La crisis tranquila
- Finlandia, con una sociedad ejemplo del Estado del bienestar, está sumida en una crisis inesperada
- Tras una recesión de cuatro años ha duplicado su deuda y ya no tiene el peso que tuvo en el Eurogrupo
Si jugáramos a las adivinanzas y preguntáramos qué país europeo tiene el mejor sistema educativo del mundo; encabeza la lista de los países menos corruptos; dedica un 25% de su presupuesto a servicios sociales y puede presumir de transparencia y libertad de prensa, seguramente alguien mencionaría a Finlandia. No pasaría lo mismo si preguntáramos qué país es, en estos momentos, el que menos crece de la Unión Europea, el que ha atravesado una recesión de 4 años; el que ha duplicado su deuda y el que ya no tiene el peso que tuvo en el Eurogrupo. Pensaríamos en un país del sur de Europa: difícilmente nos acordaríamos de Finlandia.
Pero es la paradoja en la que vive el país nórdico: una sociedad ejemplo del Estado del bienestar y sumida en una crisis inesperada que, gracias al colchón de desarrollo del que disfrutan, está vadeando la recesión con cierta sordina. Pero la preocupación existe, porque las causas de su depresión económica tampoco son las mismas que las que hundieron las economías europeas y en especial a las del flanco sur. La crisis de Finlandia no está asociada a la burbuja inmobiliaria, ni a la salud de su banca que está saneada y es transparente, tanto que hasta la localización de sus reservas de oro es pública.
La crisis de este país que, hasta 1917 era parte de Rusia, tiene que ver con los cambios tan rápidos que está experimentando la economía global y que han recortado las exportaciones de Finlandia de manera sustancial.
Hagamos un poco de memoria: a principios de la década de los 90, tras la desintegración de la Unión Soviética, Finlandia se quedó sin su principal cliente. El país se acercó al precipicio, pero duplicó sus inversiones en I+D y en muy poco tiempo, se convirtió en una referencia tecnológica mundial; en un laboratorio de patentes y en la casa madre de Nokia, la compañía que revolucionó el mercado de la telefonía móvil, con sus terminales sencillos y resistentes. Fueron casi 15 años de liderazgo mundial. Nokia llegó a representar el 40% de las exportaciones del país. Pero todo se desmoronó con la llegada de nuevos sistemas operativos, que Nokia despreció y la irrupción de teléfonos inteligentes con pantallas táctiles que enamoraron a los consumidores.
Y mientras esto sucedía, la demanda de papel, otra de las grandes fuentes de riqueza de Finlandia, descendía año tras año. En un planeta globalizado y lleno de pantallas, el papel de oficinas y el papel prensa ya no tienen tanto sentido.
Volver a empezar
Acostumbrados a superar dificultades y a convivir con una climatología extrema, los finlandeses creen que empezarán a salir de la crisis este mismo año. Están acostumbrados a nadar contracorriente y a aprovechar las oportunidades. De hecho, lo están haciendo. Los 50.000 empleos de la industria tecnológica que se desintegraron con Nokia, han sido el origen de una explosión de proyectos y de viveros de pequeñas empresas que recogen su legado.
En cuanto a la madera, las papeleras trabajan para convertirse en empresas de biomateriales; derivados de la madera con los que se pretende sustituir a los del petróleo, por ejemplo al plástico, poco sostenible y contaminante. Los bosques de Finlandia, cuya tala siempre es inferior a la reforestación siguen tenido todo su valor y sentido.
Conservar el Estado del bienestar
Los finlandeses están viviendo con preocupación la deriva de su economía en los últimos 5 años: el paro he crecido y con él los bancos de alimentos a los que acuden, cada día, los finlandeses con menos ingresos. Los recortes han afectado a todos los sectores, sobre todo al público y también han llamado a la puerta, -aunque con moderación- de sus dos joyas de la Corona: la sanidad y el sistema educativo. La ciudadanía se pregunta cómo ha podido pasarles a ellos y muchos reconocen que fueron insolidarios cuando exigieron duras condiciones a Grecia para ser rescatada. Si algo ha demostrado la crisis del euro es que tiene varias caras y que nadie, ni siquiera los que no jugaron con fuego, estaban a salvo.