La isla humana
- Ons es actualmente la única isla habitada del litoral gallego. Desde 2.002 forma parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas
- Es un ecosistema extraordinario. Presenta especies únicas y alberga importantes colonias de aves marinas además de unos fondos marinos de gran biodiversidad
- La historia de la isla es una sucesión de poblamientos y despoblamientos. La huella del hombre se extiende hasta el Paleolítico
- A lo largo de los siglos Ons ha tenido distintos dueños hasta que fue expropiada por el Estado en 1940. En 1982 fue transferida a la Xunta de Galicia
- A mediados del pasado siglo llegó a superar los 500 habitantes. Ahora sólo vive de forma permanente un matrimonio de isleños
- Los isleños vivían de la pesca -fundamentalmente del pulpo-, la agricultura y la ganadería. Integraban una comunidad con fuertes lazos solidarios
- La isla recibe 100.000 visitantes anuales. El turismo es ahora el principal sostén económico
- #CRislaons
FICHA TÉCNICA
- Guion: JUANTXO VIDAL
- Realizador: JOSÉ LUIS ARAGÓN
- Imagen: JOAQUÍN RELAÑO
- Sonido: JESÚS PARÍS
- Montaje: FUENCISLA RUIZ
- Grafismo: JOSÉ MUÑOZ
- Sonorización: SENÉN FEITO
- Postproducción: JOSÉ MUÑOZ
- Producción: ANA PASTOR / LOURDES CALVO
Cuando el otoño va tomando la isla y los bares han cerrado, cuando los turistas del verano ya han regresado a sus rutinas y, tras la algarabía, el rumor del mar y las gaviotas vuelve a las veredas y a las ventanas, en la casa de Cesáreo y Victoria la cocina de leña se despereza de su letargo estival. Llegan los días cortos, días de frío y cocido. Así ha sido siempre.
Son los últimos. Cesáreo y Victoria no abandonan su casa isleña en todo el año. No hay sitio mejor para ellos, lejos de coches y ruidos. Viven tranquilos, con su huerta, su pesca… Nadie les moverá de ahí, del lugar donde nacieron. Donde ellos se sienten aislados es en tierra, en la península, en Bueu. Su descendencia llega hasta tres biznietos. Todos llevan la isla en los genes y en cuanto pueden acuden a la casa madre.
Pepe de Miro, el hijo de Ramiro el del faro, también pasa ahora la mayor parte del tiempo en la isla. Antes vivía en Bueu, pero desde que se jubiló por enfermedad ha regresado al paisaje de su infancia, a las casas de sus padres y sus abuelos. Pepe conoció los buenos tiempos. Cuando él era niño en Ons vivían más de quinientas personas; trabajaban la tierra y pescaban, y eran bastante felices. Luego, como otros muchos, tuvo que salir hacia la península porque allí había un puerto seguro para los barcos, había médico, había escuela reglada…Su mujer, Isabel, una moza de Bueu que conquistó bailando una de Caco Senante, se ha hecho también isleña, pese a que le costó. Ahora los dos disfrutan de los días tranquilos de Ons; de vez en cuando ella va a Bueu para ventilar la casa y hacer alguna compra y vuelve junto a Pepe. Ya son abuelos.
Cuando llegan los días cortos, Cesáreo, Victoria, Pepe e Isabel pasean su sosiego de uno a otro barrio (Pareiró, Canexol, O Caño, O Curro…). Por los caminos suelen encontrarse con el agente medioambiental y los dos guardas que integran el equipo del Parque Nacional de las Islas Atlánticas permanentemente destinado en la isla. A veces también se cruzan con alguno de los tres fareros que se turnan, cada 15 días, para mantener viva la llama fotovoltaica del faro que desde 1865 alumbra la noche desde el Alto do Cucorno.
Cesáreo, Victoria, Pepe… son descendientes de los últimos colonizadores de Ons, los que llegaron de la península del Morrazo cuando arrancaba el siglo XIX. La historia de la isla es una sucesión de poblamientos y despoblamientos, con una constante: la lucha entre el hombre y los elementos. Vivir en Ons, no ha sido fácil. Si la mar se pone furiosa y el temporal azota con fuerza, más vale buscar resguardo seguro. Esos días se hace imposible llegar a la península.
La isla disputada
Ya sea por la abundancia de manantiales, por su posición estratégica, por la riqueza pesquera de su litoral, o por todo ello unido, Ons ha atraído a lo largo de los siglos a diversas comunidades humanas. Excavar en su historia es adentrarse hasta el Paleolítico en un recorrido jalonado de castros, restos romanos, reyes medievales y obispos, batallas y asedios, germanos, godos, normandos y piratas. Es también hablar de los Riobó (los últimos propietarios), de los secaderos de pulpo, de las dornas, de la expropiación de comienzos de los 40, de la Obra Social del Movimiento, de la Xunta, del Parque Nacional…
Hablamos en realidad de un archipiélago formado por unos cuantos islotes, una pequeña y redondeada isla, Onza, y la isla mayor, Ons (6 km de largo, 1’5 de ancho), la única que mantiene un mínimo núcleo de habitantes en la costa gallega. A poco más de dos millas está la península. El archipiélago protege la entrada de la ría de Pontevedra de los fuertes temporales atlánticos. Esos temporales han marcado la vida y el carácter de los isleños.
El Parque
Desde 2.002 Ons forma parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas, un parque eminentemente marítimo (85% de mar, 15% de tierra), integrado además por las Cíes y las islas de Sálvora y Cortegada. Un ecosistema de extraordinario valor enriquecido en Ons por especies únicas como las salamandras vivíparas y la cytisusinsularis, un vistoso arbusto que colorea en amarillo las lomas que se quiebran en los acantilados. Sólo pueden verse en la isla.
Como ocurre con toda la red de Parques Nacionales, Ons es una gran estación biológica, un territorio para la investigación. En los días que estuvimos en la isla encontramos a Ignacio y Pancho en plena labor de control de las colonias de aves marinas (cormoranes, gaviotas patiamarillas y las muy escasas gaviotas sombrías); encontramos también a Cristina y Sara estudiando sobre el terreno, en las rocas que emergen con la marea baja, los efectos que la recolección de la mejilla - la semilla del mejillón que los mejilloneros recogen para cultivar en la bateas- tiene sobre otras especies.
La población, los isleños, su modo de vida tradicional, su cultura, es un valor que los rectores del Parque destacan y potencian. La convivencia hoy es armoniosa, pero no siempre ha sido así. Al comienzo había ciertos recelos, seguramente porque la pertenencia al Parque supone algunas restricciones para los vecinos, por ejemplo a la hora de hacer obras en las casas, o de tener mascotas. Hay un férreo control sobre las especies alóctonas, introducidas. También sobre la pesca, aunque se consienten las capturas para autoconsumo de los isleños.
La propiedad
A lo largo de los siglos los colonos han pagado rentas a los distintos propietarios de la isla por el uso de las casas y las tierras. Así sucedió hasta que en los 80 Ons fue transferida a la Xunta de Galicia. Se abrió entonces un periodo de incertidumbre durante el cual los isleños plantearon sus derechos de propiedad sobre las casas que habían edificado y las tierras que habían hecho productivas. No hubo acuerdo. La solución llegó con la declaración de Parque Nacional. Se reguló que los vecinos pasaban de ser colonos a ser concesionarios, se les otorgaba la concesión de las casas y terrenos por un periodo de 75 años. Deben abonar un canon por metro cuadrado que varía según sea vivienda, terreno o establecimiento hostelero. -¿Y cuando la concesión termine? Ya se verá-. Eso dicen todos.
La vida entre temporales
Los ingresos llegaban de la pesca. Era la actividad fundamental, ocupaba a todos los hombres y a buen número de mujeres. Y el mar en Ons es agradecido; más aún antes que ahora. Había de todo, sargos, lubinas, maragotas, congrios…y pulpo, sobre todo pulpo. En los tiempos de los Riobó (1919-1936), los isleños estaban obligados a vender todo el pulpo al dueño, primero a don Manuel y después a su hijo y heredero Didio. Tras pasar por el secadero lo comercializaban a través de Isla de Ons S.L., la sociedad mercantil que habían creado para la explotación pesquera. Era un negocio rentable; las capturas anuales superaban los 70.000 kilos.
Eran los años de las dornas, embarcaciones pequeñas, livianas, que había que manejar con energía y destreza. Acabada la faena las dornas se varaban en las playas, en la parte más elevada, por si la mar enfurecía.
Didio Riobó, republicano radical y progresista, se suicidó al poco de comenzar la guerra civil al verse acosado por los sublevados. A comienzos de los 40 el Estado expropió la isla aduciendo razones de Defensa (nunca se realizó instalación militar alguna que justificara tal decisión). A partir de ese momento los pescadores isleños pudieron diversificar las capturas y vender por su cuenta la pesca en los cercanos puertos de la península. Sus ingresos mejoraron pero además ganaron independencia; se hicieron dueños de su futuro.
La pesca traía los ingresos, la tierra y el ganado, la subsistencia. Cultivaban maíz, centeno, trigo, habas, patatas…Los hórreos estaban siempre bien surtidos. Además tenían vacas, cerdos y gallinas. Y nunca faltaba el pescado y el marisco.
El aislamiento reforzó los lazos de solidaridad entre los vecinos. La de Ons era una comunidad que actuaba como un organismo especialmente dotado para resistir -todos a una-, sobre todo en los momentos duros, que no eran pocos.
Nunca hubo médico. Lo peor era caer enfermo cuando los temporales azotaban la isla durante semanas. No había forma de acercarse a la península para recibir atención. Entonces había que echar mano de remedios naturales, de hierbas y ungüentos, de curanderos o de parteras cuando era el caso.
Aún no había llegado la electricidad a Ons. Por las noches, a la luz de velas y candiles, surgieron numerosas leyendas que conectaban la vida con el más allá. En O Burato do Inferno se escuchaban los lamentos de las almas en pena, por Punta Centolo entraba en la isla la Santa Compaña, a veces difuntos se aparecían… Unos lo creían, otros no.
Esplendor y éxodo
Los 60 fueron años de cambios. Llegó la luz eléctrica. Un generador la facilitaba desde el anochecer hasta medianoche. Con la luz llegaron los primeros televisores, los frigoríficos…A veces, si había alguna defunción, algún parto, o alguno de aquellos combates de Carrasco o de Cassius Clay televisados de madrugada, había horas extra de generador. Aún hoy en la isla se raciona la corriente: diez horas diarias, en dos tandas.
Fue en aquellos años cuando se realizaron distintas obras en el barrio de O Curro, donde está el muelle. Se levantó una nueva escuela que apenas llegó a utilizarse, también se construyó una iglesia moderna para honrar a San Xaquín y a Santa Ana… Todo estaba a punto de cambiar.
Con el incremento de los ingresos de la pesca se vivieron tiempos de mayor bienestar, la población creció hasta superar los quinientos habitantes, se mejoraron las casas… y las dornas dieron paso a los barcos a motor. El pequeño muelle de la isla no era un refugio seguro para las nuevas embarcaciones, cualquier temporal podía causar estragos en los pesqueros amarrados, así que comenzaron a acudir a puertos de abrigo (Portonovo, Bueu…) mientras la familia, la mujer y los hijos, quedaba en la isla. Cuando llegaban los temporales fuertes esa separación podía alargarse semanas o meses. Al final, acabaron comprando piso en la península y dejando la isla. Ons comenzó a languidecer; se cerró la escuela y se marchó el cura. Podría haberse evitado si hubieran construido un puerto en condiciones, pero eso nunca pasó de promesa.
El sueco de Ons
Hubo un testigo de excepción de aquellos años felices en los que las últimas dornas convivían con los primeros barcos de motor, un joven alto y rubio, un antropólogo sueco que apareció por la isla para estudiar las embarcaciones tradicionales, y echó raíces. Staffan Mörling llegó en el 64. Se casó con Josefa, una isleña más guapa que su admirada Audrey Hepburn. Acaban de celebrar las bodas de oro.
Su experiencia vital queda reflejada en varios libros y en una extraordinaria colección de fotografías que retienen aquellos días en blanco y negro. A comienzos de los 70, su hermano Mikael llegó con una pequeña cámara de 16 mm y rodó unas imágenes de un valor excepcional para entender como vivía aquella comunidad alejada en el espacio y el tiempo. Staffan y Josefa vuelven cada año a su casa de Bueu. Y nunca dejan de visitar la isla.
El turismo
El pulpo que sirven en Casa Acuña y Casa Checho ha atraído durante décadas a gente a la isla. Para no pocos es el mejor que puede comerse en Galicia. El pulpo sigue siendo un imán, pero desde que Ons forma parte del Parque Nacional los atractivos se han multiplicado; también los turistas.
Cuando el tiempo comienza a mejorar y los días se estiran, los barcos de línea aumentan servicios y el muelle se convierte en una pasarela por la que no dejan de desfilar personas ávidas de tranquilidad, o de playa, o de senderos, o de pulpo… Turistas. Ya son 100.000 cada año, diez veces más que hace sólo dos décadas.
Muchas de las viejas casas de los isleños, las 80 casas repartidas por la isla, han sido rehabilitadas y remodeladas para el alquiler turístico. Hay también una amplia oferta de habitaciones por parte de los negocios hosteleros y un camping. En verano todo está lleno.
Los gestores del Parque tratan de impulsar alternativas para que las visitas no se concentren exclusivamente en los meses estivales, alternativas dirigidas a mantener el adecuado equilibrio entre la protección del ecosistema y el impacto económico que supone la afluencia de turistas.
Lo cierto es que durante todo el año el cielo nocturno de Ons es un espectáculo, durante todo el año el visitante puede perderse por sus senderos y tumbarse relajado en sus playas, puede charlar con sus gentes y conocer sus historias… Y, a nada que lo intente, podrá escuchar la respiración profunda y antigua de esta isla humana.