Más Isabel - Las vírgenes de Isabel
De todos es conocida la gran religiosidad de Isabel. De hecho, el capítulo de hoy la vemos, primero, rezando ante una virgen negra, y más tarde haciendo lo propio con su hija. Así que nos hemos preguntado: ¿De quién era devota la reina? ¿Dónde rezaban?
Nos detenemos primero en la imagen de la virgen negra. "Las vírgenes negras son del siglo XIV y pertenecen a la imaginería gótica. Provienen de Francia, se conservan varias en la alta Navarra, aunque la más famosa es la del Pilar de Zaragoza", explica Ángeles Irisarri, autora de 'Isabel, La reina". Teresa Cunillera nos dice además que estas imágenes solían estar rodeadas de cierto misterio y entornos especiales "en torno a una gruta o un río con grandes poderes milagrosos".
Isabel, entre San Juan y Guadalupe
Isabel repartía su cariño entre varias advocaciones. Empezaremos con San Juan Evangelista. La reina sentía especial devoción por este santo, "por eso le puso a su primer hijo varón el nombre de Juan y a su segunda hija el de Juana pero también por la Virgen María y Santiago Apóstol", señala Irisarri.
Teresa Cunillera, asesora histórica de 'Isabel', añade a la lista a la virgen de Santa María de Guadalupe. Devoción compartida por su hermano Enrique IV y por la mujer de este, Juana de Avis. Los Reyes Católicos "hacían sus rogativas. Rezaban previamente y, luego, eran muy generosos también en las ofrendas".
"Otra virgen a la que tenía mucha devoción era a la virgen de las Angustias, que era la patrona de Arévalo. Con lo cual, era la virgen a la que ella siempre había rezado cuando era pequeña", explica Cunillera. Esta imagen acabará siendo muy querida en Granada, ya que será la propia Isabel quien la lleve a la ciudad una vez terminada la Reconquista y forme una hermandad con su nombre.
Las oraciones de la Reina
Es Ángeles Irisarri la que nos explica dónde llevaba a cabo los rezos Isabel la Católica y cuáles eran las oraciones que recitaba:
"Las reinas rezaban en los oratorios de los palacios, arrodilladas en un reclinatorio. En estos lugares, por privilegio, podían los sacerdotes celebrar misas. Cuando salían de viaje reyes, prelados y nobles llevaban su altar portátil, que normalmente era un tríptico ricamente pintado con escenas religiosas o fabricado con materias nobles, como el marfil o el esmalte, que se cerraba para el transporte y se abría para la oración. Isabel recitaría el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo y, además, leería las horas canónicas en su magnífico Libro de Horas, una joya de la edición realizada expresamente para ella y que se conserva en el monasterio del Escorial".