes estaban separados del suelo con estructuras de madera y no tocaban las paredes, con el objetivo era evitar que se derritieran. Tomando estas medidas podía aguantar todo el año.
En el siglo XVII se tomaban helados
En la época de Águila Roja también se tomaban helados. Y sorbetes, refrescos y melones helados. Era una época en la que el hielo comenzó a ser accesible para toda la gente. Los pueblos y las personas adineradas podían alquilar las neveras por años y en determinadas condiciones. El hielo se transportaba desde su lugar de almacenamiento en la montaña a depósitos más cercanos a las poblaciones e incluso a frigoríficos en casas particulares. El precio se encarecía si no había nevado y se tenía que transportar el producto desde lugares más alejados.
El hielo era muy apreciado no solo por lo comestible, sino también como conservante de alimentos y por su uso terapéutico. Calvo ha revelado que con este producto se paraban hemorragias, se empleaba como anestésico, y que en el País Vasco era muy corriente tener una botella con agua de nieve y unas gotas de aceite para tratar las quemaduras.
¿Qué queda hoy de las viejas neveras?
Aunque este tipo de fabricación y conservación de hielo empezó a desaparecer en el siglo XX con las nuevas técnicas, aún podemos ver en muchas regiones restos de esos pozos o casas de nieve. En Salem (Valencia), existe una senda en la que se pueden visitar las neveras del valle de Albaida, un recorrido para visitar a pie y en el que se ven pozos o cavas.
En el riojano municipio de Sojuela existe un sendero en el que pueden visitarse las 'casas de hielo' o neveras de Moncalvillo y en la isla de Mallorca, sus 42 'cases de neu' (casas de nieve), fueron declaradas bien de interés cultural en 2004. Son solo algunos ejemplos del ingenio de nuestros antepasados para estar más fresquitos.