Las mujeres y el sexo en el siglo XV
- ¿Cuánto duraban los noviazgos en el siglo XV?
- ¿Qué educación sexual recibían las mujeres?
Isabel está cada vez más cerca del altar y en la serie, sus creadores, nos están mostrando la preocupación de la joven por la noche de bodas. Hemos querido preguntarle a nuestras asesoras históricas qué educación sexual recibían las mujeres del siglo XV y cómo vivían el sexo en aquella época.
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Las mujeres y el sexo
Teresa Cunillera, asesora histórica de Isabel, nos explica que la educación sexual estaba totalmente intrincada con la Iglesia. Algo fácil de explicar si tenemos en cuenta que la ciencia estaba muy poco desarrollada y no había demasiado conocimiento sobre biología.
Ángeles Irisarri, autora de la trilogía Isabel, la reina asegura directamente que no existía ningún tipo de educación sexual: "La cuestión ha sido tabú hasta hace pocos años".
“La desfloración y del acto sexual se contaba poco y mal“
Según la escritora, la información que les llegaba a las temerosas novias era totalmente parcial y errónea: "Lo que conocían las mujeres nobles de la noche de bodas era lo que se hablaba en las cocinas o lo que podían sonsacar a criadas y dueñas; las campesinas lo que escuchaban en las verbenas o en las romerías o en las calles, cuando las comadres, terminadas las faenas de la casa, se sentaban en los poyetes del exterior a descansar y a contarse chismes entre ellas, a propalar calumnias y a mancillar la fama de hombres y mujeres, que de todo había para, después, andar de correveidiles. Además, lo que sabían las doncellas que habían oído hablar remotamente del asunto eran espantos, muchas veces con razón pues muchos hombres, no todos, no todos, eran unos animales, y de la desfloración y del acto sexual se contaba poco y mal."
El viaje de Fernando
"El viaje de Fernando, y también el de Isabel, que se escapa de la corte, es algo que no parece ni siquiera real, parece que es el guión de una novela." Cunillera nos cuenta además que de esta aventura hay varios documentos que nos explican cómo sucedió. Tal y como el equipo de Javier Olivares ha reflejado en el guión, se sabe que Fernando de Aragón viajó por caminos secundarios disfrazado de mozo de mulas y durante el trayecto tuvo que vivir y trabajar como un sirviente más.
¿Viajó Aldonza con él? Olivares nos ha contado en el reportaje de "Cómo se hizo el capítulo 8" que no han encontrado dos libros de historia que corroborasen esa teoría y asume la responsabilidad de colocar a la amante de Fernando en su mismo carro camino a Valladolid.
Asegura que eligieron esta vía porque les pareció una historia preciosa, propia de las novelas de caballería de la época: con un príncipe que corre peligros y es presentado como un héroe y con una dama que se disfraza de hombre para estar cerca del amado.
¿Cómo fue el primer encuentro entre Isabel y Fernando?
Se puede decir que Cárdenas tuvo mucho que ver, por eso dejó varios documentos en los que narraba cómo fue la primera vez que los dos jóvenes destinados a ser los Reyes Católicos se vieron.
Olivares pone en boca de Pere Ponce la frase de "Ese es" con toda la intención. Tanto marcó a Cárdenas el hecho de haberle indicado a Isabel quién era su prometido con esas palabras, que terminaron convirtiéndose en parte de su escudo familiar.
Para Ángeles Irisarri debió de ser algo así:
“Isabel y Gonzalo Chacón cabalgaron hasta las casas de Vivero, situadas a extramuros de Valladolid, y entraron por una puerta escusada que daba a la huerta. Salieron a recibirlos el propietario, Gutierre de Cárdenas y Alonso de Palencia, los tres contentos de haber servido a Isabel. Apenas entraron los cuatro en un aposento del piso bajo, salió el rey de Sicilia de detrás de un cortinaje y fue, bendito sea Dios, que era tal y como se lo había imaginado Isabel: un galán, que, además, le sonreía abiertamente. La prometida con las mejillas arreboladas por la cabalgada y por la situación, estaba bella, muy bella también, pues sus ojos verdiazules brillaban como luceros. El caso es que se miraban los prometidos y no se atrevían a dar un paso para tomarse las manos pues, mozos los dos, estaban embelesados. Lo lógico, y un tantico turbados, después de tantos peligros que habían pasado por separado. Tras un tiempo, Fernando avanzó hacia la princesa, y fue ella la que se arrodilló primero y le besó la mano, y él hizo lo mismo y le besó las manos y se las tuvo entre las suyas, mientras la miraba a los ojos con languidez de enamorado, y se hablaron pero los presentes no pudieron escuchar lo que se dijeron. Y Juan de Vivero, el propietario de la casa, pidió vino a sus criados y, con la copa llena, se dispuso a brindar por los prometidos, pero en esto se oyeron ruidos por la cerca de la muralla y fue menester dar fin a aquellas vistas y, a la carrera, sacar a la novia por una puerta y al novio por otra. Y así terminó todo, pues a los caballeros presentes le pareció que llegaban los Mendoza –fieles al rey- para apresar a los prometidos y a la compañía pues, a fin de cuentas, estaban todos actuando con nocturnidad, desobedeciendo y desafiando al único señor de aquella tierra, como si ya estuviera muerto y enterrado”.
Los noviazgos en el siglo XV
Quisimos preguntarnos cómo fue el noviazgo desde aquel primer encuentro. Teresa Cunillera responde divertida: "No, no. Es que aquí no hubo noviazgo [...] Se vieron los novios y en seguida, se celebró la boda en Valladolid." Tan solo, cinco días después.
Pero ¿y el resto de parejas? Resulta difícil entender cómo alguien estaba dispuesto a compartir cama y lecho con un desconocido.
Irisarri nos cuenta que era una práctica de lo más habitual: "No había noviazgos, los padres ajustaban los matrimonios. Si eran los padres menesterosos querían salir de la pobreza, si eran ricos deseaban más riqueza, para ascender de clase social y añadir a sus apellidos otros de mayor prosapia, por eso siempre trataban de emparentar con familias más adineradas que ellos. En cuanto a campesinos y gente de las ciudades, si la joven era bella, es decir, una moza garrida, de carnes prietas, dientes apretadillos, piel blanca, manos pequeñas, ojos vivos y risa cantarina, tenían posibilidades de casarla bien, con un labrador rico, con un caballero, con un menestral acreditado, con un notario, con un médico o con un contador o abacero o con un viudo (había muchos viudos pues una gran mayoría de mujeres fallecían de parto), pero si era fea las perspectivas disminuían, a no ser que los padres de la novia dispusieran de rentas y que la del novio hubiera ido a menos, si no se daba esta tesitura la entraban en un convento que no fuera exclusivo de damas nobles o, siendo pobres, pobres, la ajustaban de criada. En pueblos y ciudades las gentes se conocían entre sí, los mozos casaderos veían en las misas, paseos, fiestas y espectáculos, a las mozas casaderas –las de clase alta iban siempre acompañadas de sus dueñas-, se miraban y si se gustaban y se enamoraban, hablaban con los ojos, que no hace falta más, que el amor no necesita palabras. Ellos rondaban la calle, ellas se asomaban a la ventana –las de clase alta con la complicidad de su dueña-, cualquiera de ellos hablaba con una celestina, intervenía ésta y, si había suerte, si los pretendientes, él y ella, eran del gusto y aspiraciones de los respectivos padres, se casaban, pero no era lo habitual. Lo tradicional, hasta hace poco tiempo, es que maridaran a una jovencísima y guapa moza con un viejo, a más de bruto y zafio. También era frecuente, en casos de necesidad que, a través de la celestina, los padres consintieran en que su hija se convirtiera en barragana, es decir, en amante de un hombre con dinero en unión sin bendecir. El código de las Siete Partidas contempla esta situación, que era bastante común y no la peor, pues tenía sus derechos legales."