Enlaces accesibilidad
Curiosidades históricas de 'Carlos, Rey Emperador'

Germana de Foix, la reina que enviudó dos veces por culpa del sexo

  • Fernando 'El Católico' murió después de tomar un afrodisiaco
  • Juan de Brandeburgo murió también en la cama, cumpliendo como marido tras un largo viaje
  • Los cronistas se mofaban de ella por su apetito sexual y por ser "gorda"

Por
Germana de Foix fue la amante de Carlos de Austria

Todos nos hemos emocionado con esa última escena de Germana de Foix despidiéndose de Carlos camino de su Virreinato de Valencia, pero la historia de esta mujer va mucho más allá.

Germana de Foix (1488-1538), francesa, educada a la luz de la realeza por ser sobrina del rey francés Luis XII y con una mentalidad bastante alejada de los rigores y ascetismos castellanos y aragoneses, se ve casada de la noche a la mañana y a sus floridos 18 años con un señor de 54, viudo reciente y que se encarga de dejar por escrito que allí no media el amor sino la política, Fernando el Católico. Mal comienzo.

Fernando El Católico murió por culpa de la mosca española

Fernando en 1515 sufre una hemiplejía que le desfigura el rostro y lo deja tremendamente feo

En 1509 Germana daba a luz a Juan —que vivió tan sólo unas horas—, destinado a heredar la corona de Aragón sin importar que la heredera legítima hasta ese momento fuera la inestable Juana. Aquella frialdad contractual que mostró Fernando en las capitulaciones matrimoniales debió ir desvaneciéndose a lo largo de los años y de los infructuosos empeños por hacerle un heredero a su joven esposa. Su salud, además, no era del todo buena; en 1515 sufre una hemiplejía que le desfigura el rostro y lo deja tremendamente feo (adjetivo literal que usan sus cronistas). Por si esto no fuera suficiente, Fernando debió ocuparse de espantar los moscones que revoloteaban alrededor de la reina. El vicecanciller de Aragón, micer Antonio Agustín —quien por una carambola del destino había puesto tres años antes en prisión al duque de Calabria, futuro marido de Germana— fue encarcelado por orden de Fernando el Católico “por requerir de amores a la reina Germana”.

Fernando y Germana habían depositado sus esperanzas en los más variados afrodisíacos

Aquí tenemos a Fernando, con media cara paralizada, problemas cardíacos e hidropesía, casado con una divertida joven que es mirada por los hombres con codicia y sin conseguir hacerle un hijo. Un auténtico sinvivir. Desde la muerte de aquel recién nacido Juan, Fernando y Germana habían depositado sus esperanzas en los más variados afrodisíacos entre los que destacaba por méritos propios la cantárida —llamada mosca española—, cuyo efecto más conocido es el priapismo a bajas dosis y la muerte si se excede uno con ella. Y por lo visto, Fernando se excedió. Bastante.

El 23 de enero de 1516, el católico rey don Fernando moría en las Casas de Santa María, en Madrigalejo (Cáceres), cuando acudía al monasterio de Guadalupe al capítulo de la Orden de Calatrava envenenado por los “potajes” que le daba la insaciable reina —o al menos así lo declararon los incondicionales de Isabel—. Aquí terminaba el calvario de Fernando y comenzaba la fama de Germana.

Carlos y el collar de perlas

Carlos y Germana de Foix tienen una aventura

Este romance más propio de una novela de caballería que de la vida real —excepto si hablamos de una corte del siglo XVI donde todo puede pasar— nunca ha podido confirmarse. No hay referencia directa escrita sino que es fruto de sumar dos más dos, pero comencemos por el principio.

Fernando, en los últimos estertores, tuvo tiempo aún de encargar a su nieto Carlos que cuidase especialmente de la reina Germanapues no le queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos”. Ni que decir tiene que Carlos era un hombre de palabra y la cuidó con pasión y esmero. Todos los torneos celebrados en Valladolid aquel año de 1517 fueron en su honor; por supuesto Germana no acudía por su reciente viudez, pero allí iban sus damas vestidas de luto por ella y le traían los chismes más sabrosos. También se encargó el rey adolescente de tender un pasadizo de madera entre las casas en las que él vivía y las de Germana para poder visitarse con más privacidad. La sospecha está servida.

Tras varios encuentros íntimos con Carlos V, la viuda de Fernando 'El Católico' espera un hijo del Rey y no duda en confesárselo, a pesar de que su intención es que sea el monarca el que decida sobre el futuro del bebé y de ella misma.

Cuando Germana haga testamento, le dejará un valioso collar de 133 perlas a una hija del emperador, la “infanta Isabel” por el mucho amor que sentía por ella; no hay reconocida ninguna hija de Carlos con este nombre y este título, y en función de lo impropio de aplicar semejante tratamiento a alguien que no lo tiene, es fácil adivinar que le unía a ella un lazo extremadamente estrecho. De ser cierto, ¿podría haber quedado constancia de esta relación? Prácticamente imposible por lo impropio y lo escandaloso; los reyes tenían amantes, hijos ilegítimos, entraba dentro de la normalidad y hasta de lo deseable, pero nunca había de serlo la viuda de un abuelo ¡Hasta para el siglo XVI sería intolerable!

Juan de Brandeburgo-Ansbach y las carreras por la posta

En 1519, quizás por acallar el escándalo —tener un hijo de Carlos significaba automáticamente encontrar marido sin buscarlo— Germana fue casada con el rubicundo Juan de Brandeburgo-Ansbach, primo del margrave de Brandeburgo, príncipe elector por más señas. Juan de Brandeburgo ya no era el abuelo achacoso en que se había convertido Fernando, sino un vigoroso joven cinco años menor que ella. Aun así, la desgracia se cernía sobre su cabeza…

Tras haber estado alejada de la Corte, Germana vuelve junto al monarca para presentarle a su hija Isabel. Sin embargo, el recibimiento de Carlos V no será el esperado por la viuda de Fernando 'El Católico', ya que el futuro emperador ha decidido, muy a su pesar, desposarla con el marqués de Brandenburgo.

El 5 de julio —según el cronista Santa Cruz, serio y circunspecto cosmógrafo de Carlos V pero que, como todos, daba su esfera armilar por un buen cotilleo— el alemán de 33 años llegaba corriendo por la posta a ver a su mujer Germana que estaba en Valencia “y con el quebranto y cansancio que había llegado no se había abstenido de llegar a la Reina con la moderación que convenía, antes se había habido muy destempladamente con el vicio de la carne”.

Así pues, Juan de Brandeburgo, tan alemán él, murió del ímpetu con que accedió a su esposa tras un largo y fatigoso viaje en 1525. Y eso que, a decir de Pedro de Gante en una carta al marqués de Denia, la reina Germana “estaba gorda” (así, sin más).

El miedo que se tenía al sexo en aquellos años es tremendo, y se le atribuyen las muertes del príncipe Juan —el malogrado hijo de los Reyes Católicos—, pero también de este Juan de Brandeburgo, prácticamente de Fernando el Católico, del príncipe don Juan Manuel, esposo de la infanta Juana de Austria… El hombre sucumbía con facilidad ante la voracidad amatoria de la mujer-mantis.

Definitivamente, la fama de Germana iba subiendo enteros por momentos. Y aún quedaba un tercer marido.

El Duque de Calabria. Terremotos amorosos

Una reina viuda, supuesta amante del rey actual y artífice de la muerte por sobredosis amorosa de su segundo esposo es, cuanto menos, un bulto sospechoso al que hay que buscar acomodo.

La relación con Carlos seguía siendo en 1525 de lo más estrecha, encontrándola del brazo del emperador, bailando y festejando la boda entre Leonor y Francisco I en una posada en Illescas, pero su viudez iba a durar poco.

Germana ya comenzaba a padecer obesidad mórbida, y corría como la pólvora su tempestuosa vida sexual

Todos sabemos que en marzo de 1526 Carlos se casa con Isabel en la ciudad de Sevilla, pero no es la única boda que se celebra. También se casa Germana, y van tres, con Fernando de Aragón, Duque de Calabria —aquel a quien había hecho prisionero el vicecanciller de Aragón y que Fernando el Católico se encargó, a su vez, de que probara qué tal le sentaban a él los grilletes—, hombre de la absoluta confianza de Carlos y el encargado de recibir a Isabel en la raya de Portugal. ¿De quién fue la idea? ¿De Carlos? ¿De Isabel? Ahí lo dejamos.

No se supo si había sido un terremoto o los gritos de la reina Germana, pero lo cierto es que del susto saltó de la cama y, del golpe, “hundió dos entresuelos y mató un botiller y dos cocineros que debajo dormían”

En este tiempo Germana ya comenzaba a padecer obesidad mórbida, y corría como la pólvora su tempestuosa vida sexual. Francesillo de Zúñiga, bufón de Carlos V y autor de la crónica más divertida y ácida de su reinado, no pudo permanecer callado. En el mes de julio de 1526, estando la corte en Granada con motivo de la luna de miel de los emperadores —efectivamente, nada de soledad ni intimidad— un terremoto sacudió a la ciudad del Darro. Según Francesillo, no se supo si había sido un terremoto o los gritos de la reina Germana, pero lo cierto es que del susto saltó de la cama y, del golpe, “hundió dos entresuelos y mató un botiller y dos cocineros que debajo dormían”. Para rematar tan caritativa semblanza de la reina, apostilla “”este duque de Calabria murió de harto y la reina su mujer de ética” —si tenemos en cuenta que ética es tuberculosa pero también extremadamente delgada, podremos hacernos una idea del colmillo retorcido del bufón—. No podía saber el bufón cronista de qué murieron ambos pues la muerte se lo llevó a él antes, concretamente en 1532 de una cuchillada en una oscura calle de Béjar. Se ve que no a todo el mundo le hacían gracia sus cotilleos.

Extrovertida, alegre, culta, Germana convirtió su corte en el reino de Valencia en una corte a la italiana, donde se hacían batallas de ingenio hasta el amanecer, discutiendo las damas y los caballeros sobre la preeminencia de los hombres o las mujeres, leyendo e improvisando poesía y haciendo buena la alegría de vivir renacentista. Y aun así, cuando llegó la hora de represaliar a los agermanados, no le tembló el pulso y firmó cientos de condenas a muerte, muchas más que Carlos en las Comunidades.

Por muy divertido que nos parezca, la fama de Germana la crearon los hombres que hablaron de ella, y aunque seguramente llevara un poso de verdad, no deja de obedecer a toda una serie de intereses políticos, pues nada, absolutamente nada en el siglo XVI, es inocente.