La vida en el infierno
La ciudad siria de Alepo, con dos millones de habitantes, está en el punto de mira de todos los contendientes de la guerra. La batalla de Alepo, que comenzó en 2012 y todavía continúa, ha sembrado las calles de muertos y heridos, ha forzado la salida de miles de personas y ha arruinado sus monumentos. Los hermanos maristas no se marcharon de la ciudad y se quedaron con su pueblo. El hermano Georges Sabé vive en Alepo y se ha desplazado a Beirut, en un viaje nocturno de alto riesgo, para encontrarse con un equipo de Pueblo de Dios que le esperaba en la capital de Líbano. Allí nos ha relatado el sufrimiento de su pueblo y la misión que están llevando a cabo los hermanos maristas con las víctimas de la guerra.
El hermano Georges nos ha contado que en Siria el nivel de tolerancia y convivencia entres las religiones era bueno hasta que llegó el Daesh (el llamado "Estado islámico") imponiendo su ley de "Islam o muerte". Muchos cristianos han sido asesinados pero la mayoría optó por marcharse del país para salvar sus vidas y las de sus familias. De los 350.000 cristianos que había en Alepo, apenas quedan el 10%. Los hermanos maristas llegaron a Alepo en 1904 y allí siguen. Hermanos, voluntarios, la ong SED y antiguos alumnos maristas se han movilizado. Ayudan a 800 familias, cristianas y musulmanas, dan leche mensualmente para 3000 niños, diariamente dan de comer a 500 personas, acogen a desplazados, dan clase a 150 niños sin escuela y con la ayuda de médicos voluntarios han atendido a cientos de heridos y salvado muchas vidas.
En su colegio de Beirut, los hermanos maristas han acogido a un gran grupo de familias cristianas que huyeron de Alepo para salvar sus vidas. No es la primera vez que los maristas acogen a refugiados. Ya cuando la guerra en Líbano, cientos de personas vivieron en el colegio, un lugar más seguro que sus casas.
Hasta el momento, la guerra en Siria arroja un saldo de 350.000 muertos,nueve millones de desplazados dentro del propio país y otros tres millones de refugiados en el extranjero. A esto hay que sumar los heridos, los dos millones de niños sin escolarizar, la destrucción de pueblos enteros, el expolio del patrimonio arqueológico y el empobrecimiento de la población.