Tres ilusiones ópticas que engañan a tu cerebro
- En el siglo XIX se hicieron los primeros estudios sobre las ilusiones ópticas
- Nuestro cerebro saca conclusiones, antes incluso, de que pueda ocurrir un determinado fenómeno
“Podemos confiar en nuestros sentidos, pero ellos pueden ser engañados con facilidad” esto afirmó el filósofo Aristóteles, en el año 350 a.C.
Desde hace siglos, los filósofos y científicos se han preguntado acerca del efecto que provocan las ilusiones ópticas en nuestra mente, preguntándose si lo que percibimos por nuestros sentidos, siempre es de fiar. Mientras Aristóteles miraba una cascada en movimiento, se dio cuenta de que al mirar las rocas, éstas también parecían moverse en el sentido opuesto al flujo del agua. Las rocas no se pueden mover, pensó. ¿Qué ocurría?
En el siglo XIX, se hicieron los primeros estudios sobre las ilusiones ópticas, en las que se supo que nuestro cerebro tiende a sacar una conclusión, antes incluso, de que pueda ocurrir un determinado fenómeno.
A quién no le ha ocurrido percibir movimiento en un tren parado, cuando en realidad, el tren que se está moviendo es el de al lado. O, incluso al revés, que sea nuestro tren el que avanza, y tener la impresión de que es el tren del carril contiguo el que se está moviendo. Esto se llama “ilusión óptica del objeto estático”, y ocurre porque, antes de que nuestros sentidos puedan recoger y enviar la información al cerebro, nuestras neuronas ya han “deducido” el movimiento. Por eso, hay unos momentos en las que nos cuesta diferenciar entre el movimiento de nuestro propio cuerpo, y el de otros objetos ajenos a él.
Otra ilusión óptica que nos ocurre con frecuencia, es “la ilusión de tamaño” de Ebbinghaus, que demuestra cómo nuestro cerebro saca conclusiones anticipadas. Cuando comparamos el tamaño de los dos círculos naranjas, percibimos más grande el de derecha, aunque, no obstante, ambos son iguales. ¿Por qué sucede esto? Este “espejismo” es provocado porque nuestra percepción, para juzgar el tamaño de un objeto, compara y relaciona las dimensiones con proximidad y lejanía. Es la comparación con los otros círculos lo que nos engaña.
Otro ejemplo clásico es la “ilusión de profundidad y movimiento” de Hering. Esta ilusión óptica se produce cuando hay un objeto entre líneas diagonales, porque es así como nuestro cerebro se orienta en el espacio tridimensional. Las líneas, aunque sean paralelas, pueden parecernos un poco oblicuas, dándonos esa sensación de profundidad.
¿Por qué experimentamos ilusiones ópticas? A cada momento recibimos miles de estímulos visuales, hay muchísima información. Para ahorrar recursos, el cerebro realiza “predicciones”: Esas deducciones nos permiten sintetizar y deducir, haciéndonos, en general, la vida un poquito más fácil.